Tragarse las palabras
Si de verdad nos tuviésemos que tragar las palabras cada vez que nos desdecimos, viviríamos momentos de indigestión general. Hace tiempo que las televisiones dejaron de consultar a los videntes para anticipar lo que podía ocurrir cada año, a la vista de que sus catastróficos resultados les dejaban en ridículo, pero el resto de los humanos no les vamos a la zaga cuando hablamos de las cosas serias, especialmente, al augurar catástrofes, y basta repasar periódicos atrasados en cualquier hemeroteca.
Salvo los entrenadores de fútbol, que nunca se mojan, todos las demás hacemos previsiones equivocadas. Desde los políticos que proyectaron aeropuertos inútiles a los técnicos de las compañías eléctricas que calcularon que España necesitaba más de 100.000 Mw de potencia para cubrir sus necesidades y levantaron centrales sin cuento que ahora están paradas porque la demanda nunca llegó a la mitad. También los empresarios que pensaron que las autopistas radiales de Madrid iban a ser un chollo y, probablemente, quienes daban por sentado que ganarían las elecciones si se anticipaban, a los que Tezanos ha acabado por meterles el miedo en el cuerpo, por ridículas que consideremos las encuestas del CIS.
La auténtica habilidad de los políticos no es evitar los errores sino salir airosos de ellos. Y lo consiguen cada día, amparados por la imposibilidad que tenemos los demás de procesar tantos acontecimientos que parecían impensables, surgidos de sus excesos verbales. El candidato de Ciudadanos en Cantabria, Félix Álvarez, no podía imaginar lo que le deparaba el futuro cuando atacaba ferozmente a Revilla preguntándose en público si alguien era capaz de concebirle a él, a Felisuco –atribuyéndose la condición de payaso– como candidato a la presidencia del Gobierno. Pues ahí está como candidato.
También le costaría digerir las palabras a Pablo Zuloaga, que tanto insistió en el relevo de Eva Díaz Tezanos, al frente del PSOE cántabro, “por haber tenido los peores resultados de la historia”. Lo probable es que el día 28 de abril, el PSOE los tenga aún peores, y en las regionales de mayo los socialistas se sentirán exultantes si consiguen un solo escaño más.
¡Cómo podían suponer los diputados rebeldes del PP de Cantabria en aquella mañana de éxtasis, cuando pasaron de estar al borde de la expulsión a hacerse con el control del partido, por la decisión de Pablo Casado de nombrar candidata regional a Ruth Beitia, que la tortilla se volvería a dar la vuelta otra vez y los que entraban por la puerta salían por la ventana!
Cuánto bicarbonato necesitarían para tragarse las palabras aquellos otros que consideraban intolerable que Rajoy gobernase a golpe de decreto, o los nuevos partidos que venían a restablecer la honorabilidad en la política y la han llenado de tránsfugas, o el presidente de la patronal cántabra, a quien tanto le urgía decidir las líneas maestras del desarrollo regional, dando a entender que el Gobierno es incapaz de hacerlo, y cuando por fin tiene el plan ha salido discretamente de escena sin que nadie parezca echar en falta lo que iba a ser el bálsamo de todos nuestros males.
Las contradicciones flagrantes no son nuevas, pero en los últimos cuatro años hemos llegado al paroxismo. Empezamos borrando los tuits, seguimos corrigiendo los currículos y vamos a acabar negándolo todo por principio. En su declaración sobre el procés, a Rajoy, Sáenz de Santamaría y Zoido solo les faltó olvidar que habían pasado por el Gobierno.
Las palabras no se las come nadie, por mucho que se diga, pero sí se las lleva el viento. Son puro aire, incluso las que quedaron escritas. Por eso, los únicos programas que siguen los electores son los de la tele, y los únicos asistentes a los mítines son esa coreografía tan de moda que aparece a las espaldas al líder con el único fin de que salga arropado en las fotos. Un teatrillo permanente del que no conviene creerse casi nada. Como ocurre con los presupuestos, lo único fiable es juzgar lo que se hizo, y más esta vez, en que las promesas han llegado al paroxismo, con ofertas de gasto y reducción de ingresos que generarían el asombro de un mago.
El más consciente de que las palabras hay que tragárselas es Revilla, que en su última reelección –a la que no se iba a presentar– se curó en salud y advirtió a los presentes que “si me diese un aire y, dentro de cuatro años, tuviese la ocurrencia de volver a ser candidato, me lo impidáis por la fuerza’. Quién sabe si va a ocurrir.
Alberto Ibáñez