Alpacana: Prendas con lana de alpacas cántabras
Ana María Lus cría alpacas en una granja en Guriezo, teje su lana y la convierte en moda
Más del 90% de la lana de alpaca que se consume en el mundo procede de Perú pero su elevado valor ha provocado la proliferación de muchas ganaderías en Europa. Cantabria no ha sido la excepción. Hace dos años, la guriezana Ana María Lus puso en marcha Alpacana, un proyecto que incluye desde la cría de alpacas a la elaboración de prendas de ropa artesanales a partir de su codiciada fibra. Así se ha convertido en la ganadora de la última edición del programa nacional Gira Mujeres, de Coca-Cola.
Por: David Pérez
El valor paisajístico y el contacto con la naturaleza no garantizan la vida en el mundo rural y cada vez aparecen más actividades orientadas a aprovechar de alguna forma sus enormes recursos.
Hace dos años, la guriezana Ana María Lus, que nunca había tenido una relación previa con la ganadería, puso en marcha en su localidad una granja dedicada a la cría de alpacas, una especie andina emparentada con los camellos que produce una de las lanas más valiosas del mundo. Podría haberse conformado con tener una ganadería tan exótica y vender la lana a los mayoristas pero decidió hilar ella misma la fibra de sus alpacas y tejer prendas de vestir ecológicas y de gran calidad.
Aunque el rendimiento de su negocio es pequeño y no le permite vivir de ello, su proyecto, Alpacana, ha sido uno de los tres ganadores de la última edición del programa nacional Gira Mujeres, organizado por la compañía Coca Cola. Un aliciente más para convencerle de no cejar en su iniciativa: “Para mí esto no es un negocio, sino una forma de vida”, deja claro.
En 2014, su hermana le habló de la existencia de una granja de alpacas en la región y no dudó ni un instante en visitarla. “Fui allí y me enamoré de los animales, porque son muy especiales”, asegura.
A partir de esa primera toma de contacto, fue realizando cursos de formación de ganadería extensiva, manejo de lana, hilado y telares, con la idea de convertir su pasión en un negocio rentable.
Una vez adquirió los conocimientos que necesitaba para hacerse cargo de su futuro rebaño, acudió a un propietario de alpacas para contactar con una granja de la región francesa Poitou-Charentes, donde compró sus primeros ejemplares.
Tras un largo viaje por carretera, el 26 de febrero de 2017 llegaban a su finca nueve alpacas, a las que puso nombre con la ilusión propia de una ganadera primeriza: Frederique, Dream Catcher, Dorothy, Petronella, Anastasia, Christina, Kagami, Cassandra y Sandrina. Ahora cuenta con 17, cinco de ellas nacidas en su explotación de Guriezo.
Al principio se centró en animales de pelo blanco, pero en estos momentos tiene reses con varios tonos de marrón e incluso un semental de color negro.
Al compaginar su trabajo en un supermercado con el cuidado de los animales, las 24 horas que tiene el día le resultan insuficientes, pero la ilusión que le genera su proyecto supera las adversidades que se va encontrando. Lus dispone de una finca separada en tres zonas, para que el pasto se vaya renovando adecuadamente, y también mantiene los animales separados por géneros, de modo que los machos y las hembras se ven pero no se juntan. Eso sí, “entran y salen cuando quieren, bien a pastar o a tomar el sol”, apunta.
Las alpacas son originarias de los Andes peruanos, donde habitan alturas que van desde los 3.500 a los 4.500 metros (muy superiores a las cotas más elevadas de Cantabria) y soportan condiciones meteorológicas extremas, con temperaturas que bajan a los 20° bajo cero y suben hasta los 30°C en un solo día, lo que hace que la vegetación sea escasa. Por eso, a los animales no les cuesta nada adaptarse a su nuevo hábitat de Guriezo, que tiene un clima mucho más benigno y pastos abundantes. “Mis animales viven mejor que yo, para ellos es el paraíso”, bromea su propietaria.
El único pero es que la animosa ganadera tiene que suministrar algunas vitaminas a las alpacas para compensar el déficit de exposición solar, ya que en su lugar de procedencia hay más horas de luz, sobre todo en invierno.
