Un debate lleno de trampas

El debate de la financiación autonómica tiene más trampas que aquellas viejas películas de chinos llenas de efectos especiales casposos. Es tramposa la posición de los socialistas, que no aclaran el coste del acuerdo con los nacionalistas catalanes, y es tramposa la del PP, al negarse a aclarar cuál es su modelo de reparto, a excepción de no aceptar un ‘cupo’ para Cataluña. Nadie enseña sus cartas, porque el que las desvele pierde la batalla de la opinión pública, y esta estrategia de tensionar al rival hasta llegar al abismo amenaza con despeñarnos a todos.

Si el modelo de financiación autonómica lleva una década vencido y ningún partido ha puesto especial empeño en actualizarlo es porque todos son conscientes de que lo que interesa a unas autonomías va en detrimento de otras, y eso tiene muy mala venta política. Sobre todo para el PP, que gobierna en 13 de las 15 comunidades con régimen común, y trata de evitar que en las negociaciones para fijar el reparto de los fondos recaudados por el Estado se enfrenten a cara de perro, porque ahí no valdrán los colores políticos. Buruaga no puede volver a Cantabria después de haber firmado un acuerdo hecho a la medida de Madrid, porque la opinión pública y la oposición se le echarían encima, con el riego de tener que enfrentarse, incluso, a una moción de censura.

Feijóo necesita una fórmula que evite los desgarros internos, y ha decidido que sea únicamente Génova la que tenga voz, o lo que es lo mismo, que los barones no pinten nada y los intereses de cada autonomía tampoco. Esa supuesta ventaja de la unidad negociadora le permite, además, focalizar todo el debate en el cupo catalán, que le aporta votos, en lugar de quitárselos, como ocurriría si sus autonomías se enfrentan entre sí.

Es obvio, por otra parte, que Sánchez anhelaba la apertura de este melón, sabedor de que es un campo de minas para el PP.

En una entrevista reciente, el exconseller de Economía catalán Mas-Colell, nacionalista, declaraba que todo el debate sobre la financiación autonómica quedaría resuelto si todas recibiesen los mismos recursos por habitante que Cantabria (la que más obtiene en la actualidad). Desconoce que, incluso en estas condiciones, en Cantabria nos vemos obligados a hacernos trampas cada año para poder cuadrar los presupuestos, dotando a la sanidad con 200 millones de euros menos de lo que realmente gasta, y a rebañar desde el otoño lo que aún no han gastado las otras consejerías para poder pagar las nóminas de los últimos meses del año.  

Ni siquiera con la cuantía que recibe actualmente Cantabria podemos cubrir el coste de la autonomía, por lo que imaginemos lo que ocurriría si el modelo se reforma a la medida de las pretensiones de Madrid o de la Comunidad Valenciana, que son comprensibles. Dado que el dinero que llega de Estado supone nada menos que el 85% de los recursos que maneja el Gobierno cántabro, acabaríamos peor que Maduro, adelantando la navidad a julio, con orden estricta a las consejerías de no autorizar ningún gasto a partir de esa fecha.

A esta sarta de mentiras e ideas equivocadas hay que añadirle las medias verdades, como la suposición de que todo encajará si la tarta a repartir es más grande, cuando en este asunto, lo que no va en lágrimas se gasta en suspiros, y si el Estado –que ya no puede endeudarse más–, incrementa notablemente la cuantía a repartir, ese dinero saldrá del que destinaban los ministerios a las inversiones en las comunidades autónomas, de forma que lo que recibamos con una mano nos los quitarán con la otra.

Todas estas trampas van a tener una vida mucho más corta de lo que suponen quienes las están sembrando. La ‘postura unánime’ del PP se quebrará a medida que se vaya dibujando con más claridad el sistema de reparto, porque si satisface a Madrid (dando más valor a la población), Cantabria, que necesita que se valore el sobrecoste de la dispersión y el envejecimiento, tendrá que cerrar muchos servicios, como el del transporte escolar, en el que gasta 120.000 euros diarios, más de lo que emplea Madrid, con 13 veces más alumnos.

Ni Buruaga podrá asumir un modelo que nos perjudique solo porque lo diga Feijóo para atender a sus barones de Madrid o Valencia, ni podemos admitir regalos que acabaremos pagando, como el que quiere hacernos Sánchez. Estamos ante el asunto más serio de todos los que tiene que negociar el Gobierno cántabro en la legislatura, porque nos jugamos la propia autonomía, y resultaría ridículo dejarlo a lo que diga y negocie un tercero, que tiene problemas más urgentes e importantes para él que los de Cantabria.

Alberto Ibáñez

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