El año del despegue
Si alguien comparase lo que ocurría en Cantabria hace ahora diez años, cuando empezó la crisis, con la Cantabria de hoy saldríamos mal parados. Entonces, la población estaba preocupada por el brusco parón de los créditos y del consumo, pero nadie podía imaginar lo que se nos venía encima. Ahora deberíamos estar entusiasmados por haber dejado atrás una crisis tan larga y tan profunda, pero lo que estamos es asustados, convencidos de que ni la recuperación es sólida ni van a volver aquellos tiempos.
Los bajos sueldos, el empleo precario, el cambio de pautas de consumo que hace que buena parte del dinero que se movía en el circuito local se vaya ahora nadie sabe a dónde, a través de las compras de Internet… Se podrían encontrar muchas razones para justificar que no haya vuelto la esperanza, ni siquiera con crecimientos próximos al 3%. Quizá porque en estos diez años hemos visto romperse muchas de las seguridades que teníamos: ni las siguientes generaciones vivirán mejor ni la formación les garantizará casi nada. En Cantabria, además, hemos comprobado que el futuro nos esquiva. Somos una sociedad de clases pasivas, con un horizonte aún más preocupante: En los próximos diez años el censo de la región habrá disminuido en 20.000 personas y todas nuestras ciudades habrán perdido población.
Hay circunstancias frente a las cuales poco se puede hacer, como ocurre con el envejecimiento, pero hay otras que sí podemos cambiar y, aunque el desánimo impida reconocerlo, algo está cambiando. Es la primera vez en muchas décadas que en Cantabria van a coincidir las obras de dos grandes fábricas a la vez, la de dermocosméticos que levanta IFC en Villaescusa, que nos meterá en un ámbito farmacéutico de alto valor añadido, y la ampliación de Coated Solutions Santander, con 200 trabajadores, que dará un buen empujón a las exportaciones cántabras, con sus productos siderúrgicos. También se abre, después de cinco años, la factoría de fibrana de Sniace y se inaugura la nueva planta de Álvarez. Con un horizonte algo más largo, se va a reanudar la explotación a gran escala del zinc de la cuenca del Besaya, con unas perspectivas de empleo muy altas, y se están tramitando 16 parques eólicos, con 598 Mw de potencia total, que deberían dar un fuerte empujón a la obra pública, al igual que la catarata de licitaciones del Ministerio de Fomento.
El turismo ha ayudado a maquillar los resultados económicos de los dos últimos años, pero Cantabria necesita algo más para despegar. Y ese más solo puede encontrarlo en la industria y en la construcción. Las nuevas fábricas van a cambiar la tendencia mortecina de la industria local en estos últimos años y de la construcción solo pueden esperarse mejoras, porque a menos ya no puede ir. Casi es un milagro crecer a un ritmo cercano al 3% con todo un sector en dique seco, si se tiene en cuenta que llegó a representar alrededor del 15% del PIB y hoy no llega al 7%. Se pueden idear miles de propuestas y planes de desarrollo para empujar la economía regional pero, a corto plazo, la receta más efectiva (en realidad, la única) es reactivar es reactivar las obras, donde una mínima mejora hará crecer el PIB un punto más, incrementará las cotizaciones a la Seguridad Social, reducirá el desempleo y permitirá ahorrar gastos en subsidios y en salarios sociales.
La construcción es caprichosa y se mueve por ciclos. Antes o después ha de llegar el cambio de tendencia y la obra pública va a colaborar decididamente a ello. La llegada de Íñigo de la Serna al Ministerio de Fomento levantó unas grandes expectativas que este año no se han cumplido, con un volumen de obra estatal ridículo, como le ha recordado alguna vez Revilla, en parte porque el proceso de adjudicaciones es muy largo y en otra parte porque no había proyectos en el cajón, pero por fin se está dando el banderazo de salida a un buen puñado de ellas, que van a cambiar el signo de la construcción y de la economía local en general.
Cantabria necesita que 2018 sea ya el año del despegue, porque está a punto de perder una generación entera, que se ha visto obligada a buscar trabajo fuera o lleva demasiado tiempo esperando en el sofá de su casa como para reencajarse en el mercado laboral. Y, por primera vez en una década, hay motivos de sobra para esperar que sea así aunque, como en el cuento del lobo, ya no estemos dispuestos a creerlo.
Alberto Ibáñez