El espectáculo sustituye a la política
El mismo día que Podemos desarticulaba su grupo parlamentario en Cantabria a través de una mera nota firmada por un denominado Equipo Técnico, cuyo nombre parece más apropiado para el mantenimiento de la calefacción en la sede que para cortar cabezas, el PP local entraba en shock al comprobar que Madrid imponía como candidata a las elecciones regionales a la saltadora Ruth Beitia sobre la que pesaba un expediente de expulsión del partido del que ya nadie quiere acordarse. Reaparecían esos endemismos políticos que produce Cantabria y de los que parecíamos curados desde que Hormaechea desapareció de la vida pública. Sus ganas de volver coinciden con aquella vuelta al futuro que nos prometía, un mensaje tan atrabiliario como que en Podemos no haya quedado indemne ningún cargo público de los que obtuvo hace cuatro años, que sus parlamentarios regionales no se hablen, que su portavoz esté acusado por acoso, que la mitad del grupo parlamentario del PP lleve media legislatura en rebeldía, sin aceptar las órdenes de su presidenta, o que uno de los únicos dos diputados de Ciudadanos hace tiempo que disfruta de la condición de tránsfuga.
Las normas internas del Parlamento no se hicieron para tanto lío, y sus letrados se han pasado los cuatro años buscando legislación comparada para tratar de dar encaje legal a este acopio de disparates, sin encontrarla. Nadie había previsto que la política pudiese llegar a ser un deporte de banco móvil o un remedo del modelo escolar del ‘ahora te ajunto / ahora no te ajunto’, pero es lo que hay.
Puede que la Biblia ya advirtiese que los últimos podrían ser primeros, pero en el PP cántabro ha sentado a cuerno quemado la vuelta de los que ya estaban saliendo por la puerta con el fin de la legislatura y nada menos que para desalojar a los que estaban dentro. Si el incendio no ha llegado aún más lejos es porque aún no se han confeccionado las listas y quien más o quien menos piensa que si se enfrenta a Madrid pueden pagarlo caro, por muy barata que les haya salido a otros la rebeldía a Sáenz de Buruaga. El destino de la presidenta del partido en la región, que apoyó a Soraya, quedó determinado el día que ganó Casado, que ha tenido con ella más o menos las mismas contemplaciones que tuvo Pedro Sánchez con la exsecretaria general de los socialistas cántabros, Eva Díaz Tezanos, ninguna. Al menos, el PSOE lo vistió mejor, puesto que fue la militancia local la mano ejecutora.
Tezanos y Buruaga también son víctimas colaterales de una circunstancia parecida, la aparición de fuerzas rivales en su espectro ideológico que dividen su voto tradicional. Eso se traduce en unos malos resultados históricos que, por supuesto, no son comparables a los que ambos partidos alcanzaban cuando no tenían competencia. Por eso, los de Ruth Beitia y de Pablo Zuloaga no van a ser mucho mejores. Cada uno de ellos dependerá, más que de sí mismo, de lo que ocurra con Podemos (aquí a Zuloaga se lo están poniendo muy fácil) o Ciudadanos y Vox. Y Beitia no podrá remontar, aunque se puede dar la paradoja de que, con el peor resultado desde 1991, en que tuvo que fajarse con la UPCA, el PP puede volver al Gobierno de Cantabria si suma una mayoría con Vox y con Ciudadanos, una hipótesis nada descartable. En cambio, PSOE y PRC pueden quedarse con la miel en los labios si Podemos desaparece del Parlamento regional, como parece probable.
Tantos ingredientes hacen muy complicado cualquier guiso político y por eso las encuestas se equivocan cada vez más. La fidelidad del votante es tan volátil como el share de la televisión y los partidos han sustituido los programas (que nadie lee) por programadores, que deciden los candidatos en función de las apetencias del público más proclive a cambiar de sintonía en cuanto una de ellas le aburre. Se busca seducir a esos electores cabreados o poco animados a ir a votar que, al final, son los que deciden cuando el Gobierno se gana por muy pocos votos. Y en Cantabria lo llevamos al paroxismo: el próximo Parlamento, con Revilla, Felisuco y Beitia como cabezas de cartel puede volver a vivir un desastre parecido al actual pero dará espectáculo, y eso, según los partidos, es lo que ahora demanda el respetable. En otros sitios lo llaman populismo.
Alberto Ibáñez