Diez años sin la Caja

Una de las inclinaciones más retardatarias de Cantabria es el empeño en mirar al pasado en lugar de hacerlo al futuro, con el convencimiento implícito de que siempre fue mejor, algo que resulta cuando menos discutible. Pero hay aspectos de ese pasado que sí justifican la añoranza. En septiembre se han cumplido diez años de la votación que ponía punto final a Caja Cantabria como entidad financiera para pasar a ser una mera fundación. Antes de eso se había convertido en un banco, con otros dos socios (Caja Asturias y Caja Extremadura) y, bajo el nombre de Liberbank, más o menos conservaba una estructura regional y una cuota de mercado muy importante. Hoy camina con paso firme a la irrelevancia sino la ha alcanzado ya. Absorbido Liberbank por la malagueña Unicaja, el desinterés de los nuevos titulares por Cantabria ha ido en aumento, hasta el punto de que sus responsables territoriales, si existen, son absolutamente desconocidos en esta comunidad, y su plantilla, que llegó a ser de casi 1.300 personas, ha quedado reducida a 260 y seguirá jibarizándose, porque en esta última década apenas ha habido incorporaciones, lo que significa que la edad media de los trabajadores que conserva está cada vez más cerca de la jubilación.

Es difícil entender que una entidad bancaria decida autofagocitarse en un territorio, cuando otras aspiran a ocuparlo, pero es lo que ha ocurrido. Visto desde Málaga, sede de Unicaja, Cantabria debe parecer un territorio pequeño y poco interesante. Tanto que no merece el más mínimo esfuerzo. Primero se dio por perdido el negocio de empresas, donde la Caja nunca tuvo su fuerte, y más tarde se ha abandonado aquel en el que era hegemónica, el de particulares, a base de falta de atención. La relación con los clientes ha quedado reducido a un servicio telefónico distante y poco resolutivo. No hay gestores personales y hasta la aplicación informática parece haber empeorado.

Esta política abandonista no se justifica, porque, si bien es cierto que la caja cántabra tenía unos costes muy altos, con unas remuneraciones superiores a la mayoría del sector, los ajustes drásticos que impuso Liberbank tanto en salarios como en personal y el cierre de oficinas deberían haber resuelto el problema. Esa política drástica ha continuado hasta ahora y queriendo ahorrar se ha matado a la gallina de los huevos de oro, sin que nadie haya ofrecido una explicación por los desastrosos resultados de esta estrategia. Tampoco la han pedido los sucesivos gobiernos cántabros, que se han limitado a contemplar esa consunción con absoluta indiferencia, cuando la Caja y su obra social han sido decisivos durante muchas décadas para la creación de negocios, la adquisición de viviendas, el equipamiento de los pueblos y la promoción de la cultura y el deporte.

De todo ello no queda nada más que una fundación cultural, cuyo papel es cada vez menos relevante, y aún tenemos que felicitarnos de conservarla, porque muchísimas otras cajas más importantes desaparecieron por el desagüe de la historia. Los últimos gestores de la Caja cántabra tuvieron el olfato de apostar por una de las pocas alternativas que se salvaron del naufragio (de todas las que se fusionaron en la entidad presidida por Rato no queda nada) y así han podido conservar, al menos, un patrimonio, que gracias al alza del valor de Unicaja en bolsa, es bastante notable.

Esa suerte garantiza la continuidad de la Fundación, que durante años tuvo que sobrevivir con créditos del propio Liberbank. Pero, con más o menos patrimonio, cada vez tiene menos visibilidad, igual que ocurre con el banco andaluz que ha heredado el negocio financiero de la Caja.

A ninguna empresa privada se le pude obligar a que reconsidere su forma de gestionar y, por tanto, Unicaja podrá seguir echando por la borda un mercado en el que su antecesora llegó a tener más de 500.000 cuentas, pero hay muchas formas de convencer a una entidad bancaria de que apueste por la comunidad. No estamos hablando de una empresa cualquiera, sino de una entidad que fue estratégica, la primera de la región por beneficios, plantilla y clientela. Hoy queda muy poco, y no vale con lamentarnos, porque eso nos ha hecho perder autonomía económica, como nos la hará perder aún más el regalo que el Gobierno de Saenz de Buruaga quiere hacerle a la castellano-madrileña Iberaval entregándole gratis Sogarca. ¿Lo admitirían nuestros vecinos? En la respuesta está la solución.

Alberto Ibáñez

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora