‘Hay pocos centros en el mundo como Valdecilla’
HÉCTOR ARA, presidente de la farmacéutica Suanfarma:
Héctor Ara, presidente de la farmacéutica Suanfarma y uno de los inversores biotecnológicos más activos del país, fue el ponente de la última reunión del Círculo Empresarial Cantabria Económica. Aunque no es cántabro ejerce como tal, por su larga vinculación a la región, y defiende las grandes posibilidades que tiene Valdecilla para llevar su investigación al mercado. De hecho, está convencido de que España desperdicia gran parte del potencial de la ciencia que generan sus centros públicos por no coordinar mejor esa investigación con las empresas, y enfatiza en el valor del Hospital: “Yo me muevo por el mundo y os aseguro que hay pocas unidades así”, dijo.
Desde hace 63 años, la familia Ara veranea en Suances. La vinculación llega al punto de que ocho de los trece hermanos viven en Cantabria, y cuando Héctor Ara se lanzó a crear su propia empresa farmacéutica, en 1993, la llamó Suanfarma (Suances Farmacéutica). Hoy, la compañía tiene 400 trabajadores, opera en 70 países y factura 200 millones de euros al año. Pero no es su única actividad empresarial. A finales de la pasada década fundó una sociedad de capital riesgo con la que ya ha amparado una decena de proyectos biotecnológicos, y ahora prepara un segundo fondo para impulsar otros tantos.
Ara no cree en las recetas de éxito ni en las predestinaciones. De hecho, recuerda que tras quebrar la compañía de su padre y pasar su numerosa familia serios apuros económicos, estaban convencidos de que “los Ara no estamos hechos para los negocios”. Con el tiempo, sin embargo, son mayoría los que se dedican a ellos.
Después de participar en alrededor de medio centenar de iniciativas empresariales, buena parte de ellas a través de la sociedad de capital riesgo que montó hace diez años en paralelo con la farmacéutica, Ara reconoce que algo más de la mitad se quedaron por el camino. El fracaso no debe resultar un estigma para el emprendedor, sostiene, y asegura que los inversores lo valoran más, siempre que hayan sabido sacar enseñanzas de los reveses.
Su empresa farmacéutica vende 200 millones en 70 países
Él está firmemente convencido de que en un proyecto emprendedor es más importante la forma de ejecutarlo que la idea en sí. “Yo empecé pensando que la falta de recursos financieros iba a ser la causa de los fracasos, pero en la gran mayoría de los casos he visto no es así, aunque todo acabe en una crisis financiera”.
Los empresarios no suelen ser de muchas teorías, pero Ara se ha pasado la vida tratando de sacar conclusiones sobre una actividad tan incierta como el emprendimiento, y la primera es que “nada bueno es fácil y lo que es fácil está lleno de gente”.
Cuando quebró la empresa familiar, Héctor Ara era un niño y recuerda que únicamente les quedó “un pequeño lujo, el de venir a Suances todos los veranos, donde alquilábamos una modesta casa y ahí podíamos disfrutar de este paraíso maravilloso que tenéis”.
Al acabar la carrera entró en la Administración, donde estuvo “el suficiente tiempo como para saber que no quería pasar un día más de mi vida trabajando allí”. Luego, ocupó cargos ejecutivos en muchas compañías, “porque salían oportunidades y porque tenía una idea clara en la cabeza, la de que cuando había aprendido una tarea no quería seguir haciéndola un día más, quería hacer otra nueva”.
Aprovechando el conocimiento que había adquirido sobre el sector farmacéutico en sus últimas responsabilidades, un día decidió convertirse él mismo en empresario y montó Suanfarma. Hoy vende sus fármacos –principalmente antibióticos– en 70 países. “He quemado tantas maletas como no os podéis imaginar”, dice gráficamente, pero no deben parecerle bastantes cuando recuerda que en los Juegos Olímpicos desfilan 208. Además, ha montado la Fundación Arraigo para mejorar la integración de los inmigrantes subsaharianos, que está atendiendo a más de mil familias con un presupuesto anual de 60.000 euros al que saca un extraordinario rendimiento, “porque somos gestores”. “En el mundo de las fundaciones no hay poco dinero, hay mucho, pero se malgasta. Se pueden hacer maravillas para atender a estas personas”, afirma convencido. Y explica la filosofía de funcionamiento de su ONG: “Nosotros, después de formarlas abrimos un camino para que estas personas puedan retornar a sus países de origen, porque hay más de un 50% de los emigrantes que lleva más de 4 o 5 años en España y que no ha conseguido consumar ese sueño que les impulsó a tomar todos los riesgos que toman desde que salen de sus países, y están dispuestos a volver. Pero no pueden volver con las manos en los bolsillos. Les ayudamos a llevar un proyecto de costura, de hostelería… Les damos un microcrédito y les compramos el billete de avión. Eso es bueno para nosotros y para sus países”.
