Viento siempre a la contra
Hay vacunas que no funcionan y a nadie le importa. Cada cierto tiempo tenemos una burbuja económica, lo que indica que el ser humano ni se inmuniza con sus errores ni escarmienta. Está muy reciente la inmobiliaria-financiera y ya tenemos encima la energética, que no aprendió de esas dos ni de la desastrosa cosecha de los huertos solares, que se agostaron cuando dejaron de ser regados por las subvenciones públicas.
No se trata de dilucidar si aquellos inversores fueron engañados o no por un señuelo político que luego les dejó en la estacada, sino de analizar por qué se convierte en tendencia cada cinco o seis años una tecnología de generación eléctrica y se suman a ella con tanto entusiasmo incluso quienes antes se reían de que alguien propusiese seriamente que el futuro estaba en los aerogeneradores o en la energía solar.
Ellos ya venían de otra ola, la de las centrales nucleares. Cuando a comienzos de la transición se decidió la moratoria nuclear en España, se acumulaban sobre la mesa del Consejo de Ministros más de veinte proyectos de centrales, que nunca se hicieron, una de ellas cerca de San Vicente de la Barquera. Poco a poco, aquella fiebre por el átomo se fue disipando y a día de hoy ninguna compañía eléctrica parece dispuesta siquiera a considerarlo, simplemente porque la inversión no es rentable.
Lo mismo ha pasado con los ciclos combinados de gas. En Cantabria hace solo quince años se habían solicitado tres, de los que finalmente no se autorizó ninguno, lo que, a la vista de lo ocurrido más tarde, seguramente ha provocado un suspiro de alivio entre quienes los promovían, porque las horas de uso no los justifican económicamente. También se han salvado los concesionarios de licencias para el fracking, a quienes las protestas populares les hicieron un gran favor, porque con un petróleo barato (y llevamos años) no tienen ninguna viabilidad.
Poco después llegó a Cantabria la fiebre por los aerogeneradores, aunque seguimos prácticamente en el punto de partida, después de un renuncio inicial, el del Plan Eólico de 2010, que el Gobierno de Ignacio Diego tumbó nada más llegar, con la ayuda de los tribunales, convencido de que así podría hacer un nuevo reparto.
Ha pasado una década desde entonces y nunca se produjo ese reparto, por lo que muchos promotores buscaron otras vías, como el hacer proyectos de gran tamaño o incluir varias provincias, para trasladar la responsabilidad al Ministerio y eludir una administración autónomica en la que casi nadie quiere mojarse, empezando por los funcionarios que deben firmar las autorizaciones, por temor a acabar en los tribunales. Se tramiten por una vía o por otra, el proceso va a encallar por segunda vez. La radical oposición a los aerogeneradores del expresidente de la CEOE cántabra y hoy diputado popular Lorenzo Vidal de la Peña, que ha molestado profundamente a muchos empresarios del sector, es un claro indicio que el PP va a dejar a PRC y PSOE todo el coste político que van a tener las licencias, algo que no van a poder permitirse con las elecciones a la vuelta, y cuando sus propios alcaldes acaben posicionándose en contra para salvar sus sillones.
Es evidente, en cualquier caso, que en Cantabria no se pueden instalar todos los molinos que se han solicitado; que hay que excluir muchas zonas y que no caben torres de 168 metros de altura (para hacernos una idea, la chimenea de Solvay tiene 140). Pero también hay que evitar el papanatismo de los cristalitos de colores. Los aerogeneradores no generan empleos ni riqueza, salvo en las obras de instalación, y la prueba está en los páramos del norte de Burgos, donde la siembra de molinos no ha resucitado ninguno de sus pueblos. Hace años que se telecomandan desde cientos de kilómetros de distancia y solo requieren mantenimiento.
Tampoco tiene ningún sentido la teoría de que Cantabria necesita ser autosuficiente energéticamente, porque en ese caso nunca se hubiese desarrollado Madrid, que importa toda la electricidad que consume. Hace dos siglos que el economista inglés David Ricardo dejó sentado que la riqueza de las naciones no proviene de tenerlo todo, sino de hacer algunas cosas mejor que otras. Cantabria, en cambio, tienen muchas posibilidades de almacenamiento energético, que puede resultar su auténtica contribución a la causa, y ha de apostar por la eólica marina, una energía abundante y poco conflictiva que sí va a ser el futuro. En tierra, nos espera un rosario de conflictos y deslealtades políticas que nadie va a poder afrontar. Lo veremos. Alberto Ibáñez