¿Por qué crecemos menos?

Cantabria creció el pasado año un 2,5%, según el consenso de los institutos de análisis, frente al 3,1% de media nacional. Esas seis décimas de PIB son preocupantes por sí mismas pero se trata de una carrera de fondo y eso supone, además, empezar rezagados las etapas siguientes. Aunque más tarde alcanzásemos la tasa media de crecimiento del resto (ni siquiera la de los mejores), las diferencias seguirán aumentando, porque la base de cálculo es inferior. El problema se acrecienta cuando eso ocurre de forma reiterada y los estudios apuntan que este año sucederá algo parecido o peor. El BBVA estima que España se desacelerará hasta el 2,5% pero Cantabria solo avanzará un 2%, la menor tasa del país junto a la de Asturias. 

Nunca hay que creerse del todo a los institutos de análisis, porque el año pasado se equivocaron de forma unánime y grosera al prever para España un crecimiento del 1,5% cuando la realidad es que fue más del doble, pero la tendencia de nuestra comunidad es muy evidente. Ni siquiera con la menor tasa de paro del país (7,8%) y unas temporadas turísticas de récord consigue seguir el ritmo de las demás, lo que debiera hacernos pensar sobre calidad y productividad de nuestros empleos.

El Gobierno cántabro confía en que el revulsivo sea la rebaja fiscal –en la idea de que es la fiscalidad lo que empuja la economía de Madrid– y en un plan de impulso de las pymes. Pero ni Cantabria tiene las inercias que tiene una gran capital internacional como es Madrid ni las pymes pueden aspirar a mucho más. Los rankings que publicamos desde hace muchos años demuestran que son escasísimas las que con el tiempo llegan a convertirse en empresas de cierto tamaño. 

Desde fuera es fácil ofrecer las recetas de éxito habituales: hay que apostar por la industria; hay que generar más suelo para las empresas; no podemos depender del turismo; hay que olvidarse de los sectores maduros… Pero la experiencia demuestra que tener un poco de todo suele evitar las grandes debacles. A la vez, la realidad invita a ser cauteloso; hace dos años, un puñado de empresas energéticas de nuevo cuño deslumbraban a los mercados españoles por su crecimiento y expectativas (eran los llamados unicornios) y, solo unos meses después, al hundirse los precios de la energía, varias de ellas pasaron a estar al borde de la suspensión de pagos. 

Cantabria pierde brillo y no por la atonía de un gobierno regional más preparado para apagar fuegos con dinero público que para liderar nuevos proyectos. Quienes iban a controlar el gasto han creado más subvenciones que nunca, sabedores de que con ello no van a perder a los votantes propios que tanto se quejaban de las paguitas y pueden atraer a los que necesitan para conseguir la mayoría en las próximas elecciones si para entonces Vox está fuera del tablero político, como consecuencia del enfrentamiento interno de sus cuadros en la región, y el PRC se desinfla sin Revilla.

El problema, en cualquier caso, no es político, por mucho empeño que pongamos en adjudicarles la responsabilidad de todo lo que nos ocurre. La economía local se apaga por falta de inversión privada endógena, a pesar del atractivo que tiene la región para ciudadanos de todo el país, convencidos de que es un lugar ideal para vivir, y ahí está el creciente interés de las grandes fortunas por tener casa en la región.

Si no conseguimos aprovechar este escenario tan favorable para un microcosmos de apenas 600.000 habitantes solo puede ser por unos pocos factores: la escasísima dimensión del mercado local, en el que se mueven la mayoría de las empresas y que las impide crecer, la falta de espíritu emprendedor y la pérdida del talento que formamos hacia mercados más atractivos. 

Cualquiera de los dos últimos son reversibles, si se estimula lo suficiente el asentamiento de emprendedores y el retorno de profesionales, más predispuestos ahora que los disparatados precios de la vivienda en Madrid o Barcelona anulan la diferencia salarial que allí pueden conseguir.

Hay otros factores que pueden influir, como la inversión estatal o las condiciones del territorio, pero lo cierto es que las infraestructuras de Cantabria no son peores que las de otras provincias y la inversión pública tampoco. De hecho, es la región mejor financiada por habitante y seremos mucho más conscientes de ello cuando se negocie el nuevo reparto.

Los lamentos funcionan muy bien en política, pero solo sirven para esconder la falta de iniciativa, y los malos datos están ahí. 

Alberto Ibáñez

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