Sin ideas no hay futuro
Todo el mundo dio por sentado que en el segundo semestre de 2022 se produciría una recesión, que no hubo, y los 24 institutos o centros de análisis que desde dentro y fuera opinaron sobre la evolución de 2023 estimaron que la economía española crecería un 1,5% cuando la realidad ha sido del 2,5%. Casi el mismo ojo que tuvieron al calcular el impacto de las sanciones impuestas por Occidente sobre la economía rusa. Vivimos en un mundo incierto y difícil de predecir y quizá por eso, solemos augurar los peores escenarios: Todo va a salir mal, lo cual es una forma de acabar provocándolo. Afortunadamente, la maquinaria que hemos creado funciona bastante bien por si sola, lo que compensa el empeño humano por complicarnos la vida más de lo que resultaría estrictamente necesario.
2023 ha sido un año razonablemente bueno, si dejamos al margen el insoportable enfrentamiento político, un factor que sobrevaloramos, porque en la vida diaria los desafíos son otros. Eso nos ralentiza, aunque, a la hora de la verdad, ni siquiera actuamos en función de tan negros presagios, y sirvan como ejemplo las largas colas para comprar deuda pública en las que seguramente estaban muchos de los que piensan que España va camino de la catástrofe y que, por tanto, no deberían tener ninguna expectativa de recuperar ese dinero.
El escenario inmediato no va a ser fácil, pero hay motivos para el optimismo. Nunca antes hubo tantas personas trabajando en el país y en Cantabria, donde apenas hay precedentes de tasas de desempleo tan bajas como las actuales. A cambio, se está disparando el absentismo de una forma insostenible, hasta el punto que hay multinacionales en la región que no se atreven a dar la cifra real al reportar a sus centrales, y cada vez resultan más necesarios los proyectos estratégicos, porque lo que producimos corresponde a una economía del siglo XX, no a la del siglo XXI. Las fábricas siguen siendo muy necesarias pero los auténticos motores de las grandes ciudades del mundo son esos servicios de alto valor añadido que están cambiando nuestra forma de vida.
Cantabria apuesta por todo (industria, turismo, informática, servicios públicos…), una cesta amplia que reduce los riesgos, porque siempre hay sectores que van mejor y otros que van peor, pero necesita proyectos estratégicos, apuestas decididas que impliquen a las empresas locales más innovadoras y a la población. Por su pequeño tamaño y por sus especiales circunstancias, nunca seremos un gran centro productivo pero sí podemos ser el laboratorio de muchas innovaciones. La práctica erradicación de la hepatitis C es un ejemplo de cómo se puede sentar un precedente mundial, gracias al empeño de un médico, Javier Crespo, del Gobierno de Cantabria, y de los propios laboratorios, que facilitaron el tratamiento a un precio más reducido con la expectativa de que su éxito en la región sería un argumento comercial para venderlo en otros lugares.
Este tipo de alianzas es beneficiosa para todos y se pueden extender a muchos campos, cuando contamos con una universidad de claro matiz politécnico, la UC, además de Uneatlántico y Cesine. Comprobar que dos científicos del Instituto de Física encabezan el ranking nacional de investigadores o la decena de premios que cada año reciben distintos servicios de Valdecilla como los mejores del país refuerza la certeza de que la comunidad autónoma tiene muchas bazas para salir al mercado internacional de la innovación y debe explotarlas más. A veces, se trata simplemente, de encontrar la persona capaz de integrar estos mundos que suelen vivir distanciados o que, directamente, se dan la espalda, el de la economía y el de la investigación, en parte porque muchas de esas bazas están en manos del sector público, que no pone ningún énfasis en sacarles rendimiento.
Los gobiernos entienden los Presupuestos anuales como una mera autorización para gastar y limitan el gasto productivo al capítulo de inversiones, cada vez porcentualmente menor, cuando deberían entender como inversión todo lo que gastan, desde los sueldos que pagan a la energía que consumen. Con un sector público que absorbe más del 40% del PIB anual y concentra dos tercios de toda la investigación, si cada euro se considerase de esa forma, tendríamos la herramienta necesaria para transformar la región. La economía privada local es cada vez más escuálida y si el sector público no pone sobre la mesa esas bazas que tiene en su mano y utiliza su consumo de manera estratégica, en lugar de contratar fuera muchos servicios o de atender a los emprendedores con unas meras palmaditas, esto se apaga. Se puede vivir de las pensiones, pero no tiene mucho futuro.
Alberto Ibáñez