Del espectáculo a lo anodino
Muy rara vez hay acuerdos unánimes en la política, por eso tiene más valor lo que ocurre en Cantabria en este comienzo de legislatura. Ninguno de los grupos parlamentarios tiene el más mínimo interés en repetir lo ocurrido en la pasada. Todos vivieron rupturas internas menos el PRC; reaparecieron los tránsfugas, que parecían haber quedado en la prehistoria; hubo enfrentamientos personales; muchos diputados no se hablaban entre sí –incluidos los del mismo grupo– y se cruzaron denuncias en los tribunales. Una bronca permanente y estéril lograda con la colaboración inestimable de los tres diputados de Podemos, sin eximir de culpas a otros hoolingans que llegaban a la política sin desbravar.
Con tantos diputados dispuestos a dar la nota, conocimos el catálogo más completo de actitudes contrarias a la cortesía parlamentaria y no pocas aportaciones a la jurisprudencia, al producirse todo tipo de circunstancias anómalas que ni estaban previstas en el reglamento de la Cámara ni tenían precedentes en otras comunidades. Un desastre sin paliativos, que causó heridas personales y políticas en una legislatura que acabó como el rosario de la aurora, sobre todo para los más alborotadores, que ya están en su casa devorados por su propia dinámica.
Nadie quiere volver a repetir unos tiempos que dejaron divididos al PP y al PSOE, roto por el transfuguismo a Ciudadanos y extinguido a Podemos. Y todos parecen haber aprendido, aunque unos más que otros. El más intuitivo, como siempre ha sido Revilla que, a pesar de la cómoda mayoría del Gobierno, ha llamado a todos los demás grupos –también a Vox– a los empresarios y a los sindicatos para escuchar sus propuestas. Incluso ha recuperado los puentes con la alcaldía de Santander.
Esta estrategia dirigida a rebajar tensiones contrasta con lo que está pasando con la política nacional, quizá porque en Cantabria el resultado electoral permitía establecer dos mayorías sólidas (PRC con PSOE o con PP) y eso ha aquietado significativamente las aguas. Incluso Vox va a mostrarse más conciliador de lo que imaginan quienes lo han votado y, sobre todo, quienes no lo han hecho, porque Cristóbal Palacio tiene más interés en plantear propuestas alternativas que le permitan liderar nuevos debates, aunque resulten extravagantes. Un ejemplo: Cuando todos los demás se han puesto ya de acuerdo en el polígono logístico de La Pasiega, él va a proponer que se haga en Reinosa.
No todo va a ser placidez y sosiego, porque el PP tendrá que reafirmar la débil posición de Buruaga y porque Ciudadanos está dispuesto a utilizar todas las instituciones como caja de resonancia de sus estrategias nacionales destinadas a mantener al electorado en permanente tensión. Solo así puede entenderse que la primera iniciativa que plantea Félix Álvarez en el Parlamento cántabro sea para reprobar la entrevista que TVE hizo a Otegui, un asunto sobre el que poco tiene que ver el Gobierno regional.
Por mucho que tiren por elevación, los diputados regionales saben que esta vez su papel será muy anodino. No pueden hacer valer sus votos para llevar al Gobierno del ronzal, como en la última legislatura, porque ahora PRC y PSOE tienen escaños de sobra para aprobar los Presupuestos de cada año; y su peso político es muy escaso: La mayoría de ellos pisan el Parlamento por primera vez, por lo que ni conocen la mecánica ni tienen bagaje histórico para defender sus posiciones. Quizá con el tiempo surjan nuevos líderes pero el hemiciclo actual se asemeja al paisaje que queda tras la batalla después de la limpia hecha por Zuloaga, que no dejó a ninguno de los diputados socialistas anteriores, ni siquiera los que se pasaron a su bando; la de Buruaga, que también se ha quitado de encima a todos los críticos y la de Ciudadanos, que necesitaba recomponer la honorabilidad después del episodio de transfuguismo sufrido en la pasada legislatura.
Las revueltas de calle y las renovaciones en los partidos suelen acabar así, con un control mucho más férreo del que había anteriormente, aunque a los nuevos líderes se llenen la boca mencionando a una militancia a la que, a estas alturas, ya no recurren ni para pegar carteles. A todos les basta ahora con una guardia pretoriana de la máxima fidelidad personal, que sepa cómo manejar las redes sociales, y con unos parlamentarios que levanten la mano en el momento adecuado.
Alberto Ibáñez