Con todo a favor
En 1995, cuando Miguel Ángel Revilla se convirtió en vicepresidente de Cantabria, parecía el escalón más alto al que podía aspirar un partido que siempre sería minoritario con el que se compensaba una carrera meritoria. Al fin y al cabo, él fue quien puso en marcha la Asociación para los Defensa de los Intereses de Cantabria cuando nadie pensaba en diferencias ni agravios; él se empeñó en darle esta denominación a la provincia que todos conocíamos y aceptábamos como Santander, y él recorrió los pueblos una y otra vez como un evangelizador para implantar una idea que hoy no parece rompedora, pero que entonces lo era, la de separar la provincia de Castilla y León, rebautizarla con un nombre distinto al que llevaba desde hacía casi siglo y medio y exigir una autonomía uniprovincial en la que no creían ni UCD ni el PSOE, pero que acabó imponiéndose en el enorme barullo de la época. Un éxito inconcebible para un particular que, además, hizo nacer de la nada un nuevo concepto político, el Partido Regionalista de Cantabria.
Aquel planteamiento victorioso en plena Transición no se convirtió en un reguero de votos, que fueron mayoritariamente a UCD y al PSOE y, elección tras elección, parecía que nunca pasaría de ser un proyecto casi personal hasta diluirse poco a poco. Pero héte aquí que, en un mundo en el que lo de anteayer ya es antiguo y lo de hace cinco años está olvidado, Revilla sigue ahí, 40 años después, al frente de su partido y siendo el más votado de la autonomía. Por pocos méritos que le reconozcan sus detractores, habrá que conceder que es un caso inédito de supervivencia. No es posible hacer una comparación con quienes estaban en la política cuando empezó y siguen ahora, porque no queda nadie.
Fraga, González e incluso Rajoy han sido dirigentes longevos pero sus carreras no resistieron las cuatro décadas largas que lleva Revilla, solo comparables a las que estuvo Carrillo. Pero entonces el mundo era analógico. Hoy es digital y nadie ha sobrevivido a la fractura tectónica que han impuesto las nuevas tecnologías, salvo el presidente cántabro, que no salió de su pueblo hasta los ocho años pero se ha adaptado a las redes sociales como si él mismo las hubiese creado, y a los 76 años consigue lo que no ha logrado ninguno de los partidos tradicionales: conectar con los jóvenes, lo que le garantizaría cuerda política para rato si su cuerpo no dijese basta.
Ni la nueva política ni la vieja han conseguido evitar que vaya a ampliar sus veinte años como vicepresidente o presidente regional y, lo que resulta más sorprendente, con un crecimiento de votos casi ininterrumpido. Ahora no solo ha conseguido 122.000, toda una hazaña, sino que ha pasado a tener una ficha muy valiosa en el tablero de ajedrez de la política nacional, el diputado obtenido por el PRC, con la inmensa suerte añadida de que ese diputado no es –como suele ser lo habitual en el Congreso– uno más entre 350.
Quienes nos hemos quejado amargamente de los chantajes de otras fuerzas políticas a la hora de rentabilizar sus votos con el dinero de todos, no deberíamos felicitarnos ahora por poder hacer lo mismo, pero lo cierto es que con ese diputado se abre un escenario distinto. Pedro Sánchez está dispuesto a poner su firma sobre varias de las reclamaciones de Revilla para Cantabria que, antes de venirse arriba, debiera valorar muy bien lo que necesitamos y en qué orden, sin dejarse llevar por cantos de sirena sobre muchos trenes, que ni se van a hacer ni le van a resolver la vida a nueve de cada diez cántabros, a los que no les cambiará la existencia poder llegar a Madrid en una hora menos, después de una inversión estratosférica y muchos años de espera. En cambio, esa mayoría viviría mejor si participa del desarrollo vasco por capilaridad, y eso se consigue con un tren costero ágil, bastante más barato.
Nunca pudo imaginar Revilla que la mejor mano en el reparto de cartas le iba a llegar al final de su vida política. Con más votos que nadie, con los demás partidos en coma y con una pica puesta en Madrid, la suerte le sonríe, pero el tiempo demostrará que no es tan fácil. La región tiene problemas muy complejos que llevan directos a la decadencia. Si él ha sobrevivido a los engolados del poder que parecían estar preparando su eternidad con abstracciones grandilocuentes es por ser todo lo contrario y establecer objetivos claros. Lo que pase con Cantabria dependerá de acertar en esos dos o tres objetivos para la legislatura, que deben ser imaginativos, ambiciosos y realistas. Uno de ellos puede ser ese tren, pero la vida no solo viaja en tren.
Alberto Ibáñez