La verdadera razón

En un país que no cree ni en lo que ve, hay nada menos que un millón de ciudadanos que poseen criptoactivos, esas monedas tan intangibles que ni siquiera podemos imaginar. Será por una necesidad compulsiva de adrenalina, como el auge de las apuestas o nuestro atávico empeño en generar una polémica cada día.

La propia vida se hace cada vez más peliculera, y ahí están los coches de policía de Santander persiguiendo por las calles a los camiones de basura, una escena propia de ‘Loca Academia de Policía’ que no se hubiera producido mientras el PP gobernaba la ciudad con mayoría, y no por ausencia de conflictos con las contratas sino porque se resolvían en la trastienda con más dinero público. Ahora se muestran impúdicos a la vista de todos, con todas sus truculencias.    

Enfrascados en tanto espectáculo, nos pasa desapercibido lo importante, el futuro de la financiación autonómica. El dinero que llegue a la comunidad en los próximos años definirá nuestro futuro, porque la riqueza que genera Cantabria por sí misma es insuficiente para mantener la estructura que hemos creado, incluso ahora que estamos a punto de alcanzar la cifra de ocupados más alta de la historia. Aquellos años que crecíamos por encima del 4% eran consecuencia de una alineación de planetas que no se va a volver a producir: un boom inmobiliario que llenaba las arcas de ayuntamientos y Gobierno; el Objetivo 1, que cual insistente gordo de la Lotería nos regalaba cada año unos 150 millones de euros suplementarios, y la aprobación del actual sistema de financiación autonómica que hace de Cantabria la comunidad que más dinero estatal recibe por habitante.

Los fondos de Recuperación van a ser una ayuda importante pero no tienen la misma consistencia en el tiempo que el Objetivo 1; el sector inmobiliario nunca más reverdecerá aquella locura y no podemos aspirar a mantener una financiación autonómica mejor que la del resto. A la sumo, igual. Pero esa es una batalla a librar, en la que se están dando los pasos oportunos buscando aliados. Y es bueno que sean comunidades tanto del PSOE como del PP, porque esa es una base muy sólida de negociación. Lo raro es que, en este país de pleiteadores, donde hay grupos parlamentarios que han convertido los tribunales en una tercera cámara, nadie haya recordado que la Constitución impide las alianzas entre regiones. Quienes la redactaron tenían en la memoria los precedentes de las dos repúblicas y pusieron mucho cuidado en evitar que se pudiese crear un contrapoder del Estado. Pero se trata de una prohibición que no resulta fácil materializar, a la vista de que existen muchos grados de coordinación y de la hipersensibilidad política en la que nos movemos. Cualquier veto sería entendido hoy como una intromisión intolerable del Gobierno central, incluso por aquellos que más defienden la Constitución.

Es evidente que Cantabria tiene una dispersión poblacional muy gravosa para los servicios públicos pero en estos años la región ha completado casi todas las infraestructuras del medio rural, lo que hace que el capítulo de inversiones tienda a disminuir, aunque no el gasto corriente, el del día a día.

Renovada la red de carreteras autonómicas; completada la de centros escolares y de salud; finalizadas la electrificación rural, las traídas de agua y la red de saneamientos; y muy avanzada la de telecomunicaciones, hay muchos gastos que deberían ir a menos, pero los Presupuestos de la comunidad van a más. Y la razón no está en el coste rural sino en la disparatada evolución del gasto de personal. Si al comienzo de la autonomía consumía en torno al 28% del Presupuesto (y en aquella época apenas se hacían obras), hoy se acerca al 50% si se añaden las plantillas de las empresas públicas. Una evolución insostenible e injustificable, aunque gran parte de ese aumento de personal se haya producido en sanidad y en educación.

Ponemos los pueblos como escudo ante Madrid, pero la auténtica razón es que hemos creado una estructura inasumible. El electorado siempre pedirá más médicos y más profesores, pero muy pocos países del mundo, incluidos los del norte de Europa, tienen mejor ratio de enseñantes por alumno o de sanitarios por habitante que nosotros. Pero también de kilómetros de carretera asfaltada por persona, o de centros públicos de todo tipo. Solo hace falta viajar para verlo.

‘Me gustaría tener dinero bastante para poder vivir como vivo’, dice un amigo socarrón. Es exactamente lo que nos pasa como comunidad.

Alberto Ibáñez

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