Treinta años
Hay quien ha esperado a la pospandemia (si es que ya estamos en eso) para recuperar las celebraciones que quedaron embalsadas, como si estos veinte meses no hubiesen existido. Es voluntarioso, pero la vida no concede prórrogas para compensar el tiempo que el balón estuvo parado. Los hemos vivido, mejor o peor, y el reloj no se ha detenido.
Cantabria Económica apareció hace ahora treinta años y su existencia es una prueba más de que el tiempo está construido a jirones, rachas para las que casi no nos alcanza la memoria. Era un tiempo feliz para casi todos, de fuerte crecimiento y a las puertas de dos acontecimientos que iban a demostrar de lo que era capaz España, la Expo y los Juegos Olímpicos, todo a la vez. Pero los proyectos suelen estrellarse con la realidad y en aquel otoño de 1991 todo se nubló en Cantabria: se acababa de hundir Intra, dejando un agujero de más de 200 millones de euros; cerraba Sniace, con pocos visos de reabrir, aunque lo consiguió; y desaparecía Pepe el del Popular, volatilizando 30 millones de euros de ahorro local. Parecía solo una mala racha pero aquella crisis empezó en Cantabria un año antes que en el resto del país y acabó un año más tarde. Un cuatrienio desastroso, con un gobierno regional desquiciado, una deuda pública espantosa y una completa parálisis, porque la autonomía no tenía dinero para gastar y tampoco lo tenían quienes no cobraban.
Esos cuatro años iniciales nos vacunaron para casi todo, y aunque por fin llegó un largo ciclo bonancible para Cantabria, gracias a los fondos del Objetivo 1 y al retorno de la cordura al Gobierno regional, otra crisis dramática nos puso los pies en el suelo en 2008, cuando tocábamos el cielo y los crecimientos anuales eran del 4%.
Bajar a Segunda División con un presupuesto hecho para la Primera puede resultar catastrófico si el bache se alarga, y la crisis financiera-inmobiliaria duró casi una década. Un tiempo mucho más duro que este de pandemia, aunque la mala memoria nos lleve a pensar que lo más reciente es lo peor que hemos vivido. Es innegable que lo ha sido para quienes han sufrido gravemente la enfermedad, para los fallecidos y para sus familias, pero los mecanismos sociales han funcionado ahora mucho mejor. El sector más afectado por las consecuencias de la epidemia, la hostelería, ha perdido en Cantabria un 4% de los negocios y un 7% de los empleos. En la crisis anterior, la construcción pasó de 38.000 ocupados a 15.000 y dos de cada tres empresas desaparecieron de su censo sin que nadie saliese a la calle con una pancarta para defenderlas, ni hubiese declaraciones de apoyo, ni ayudas ni medida excepcional alguna, salvo el efímero Plan E de Zapatero. Simplemente, hicimos como si la construcción nunca hubiera existido o, peor aún, como si nos hubiésemos librado de una actividad molesta.
Tan injusto (los constructores construyen lo que les dejan) como erróneo, porque las empresas que se hundieron se llevaron por delante a muchos proveedores, originando una cadena de quiebras que, a la vista de las medidas que ahora ha tomado el Gobierno con la complacencia europea (los ERTEs y la liquidez a discreción del ICO), sabemos que se podía haber moderado.
Son algunas de las enseñanzas que hemos podido sacar en estos 30 años. Un tiempo en el que hemos tratado de reflejar lo que se hace y no lo que se dice, para huir de esa adulteración intolerable del periodismo que ha pasado a dar más importancia a las declaraciones que a los hechos. Esa funesta manía de ponerle el micro cada día a quien gobierna o a quien se opone, en función de la ideología del medio, hasta crearnos una realidad paralela y casi siempre falsa, como si el ciudadano de a pie no fuese capaz interpretar lo que ocurre sin que alguien se lo ofrezca ideológicamente digerido.
Cantabria Económica ha procurado recoger la realidad de las personas y no la de los políticos. Siempre con la voluntad de reconocer el sacrificio y la iniciativa, ejemplos positivos que sirven de estímulo a los demás. Con ese mismo fin creamos el Círculo Empresarial, cuyas reuniones ya podemos reemprender, para ofrecer un lugar de encuentro a los empresarios de la región, que se conozcan y hagan negocios entre sí. Una decisión de la que estamos absolutamente satisfechos, tanto que animamos a cuantos quieran sumarse, mientras tengamos espacio suficiente para acogerlos.
Hemos superado estas tres décadas gracias al esfuerzo de muchas personas que pasaron por la revista y con las que tenemos una deuda impagable, de los anunciantes y de los lectores. De todos cuantos acogieron y acogen con cariño nuestro producto, del que deben sentirse protagonistas.
Alberto Ibáñez