Enredados en lo obvio
Hace once años, en plena crisis financiera, el presidente Sarkozy le pidió a la distribuidora Carrefour una cesta de la compra básica a menos de 20 euros que garantizase el acceso de todos de todos los franceses a los productos de primera necesidad. El año pasado, ante una nueva crisis social, Macron renovó la petición y Carrefour volvió a poner en marcha la iniciativa, aunque a un precio superior. También lo hizo en Bélgica, con la aceptación general.
Pero Spain is different, lo sabía Fraga. Aquí ha sido mencionar esa posibilidad y se han levantado en armas el pequeño comercio, la CEOE, la oposición, la Comisión Nacional de la Competencia y hasta varios ministros del propio Gobierno. Ya ni siquiera importa el fondo del asunto. Lo que importa es tener una buena polémica política. Si Carrefour no se desanima, el siguiente paso será por qué esos productos y no otros, sin descartar una tercera fase de la polémica: los productos de esa cesta de la compra hay que votarlos.
El enorme grado de retorcimiento que está adquiriendo la vida diaria en España, derivado de la tensión política, hace que cualquier asunto, desde la monarquía al horario de los autobuses, suscite controversia, de forma que la única forma de sobrevivir en política es no hacer nada y en economía, pasar lo más desapercibido posible.
Los acontecimientos de Gran Bretaña han vuelto a poner de manifiesto las diferencias que hay en la forma de entender la vida entre los británicos y los españoles. La señora Truss quedó investida como la primera ministra del país el mismo día en que los afiliados del Partido Conservador (unos pocos miles en un país de 68 millones de habitantes) depositaron en ella su confianza. No ha tenido que pasar por las urnas ni por una votación parlamentaria, algo que en España sería rechazado por absoluta falta de legitimidad democrática, lo cual es paradójico porque en esta materia nos sacan siglos de ventaja.
Con la muerte de Isabel II ha ocurrido algo parecido. El comunicado del fallecimiento ya aparecía firmado por el nuevo rey Carlos III, cuando hasta ese momento nadie estaba muy seguro, siquiera, de que deseara serlo y, en ese caso, de qué nombre escogería. ¿Algún sobresalto o escándalo por ese autonombramiento, que eso sí, luego será vestido con todos los honores del mundo?
En nuestro picajoso país se ha llegado a considerar una catástrofe la posibilidad de topar los precios de la energía, por distorsionar el mercado, hasta que la presidenta de la Unión Europea ha propuesto algo parecido. La catástrofe es tener paradas fábricas como GSW, Ferroatlántica o Forging & Casting, porque a esos precios no pueden producir, teniendo una buena cartera de pedidos. O que algunos puedan estar haciendo negocios históricos con la energía, porque producir un kilovatio eólico o un kilovatio hidráulico cuesta los mismos pocos céntimos que antes, mientras toda la cadena productiva del país se arruina.
Igual de contradictorio es reclamar medidas extraordinarias para enderezar el rumbo económico y, al tiempo, cortarle las manos a cualquiera que intente llevar a cabo el más mínimo cambio. Así acabamos por conformarnos con paliativos de muy dudosa eficacia, como hace Cantabria al subvencionar a algunos sectores por los efectos de la guerra de Ucrania, porque afectados por la inflación y por la subida de combustibles somos todos. Mucho más discutible cuando no se tiene en cuenta si esa empresa está ganando o perdiendo dinero.
La solución no está en tratar de tapar unas pocas de las miles de vías de agua que se han abierto, sino en actuar sobre el grifo que provoca la inundación, el precio de la energía, que ha sido el desencadenante de la inflación, aunque muchos otros aprovechen el río revuelto.
En esta ocasión no estamos viviendo una crisis de demanda, por querer comprar como locos, sino de oferta, y eso no se arregla con una mera subida de tipos de interés. Putin en origen, y el sector energético aguas abajo, pueden poner el precio que quieran a la energía porque estamos obligados a seguir comprándola, y eso encadena una espiral que empieza por el precio de los suministros, sigue con el IPC general y acaba con el alza de los tipos de interés, hasta desestabilizar todo lo que nos había costado tantos años estabilizar. Si en estas circunstancias no está justificado intervenir los precios de la energía, no lo estará nunca. Alberto Ibáñez