La toma de palacios en verano
En los veranos de antes no ocurría nada. Con el cambio climático, hasta las tomas de los palacios de invierno se hacen en estío. En pocas semanas, el PP ha pasado de la nada a hacerse con todo el poder en Cantabria, y probablemente en España; Higuera se convierte, por fin, en copropietario del Racing y la CEOE conquista la Cámara de Comercio. Muchos vuelcos para una región acostumbrada a perderse en la contemplación, lo que indica que la sangre está caliente y la gente necesita cambios. Pero algunos están saliendo caros.
Después de una larga vida profesional, podría poner ejemplos de chapuzas descomunales en todos los ámbitos, pero en esta ocasión quienes han dado la nota son los empresarios, empezando por su presidente nacional, que maniobró para impedir la continuidad de su antecesor impulsando una limitación de los mandatos y, ahora que le afectaba a él, ha eliminado la norma para poder continuar. Si un político hiciese algo parecido es probable que el país estuviese sublevado.
Lo ocurrido en la Cámara de Comercio de Cantabria tampoco les deja en muy buen lugar. La fallida votación inicial para elegir presidente fue el final de un desatino en el que las dos partes maniobraron torticeramente, unos, desde la CEOE, para tomar el control de esa institución, y otros, desde la Cámara, para retenerlo.
El empresariado cántabro tiene una larguísima historia de conflictos, casi siempre ocasionados por procesos electorales, en los que hemos visto de todo, y lo más banal es la costumbre ya generalizada en las patronales y en los colegios profesionales de convocar las elecciones por sorpresa para evitar que nadie tenga tiempo suficiente para armar una candidatura rival. Cuando la ha habido, y se ha llegado a enfrentamientos abiertos, las heridas han tardado en cicatrizar y, con esa excusa, quienes han estado al frente de la Cámara de Comercio de Cantabria han movido siempre los hilos con astucia vaticana para que no se presentase más de una candidatura. Un aparente oasis de paz que muchas veces enmascaraba un proceso negociador previo a cara de perro.
Ese era el guión previsto, una vez más, para estas elecciones, hasta que la CEOE, de forma impetuosa, decidió asaltar el palacio de invierno. Después de amagar y quedarse varias veces a las puertas, sabían que las murallas de la vieja entidad –que seguía teniendo un aire caduco y elitista– no resistirían, como así ha sido.
Tras muchas negociaciones, en las que Modesto Piñeiro trató de reconducir la situación, como había conseguido tantas veces, se vio obligado a tirar la toalla y renunció a volver a presentarse. Pero como en las películas, un inesperado giro de guión poco antes del final, acabó por dar al traste con el plan de la CEOE. El grupo de empresarios que tradicionalmente ha estado al frente de la Cámara, con la ayuda de los estatutos (ese reglamento que nadie lee salvo en momentos de crisis) armaron una maniobra de defensa tan inesperada como eficaz, derribando la lista rival, después de presionar a la Asociación de Hostelería para que desautorizase a su presidente, que formaba parte de la lista de la patronal. Con esta baja, toda la candidatura dejaba de existir. Y como el plenario ya estaba tomado por la CEOE, la alternativa tampoco podía salir adelante. Por tanto, hubo que repetir las elecciones, pero con un nuevo punto de fricción, saber desde dónde.
Afortunadamente, el asunto no ha acabado en los tribunales, lo cual ha evitado males mayores, pero eso no significa que haya salido gratis. Tanto quienes iniciaron esta maniobra desde la CEOE como quienes quisieron defender su fortaleza han empañado, de una tacada, el prestigio de la Cámara, el de la CEOE, el de los participantes en la primera votación y, de rebote, el de la Asociación de Hostelería, cuyo presidente fue desautorizado por su comité y obligado a abandonar la candidatura por la que se presentaba.
Es difícil encontrar en otros ámbitos un destrozo colectivo parecido. Es seguro que quienes han estado maniobrando en la trastienda desde hace meses para tomar el poder en la Cámara o para encastillarse en ella no imaginaban lo que podía llegar a ocurrir pero eso no les exime de culpas. El tiempo dirá si las rencillas entre empresarios que ha dejado esta lucha de poder se restañarán. Es verdad que la toma del Palacio de Invierno por los bolcheviques también fue una chapuza y pasó a la historia con grandeza pero este palacio de la Plaza Porticada merecía una solución mejor.
Alberto Ibáñez