Su experiencia empresarial y su vinculación con Cantabria obliga a pedirle una opinión sobre la economía de la región y empieza por una advertencia: “Cantabria es un paraíso lleno de recursos y eso es fantástico, pero os lo han entregado. Y hay que tener cuidado, porque, a veces, cuando la vida te da mucho no lo sabes valorar ni lo sabes utilizar”.
Servicios de excelencia y Valdecilla
A la vista de cómo evoluciona turísticamente la región, cree que debería apostar por la excelencia. “Todo puede mejorar, y en la medida que mejoren los servicios turísticos se podrán subir los precios, que muchas veces son bajos. Eso hará que suban las rentas y los salarios”.
Su segunda recomendación es aprovechar mejor Valdecilla, “que es un centro de innovación de dimensión mundial”. “Estáis acostumbrados a verlo ahí, pero yo me muevo en ese mundo y hay muy pocas unidades como Valdecilla”, enfatiza. “Me consta que los investigadores trabajan con tumores según los extraen de los cuerpos de los pacientes”, lo que, según explicó, supone una gran oportunidad para el desarrollo de proyectos científicos.
Ara es un firme partidario de estimular el talento emprendedor e innovador “que está dormido en las sociedades”, incluso con fuertes subvenciones públicas (pone el ejemplo de Israel), y cree que una de las rémoras puede ser la cultura laboral española: “Yo no entiendo cómo alguien puede estar 40 años trabajando en lo mismo”, dice. “Eso nos adocena, nos hace ser menos atractivos para nuestros amigos y para nuestras parejas. Cuando has aprendido una cosa, aprende otra. Si no la hay en tu empresa, véte a otra”. Está convencido de que el progreso personal compensa el riesgo, porque “quien intenta más cosas y aprende más cosas tiene más valor”. Incluso lanza una recomendación: “Hay que estimular la audacia en nuestros hijos”.
‘Cada vez fracaso menos’
Él puede servir como ejemplo. “En la familia hemos invertido, por una u otra vía, en más de 50 iniciativas empresariales” y reconoce, sin que nadie se lo pregunte, que ha fracasado “en más de la mitad”. Aunque la estadística no parezca muy brillante para quien no conozca el mundo del capital riesgo, advierte que su empresa sigue una sistemática muy rigurosa para seleccionar los proyectos “y cada vez fracaso en menos”.
Como es habitual en el capital riesgo, a medida que las empresas que ha ayudado a crear se han asentado, ha ido vendiendo su participación. Únicamente permanece en el capital de una factoría biotecnológica de Pamplona y en el de una fábrica de Sevilla en la que anteriormente habían fracasado dos grupos empresariales. Se siente especialmente satisfecho de haber contribuido a transformarla, con gran éxito, para hacer algo totalmente distinto, la producción de proteínas de arroz destinadas a la alimentación infantil y proteína de guisantes para complementos alimenticios de deportistas.
‘Si no juntamos las universidades con las empresas se perderá muchísima ciencia de calidad’
De su larga experiencia como impulsor de empresas saca varias conclusiones que pueden contribuir a hacer más realista a cualquier emprendedor: “Cuando te presentan un plan de negocios, te dicen, “bueno, esto es un escenario conservador, luego lo mejoraremos”. “Eso no pasa nunca. No se ha mejorado un bussines plan jamás”, añade entre risas.
La segunda, ya más centrada en las actividades innovadoras “es que los investigadores se creen que aprenden gestión, y en un momento dado quieren gestionar ellos solos. Nosotros les decimos no. Si tú eres un excelente investigador, dedícate solo a la investigación pero no te metas en problemas en gestión”.
También ha llegado a la conclusión de que hay dos tipos de talentos, el creativo y el ejecutivo, “y rara vez se dan las dos circunstancias en una sola persona”. En su opinión, para empezar cualquier proyecto harían falta un par de personas. “Una que tiene una gran creatividad y que es capaz de identificar la oportunidad, y otra con el rigor de llevarlo a la práctica consumiendo el menor dinero posible”. Con la misma filosofía analítica cree que el emprendimiento debe ser cada vez menos intuitivo: “Yo me movía en la frontera imperceptible entre la audacia y la osadía y me he pegado unos cuantos trompazos por estar en el lado de la osadía”. Eso le ha hecho partidario de que existan escuelas y tutores para que los emprendedores puedan llevar los proyectos adelante con el mayor rigor posible y analicen los fracasos.
