300 números
En una época de proyectos efímeros, en la que incluso el éxito es fugaz, en Cantabria Económica tenemos que felicitarnos de poder cumplir 300 números, con este que ahora tienen en sus manos. Es una peripecia larga, en la que hemos navegado las aguas de la tranquilidad y las crisis más tormentosas. Años en los que todos teníamos tanta prisa por recuperar el tiempo perdido por nuestro país a lo largo de centurias que resolvimos en una generación lo que debieran haber hecho tres, y otros en los que nos dimos cuenta que no podíamos pagar todo lo que habíamos hecho.
De estos 26 años de vida de la revista, la mitad han sido de crisis económica, lo que por sí solo sería motivo suficiente para analizar las causas del movimiento pendular de nuestro país. Un mal escenario para contar historias, porque el fracaso cansa rápido, y peor aún para sobrevivir. Si lo hemos conseguido ha sido gracias a la paciencia y complicidad de los lectores y al apoyo de los anunciantes.
Cantabria Económica ha tratado de responder a esa confianza con una información honesta y, a menudo, poco complaciente, en la que cada mes hemos tratado de desmontar los tópicos y obligarnos a pensar con una mente fresca, como la que tienen las decenas de emprendedores que han aparecido en nuestras páginas. La mayoría de ellos no sobrevivirán como empresa, porque no solo hacen falta buenas ideas; es imprescindible un entorno adecuado y Cantabria, para su desgracia, no cuenta con población ni recursos suficientes para que triunfen. Pero da una idea de la vitalidad que aún conserva esta comunidad, a pesar de haber expulsado a toda una generación por no poder ofrecerles un futuro, y crear con ello un vacío poblacional que va a ser nuestro principal problema a medio plazo. El futuro está en los activos y no en los pasivos y en gran parte de nuestra superficie regional ya son más los pasivos que los activos.
A poco de nacer, publicamos un monográfico sobre los jóvenes empresarios de Cantabria, apoyándonos en el censo de la asociación que entonces les agrupaba y que ahora acaba de ser resucitada por la CEOE. Aparecían medio centenar de emprendedores voluntariosos que iban ser el reemplazo natural para los empresarios ya maduros de la región. La inmensa mayoría de ellos hicieron todos los esfuerzos que estaban en su mano para sobrevivir pero, a día de hoy, bastan los dedos de una mano para dar cuenta de los que han conseguido mantener su iniciativa. Es una buena muestra del enorme camino de obstáculos en que se ha convertido la aventura empresarial, que en el pasado podía garantizar la vida de varias generaciones de una misma familia y ahora, con mucha suerte, solo pueden mantenerse unas décadas.
Con ellos han desaparecido muchas otras empresas de gran raigambre que nos han acompañado en estos años. Cada otoño, al confeccionar el ranking de ventas que publicamos por Navidad ha resultado doloroso tener que suprimer decenas de compañías desaparecidas, y no por una mala calidad de gestión. Los tiempos no nos han acompañado y ni los esfuerzos personales ni los económicos –en los que muchos perdieron incluso su patrimonio personal– han sido suficientes para mantenerse, en un mundo donde la globalización avanza a un ritmo tan acelerado que ni siquiera nos deja margen de maniobra para eludirla. En el año 2000, cuando aparecían los grupos que la combatían en los grandes eventos económicos internacionales teníamos la sensación de que eran unos agoreros poco realistas. Ahora, ni siquiera hay movimientos antiglobalización, conscientes de que es una realidad imposible de cambiar, aunque decidiéramos convertirnos en otra Corea del Norte. Es el mundo que nos ha tocado y Cantabria Económica trata de interpretarlo cada mes, porque en la vida diaria la premura ha vencido al sosiego y a la reflexión.
Así seguiremos tratando de poner un sentido crítico cuando, como ahora, las instituciones se empeñen en batallas estériles de planes de desarrollo en los que nadie cree, ni siquiera quienes los proponen. Ni el gubernamental, que se ha licitado a precio de saldo, ni el que han impulsado Íñigo de la Serna y Vidal de la Peña, o el que empezó el pasado verano en La Magdalena Ramón Tamames. Un camino por el que solo tendremos más planes que desarrollo.
De esas y de otras paradojas seguiremos hablando en estas páginas el tiempo que ustedes quieran.
Alberto Ibáñez