Un éxito desconcertante
Hace una década, las oficinas del paro cántabras registraban casi 60.000 desempleados y, quizá por la desesperanza imperante, esa cifra demoledora apenas suscitaba comentarios. Hoy solo tenemos 22.400, según la EPA. Hubiesen tenido que llegar medio centenar de fábricas del tamaño de la antigua Bosch de Treto, la más grande de la región, para generar esos casi 40.000 empleos de diferencia, algo que ni se nos pasa por la imaginación. ¿De dónde procede, entonces, semejante milagro?¿Por qué suscita tan poco entusiasmo tener las mejores cifras de empleo del país?
El desempleo es un fenómeno lleno de matices y de misterios. Si hurgamos un poco, es verdad que la baja tasa de paro actual de Cantabria (poco más de un 8%, frente al 12,5% de media nacional) encubre muchos empleos a tiempo parcial cuyos ocupantes desearían trabajar toda la jornada. También incluye a fijos discontinuos, que pasan meses sin trabajar y a los muchos contratados por las administraciones en sanidad, educación o para trabajos municipales. Pero incluso depurando estas circunstancias, seguiríamos teniendo un empleo muy superior al de la última década y media, más sorprendente aún cuando no nos hemos recuperado de una pandemia, una crisis de materias primas, una guerra y una inflación galopante.
Si alguno de los organismos públicos (o la oposición) se tomase la molestia de analizar por qué sucede esto, quizá pudiésemos entender mejor cómo funciona el empleo en España, un misterio equiparable a la Santísima Trinidad. Es insólita tanta desgana cuando el empleo es la llave maestra del sistema: aporta felicidad, en la medida que ayuda a cumplir los objetivos personales y familiares; genera consumo y hace arrancar la máquina de la economía. Con sus cotizaciones, ayuda a reducir la gigantesca brecha de las pensiones y evita consumir prestaciones de desempleo. Incluso resuelve el reemplazo generacional, al impulsar nuevos hogares.
Es la piedra filosofal y, al tiempo, la piedra en la que tropieza nuestro país una y otra vez. Entendía el fallecido profesor Ontiveros que la economía no es la ciencia de hacer dinero, como mucha gente cree, sino la que se encarga de conseguir más felicidad aprovechando mejor los recursos existentes. Y si de algo no cabe duda es que en materia de empleo, gestionamos muy mal los recursos.
En Cantabria estamos ya el borde del pleno empleo técnico, porque ni en las mejores épocas hemos conseguido bajar de ese 8% de paro a pesar de crecer la población activa, que ya está a cinco punto de la de Dinamarca, por ejemplo, cuando hace unos años nos separaban más de 20. Por tanto, deberíamos estar más cerca cada vez del estándar europeo de renta, pero no lo estamos, y ese es otro de los misterios del empleo. Allí hay trabajos tan atractivos que nadie quiere ir a la administración; aquí, en cambio casi nadie querría ir a la privada si pudiese encontrar acomodo en la pública.
Compartimos, además, ese extraño arcano nacional, que el empleo crezca más que el PIB, algo desconcertante incluso admitiendo que generamos puestos de escaso valor añadido y baja remuneración.
Convertirse en mileurista en 2008 era una especie de condena para cuantos entraban en el mercado de trabajo. Década y media después, y con una inflación del 10% que lo devalúa aún más, casi es una aspiración. El reloj se nos ha quedado parado en España, sin que sepamos exactamente por qué el mismo trabajo y ejercido con la misma diligencia vale la mitad que en un país centroeuropeo. El día que averigüemos el motivo y podamos abordarlo desatascaremos muchos de los problemas que tenemos con la financiación de las pensiones, la fiscalidad, el consumo y hasta el estado de ánimo.
Mientras tanto, seguiremos aceptando con naturalidad paradojas como tener más facultades de Medicina que ningún país del entorno y no producir médicos suficientes para cubrir nuestras necesidades; que las empresas no encuentren informáticos, chóferes, albañiles, soldadores o camareros y que nuestros ingenieros se vayan a trabajar a Alemania.
Congratulémonos, no obstante, de haber alcanzado un número histórico de trabajadores, de tener la menor tasa de desempleo del país y más turistas que nunca. ¿Que en septiembre todo empezará a ir mal? Es posible, pero lo seguro es que si repetimos machaconamente esta idea, sucederá. No conviene sufrir a crédito por algo que no sabemos si ocurrirá, y menos aún agravarlo creando un clima de temor que solo conduce a frenar las inversiones y el consumo.
Alberto Ibáñez