Es fácil entender, por tanto, que desdeñe el ‘olfato’ para los negocios. “Funcionaba en los 60, pero es que entonces funcionaba todo. ¿Querías comprar un coche? Pues lo pagabas, te ponías en una lista y a los nueve meses te daban un 600, pero hoy no es así. Hoy quieres comprar cualquier cosa y tienes veinte opciones. Afortunadamente, el olfato ya no se usa. Luego están los estudios de mercado fake, como se dice ahora. Hay gente que si le pagas te hace un estudio de mercado que te dice lo que quieres oir, pero hay que hacer estudios de mercado críticos y el propio emprendedor tiene que ir al mercado. Si tiene una idea buena para ese mercado es que lo conoce y, si lo conoce, lo mejor es que se vayan a tomar unas cañas con quienes sean referencia del sector. A partir de ahí, podrá salir al mercado”.
‘A un proyecto no se le ve la cara hasta el año 7’
También se ha acostumbrado a ser más paciente que indican los propios planes de negocio, que por lo general se hacen a cinco años. “A un proyecto emprendedor no se le ve la cara hasta el año siete o más tarde”, sostiene. “Habrá alguna excepción, pero esto ocurre en el 99% de los casos”.
“Si en ese año has llevado el proyecto en términos racionales, no has tirado el dinero, has hecho los tres estadios de inversión (capital semilla, para nacer; capital desarrollo, para ir llegando al mercado; y capital expansión, ya tienes una empresa que seguramente no va a ir mal”, sostiene.
Esa constatación de lo mucho que suele tardar en madurar un proyecto le lleva a quitar rigor a una de las críticas más habituales sobre el emprendimiento en nuestro país: “Muchas veces se dice que en España se tardan 21 días en crear una empresa y en Holanda 3. Si ese es el problema, solo supondrá que en Holanda se puede empezar el día 4 y en España en 24. Me da lo mismo”.
‘Nunca se mejoran las cifras de un plan de negocios’
En su intervención ante los empresarios del Círculo Cantabria Económica, Ara puso un especial énfasis en la necesidad de aprovechar mejor la investigación que se hace en los organismos públicos, de la que tiene una buena opinión: “En nuestro país se genera mucha ciencia pero que no se produce su transferencia al mercado. ¿Cuáles deben ser los agentes? Pues nosotros, los inversores, los que sabemos algo de este mundo”, dice. Para él, el acercamiento de ambas partes es una cuestión estratégica: “O juntamos las universidades con las empresas para que acaben esos recelos o se seguirán perdiendo muchísima ciencia de muchísima calidad”.
Puso como ejemplo el hecho de que el 3% de las patentes americanas en el campo de la biología molecular hagan referencia a trabajos realizados por universidades u hospitales españoles: “Tenemos que tener una colaboración franca, porque la ciencia española es señera en el mundo, somos líderes en trasplantes y en este abismo que hay entre nosotros se está perdiendo una barbaridad”. Una batalla que, oyéndole, no parece dispuesto a perder.
‘Hace 38 años que no suben los precios farmacéuticos’
Ara calcula que sacar un producto farmacéutico innovador supone una inversión de unos 2.500 millones de euros, “de los que 1.200 o 1.500 son los empleados en ese producto y otros mil en todos los que has investigado anteriormente que te han salido mal”.
Un umbral tan elevado solo está al alcance de las grandes multinacionales, que emplean un tercio de su facturación por ventas en investigar, algo que, como reconoció, no puede permitirse su compañía. Y recordó que el sector se enfrenta a una política de precios muy rígida: “Yo llevo 38 años en él y en ese tiempo no he visto subir precio de un solo medicamento. ¿Cómo es posible entonces que subsistan las compañías? Pues porque cada vez se fabrican cantidades más grandes –hay economías de escala– y somos capaces de bajar el costo de producción, pero en España los precios los fija el Gobierno. Ahora mismo no hay quien fabrique Nolotil porque se pierde dinero”. Así que auguró algunas subidas próximas “que después de 38 o 40 años, ya toca”.
En su opinión, la industria farmacéutica no es peor ni mejor que otros negocios pero con un matiz muy relevante: “Cuando yo era pequeño, un cáncer era muerte segura, ahora se curan el 60%. Y eso es gracias a toda la inversión que se está haciendo en EE UU. La Hepatitis C era mortal hasta hace nada. Tenemos una mejor vida y más longeva gracias a los productos farmacéuticos. Que es mejorable, sí, pero para mí es muy bonito estar en una industria donde ves los resultados en tus padres o en tus hermanos”.