“Antes de ir a trabajar, procuro dejar los animales arreglados”, explica. A la vuelta, cuando no está atendiendo a su ganado, Ana María se encuentra en el taller que ha instalado en la parte superior de su domicilio para procesar la lana. Allí dispone de toda la maquinaria necesaria para hilar la fibra: peinadores; una cardadora que prepara la lana para el hilado; una rueca y un huso; una devanadora para extender y medir la lana; y una ovilladora para enrollar el hilo.
Una lana especial
Cada vez es más habitual encontrar esta especie exótica en ganaderías del norte de Europa y España. Los incas, que conocían desde tiempos inmemoriales las prestaciones de su lana, la llamaban la fibra de los dioses, y no es para menos. Según Ana María, se trata de una lana extraordinariamente fina, hipoalergénica (no produce reacciones alérgicas ni provoca picores en la piel), es tres veces más perdurable que la de oveja y repele la humedad. Además, es térmica en invierno y refrescante en verano. Por si fuera poco, cuenta con una amplia gama de colores naturales, 22, que incluyen los béis, marrones, grises y negros. “Los colores son tan bonitos que no merece la pena teñirlos, aunque el blanco es el que da más juego”, subraya.
En caso de optar por el teñido, ella se decanta por tintes naturales. El único producto químico que utiliza en todo el proceso es un fijador, para que el color quede bien impregnado.
La escasa producción de lana de cada alpaca y sus muchas cualidades encarecen el producto final y reducen el número de potenciales compradores. Se enfrenta, además, al escaso conocimiento que tiene el cliente nacional sobre las bondades de la lana de alpaca, claramente inferior al de un ciudadano de Perú, un país que produce más del 90% de la que se consume en el planeta. Eso lleva a que el público se extrañe de los precios: “No todo el mundo está dispuesto a pagar 100 euros por una prenda”, lamenta.
Las explotaciones de alpacas en el territorio nacional siguen siendo muy pocas y eso tiene otra consecuencia, la ausencia de empresas dedicadas a la hilatura industrial, una actividad que podría agilizar enormemente el procesamiento de la lana. “Ahora que no tengo muchos animales, puedo hacerlo yo, pero cuando tenga más va a ser imposible”, advierte Ana María.
Ella se hace cargo de todos los cuidados de las alpacas, salvo la esquila, que delega en otro ganadero. La retirada de lana se hace una vez al año y en primavera. De los dos kilos que se obtienen al rasurar cada animal, solo uno es el de gran calidad, el tejido procedente del lomo. Es el más fino y el que se destina al hilado, mientras que la lana de las patas y el cuello se utiliza para fieltro (tela sin tejer que se obtiene por prensado). Tampoco es idéntica la lana de cada corte. La primera esquila se hace cuando el animal cumple un año y en ella se obtiene la alpaca baby, la lana más fina y que mejores condiciones textiles tiene y por tanto, la más codiciada.
Con la lana que obtiene, la ganadera de Guriezo teje accesorios y complementos de moda, como gorros, calcetines, chales, guantes y bufandas, porque un jersey es una tarea que “lleva mucho tiempo”, pero su idea es confeccionar prendas de todo tipo.
En estos momentos, está en negociaciones con una tienda de Castro Urdiales para comercializar en ella sus productos y pretende hacer colaboraciones con otros artesanos. También quiere ensayar la mezcla con otras fibras naturales, de oveja o cabra, para que el tejido resulte menos caro. Reconoce que, mientras los etiquetajes no dejen perfectamente claro si se puede utilizar la denominación alpaca cuando se usan mezclas, para ella no será fácil competir en precios con tejidos que se están vendiendo como alpaca en el comercio, y que solo llevan un 2% de esta fibra.
Visitas
Cuando Ana María sopesó la viabilidad del negocio, diferenció tres posibles mercados. Por un lado, el cliente ecologista que está dispuesto a pagar una cantidad mayor por un producto libre de sustancias químicas y que se ha obtenido teniendo en cuenta el bienestar del animal; por otro, las fábricas textiles, una opción todavía lejana; y, finalmente, los usuarios que quieren vivir la experiencia de visitar la granja, alimentar las alpacas, verlas de cerca o participar en alguna de las fases de procesamiento de la lana.
Las granjas de alpacas como la de Ana María siguen siendo una curiosidad en Cantabria, por su escaso número, pero dejan entender que la ganadería del futuro será mucho más diversificada que la del pasado.