Además, es verano
¿Estamos en crisis? Un informe sobre los motivos por los que se ha polarizado el voto de la juventud española hacia las candidaturas más extremas, encuentra la primera causa en la crisis económica que supuestamente padecen.
Cualquier realidad puede tener muchas interpretaciones y las circunstancias de cada uno son distintas pero quizá sea el momento de dejar claras algunas cosas. La primera, que los jóvenes nunca tuvieron tantas oportunidades laborales. La mitad de los sectores productivos, en Cantabria y en España, no encuentran mano de obra, y no solo la hostelería, los repartos domiciliarios o la pesca, cuyas condiciones de trabajo pueden resultar más fatigosas. Tampoco la industria, donde los salarios y las cotizaciones sociales son más elevados, la sanidad o la enseñanza. Aunque aún haya unas tasas de paro juvenil muy altas, cualquier joven pueda saltar de un empleo a otro si no le convence. Quizá ninguno sea el que aspiraba, pero lo probable es que quien no encuentra uno que le vaya bien tampoco encaje en ninguno.
Es absolutamente cierto que un empleo ya no les garantiza poder acceder a un alquiler o comprar una vivienda, y ese sí es un motivo justificado de queja, pero cualquier otra generación reciente lo tuvo peor para incorporarse al mercado laboral o para disfrutar del ocio y los viajes.
El problema es que el concepto de crisis es tan amplio que cabe todo. En economía, se aplica tras dos trimestres de decrecimiento; en la vida personal, una crisis llega por una ruptura, la pérdida de alguien querido, de un empleo o por sentir que no se cumplen las expectativas personales y, en estos casos, de nada sirve que el crecimiento económico sea el mayor de las grandes economías europeas, que la inflación o los precios de la energía ya estén relativamente controlados, que baje el euribor o que las empresas del Ibex obtengan beneficios históricos.
Los datos indican que la renta y los ahorros de las familias está aumentando deprisa, lo que debería traducirse en esa tranquilidad que se añoraba desde hace tiempo. Sin embargo, las encuestas dicen todo lo contrario y no son solo los jóvenes: más de la mitad de los españoles temen al futuro, quizá porque piensan que el mundo se ha desestabilizado sin perspectivas de arreglo, su trabajo corre peligro ante el avance de la automatización o porque su salud o sus circunstancias familiares han empeorado.
Pero no nos engañemos, para llegar a esas tasas tan altas de malestar solo hay una razón, la torturada realidad política, que nos hace sentir que el suelo se mueve bajo nuestros pies, una realidad que tiene su origen en la llegada de los votos jóvenes que rompieron el tablero político español sin que desde hace diez años se puedan formar mayorías sólidas, con la paradoja de que quienes decidieron dar una patada al sistema se quejan ahora de las consecuencias. Es esa inestabilidad (quienes gobiernan no tienen votos para hacerlo y quienes quieren echarles tampoco) la que alimenta cada día un escenario apocalíptico, en el que cualquier asunto puede enrevesarse aún más al día siguiente, y esa sensación de absoluto descontrol cala entre una población que se siente desprotegida por falta de referentes. Cuando, en los años 60, Nixon se equivocó al presentar a la prensa el ‘avión invisible’ norteamericano para tranquilizar a una ciudadanía aterrorizada al saber que la URSS había desarrollado misiles nucleares de largo alcance, el Estado Mayor se reunió de urgencia para atajar el asunto: el presidente de los EE UU no podía equivocarse (algo así como la infalibilidad del Papa) y todo el programa del RS-71, que así se llamaba el Blackbird, pasaría a llamarse SR-71. Ahora, si un presidente americano (y no digamos español) se equivoca, se le zarandea al instante en las redes, porque nada ni nadie es intocable.
Las leyes no han cambiado pero la opinión pública sí, desde que internet puso un altavoz a cualquier personaje anónimo, que puede opinar o difundir tantos bulos como quiera y los medios entran en su juego para evitar perder audiencia. Todo ello crea percepciones que no siempre casan con la realidad y encuestas como las que hace la Asociación de la Empresa Familiar entre sus socios, son clarificadoras. Cuando se les pregunta por la situación de su empresa, la inmensa mayoría dicen que es buena. Cuando tienen que opinar sobre la economía en general, su respuesta es francamente negativa. Como ambas resultan incompatibles, es evidente que todos tenemos un sesgo mental, influenciados por un entorno de caos político que distorsiona las realidades incontestables: nunca seremos más jóvenes, el mundo está objetivamente mejor que en cualquier otra época, porque nunca ha dejado de tener guerras, y el año económico va a ser bastante bueno, lo creamos o no. Además, es verano.
Alberto Ibáñez