Con los pies en el suelo
Por Alberto Ibáñez
Vamos a ser claros. El rescate a los bancos fue un rescate a sus clientes, y quienes ahora se quejan probablemente hubiesen montado una revolución si en ese momento hubiesen perdido sus depósitos. En las cajas no había propietarios, solo gestores, que en bastantes casos han sido procesados, y en los bancos los accionistas lo perdieron casi todo, incluso en los que no recibieron ayudas. Por tanto, los auténticos rescatados fueron sus millones de impositores y ningún partido, incluido Podemos, se hubiese atrevido a dejarlos tirados.
Con la certeza ya absoluta de que, a pesar de lo que prometió Rajoy, nunca se recuperará más que una mínima parte de ese dinero, ha llegado la hora de plantearse por qué el sistema bancario sigue tan atribulado diez años después. Sin márgenes, con ajustes continuos de plantilla y una imagen pública poco favorable, los bancos han dejado de saber si conservar las oficinas o desprenderse de ellas para siempre; si deben seguir enmascarando los costes o repercutírselos al cliente en forma de comisiones, lo que generará aún peor imagen, y si deben jugárselo todo en internet o no. Pero, sobre todo, necesitan saber dónde está el negocio, porque hace tiempo que lo han perdido de vista.
Resulta políticamente incorrecto compadecerse de los bancos, aunque detrás estén seis u ocho millones de familias españolas que tienen acciones del Santander, BBVA, Caixabank, el Sabadell o Liberbank, cuando miles de empresas y particulares lo están pasando peor. El problema es que los bancos son la rueda que hace girar todo el sistema económico. El día que se atascaron, anegados en hipotecas que los clientes no podían pagar, se llevaron por delante una década de la economía nacional, y si vuelven a encenagarse volveremos a repetir esa desagradable experiencia.
Ni el Gobierno ni los medios de comunicación han prestado mucha atención a la propuesta de Ana Botín de impulsar el mercado de la vivienda con la concesión masiva de créditos hipotecarios respaldados por el Estado, a semejanza de los créditos ICO concedidos a las empresas, para que los jóvenes compren casas. Quizá suene a viejuno, en esta época en la que solo tenemos oídos para las salmodias con el ingrediente mágico I+D+i, pero de lo que se trata ahora es de buscar soluciones para salvar este año y el próximo, que son los que van a decidir si una empresa cierra o no, y esa fórmula reactivaría varios mercados a la vez, incluido el bancario.
Como no podemos convertir cada polígono industrial en un Silicon Valley de la noche a la mañana (probablemente, nunca) no queda otra alternativa que buscar soluciones realistas que tengan un resultado inmediato, lo que no significa abandonar los planes de transformación. Lo urgente es conseguir la mayor financiación europea posible, porque dejar dinero en Bruselas por falta de proyectos sería un delito, y que ese dinero se convierta en actividad económica de inmediato. Eso solo se consigue con proyectos muy pegados al terreno, de rápida ejecución e intensivos en empleo.
El abanico no es infinito y las ideas tampoco. Quizá en este caso esté más justificado que nunca echar mano también de la construcción de viviendas con una política generosa de financiación a los jóvenes, como propone Ana Botín, y para quienes viven en casas en las que no merece la pena hacer inversiones de actualización, para adaptarlas a las normas de confort y de eficiencia energética. Barrios levantados en los años 40-50 y 60, de ínfima calidad constructiva y urbanística, que en Santander, aprovechando el nuevo Plan General, podrían replantearse desde cero si hubiese valentía, ofreciendo a sus vecinos una vivienda nueva en ese lugar o en otro con un desembolso mínimo, incluso nulo si las administraciones renuncian a la infinita cascada de fiscalidad que arrastra una vivienda desde que se califica un solar. Sería una forma ambiciosa e inteligente de gestionar el suelo, que generaría mucho empleo y convertiría barrios degradados en espacios modernos y bien ordenados, en los que únicamente habría que aceptar algo más edificabilidad, para compensar al promotor por los realojos.
Cualquiera de estos planes resucitaría el sector de la construcción, que arrastra a muchos otros, daría aire a los bancos y crearía patrimonio familiar, porque la casa en propiedad es el auténtico ahorro para la vejez de las familias españolas y un factor de estabilidad social extraordinariamente importante, que puede serlo aún más si se reforman las pensiones. Y ganaríamos el tiempo necesario para cambiar el modelo económico, si somos capaces.