‘Capi’, radiografía de un emprendedor
David García fundó la primera escuela de surf en 1991 con solo un cartel en la playa de Somo
En 1991 el surf no era ni mucho menos un recién llegado a nuestras costas, llevaba ya más de 25 años en Cantabria. Había una importante comunidad surfera, revistas especializadas, boutiques, fabricantes de tablas, neoprenos y textil, e incluso algún intento de surfista profesional… Lo que a nadie se le había ocurrido hasta entonces era cobrar por impartir clases para aprender a deslizarse sobre las olas. David García Ara, ‘Capi’ (Santander, 1974), era un joven de 17 años que, mientras el resto de sus compañeros de instituto pensaba en la selectividad o en la carrera que elegirían para ir labrándose un futuro, soñaba con dedicarse al surf, viajar y competir. Para eso necesitaba dinero y no encontró mejor forma que cobrar por sus tablas, trajes de neopreno y conocimiento para que la gente aprendiese a surfear en Somo.
Sin sospecharlo, estaba creando una fórmula que hoy en día, desde Cantabria hasta Cádiz, se repite en decenas de pueblos costeros. De la vieja y ruinosa caseta de socorristas de Somo a un local de más de 300 metros cuadrados en primera línea de playa; de dar clases a más de cuarenta alumnos él solo, a llegar a contratar a más de cuarenta personas en temporada alta.
En verano, su escuela tiene más de 40 trabajadores
El camino no ha sido fácil en un negocio en el que, cuando empezó, por no haber, no había ni tablas para principiantes, ni una pedagogía… Se aprendía a enseñar sobre la marcha. En este mundo tecnologizado, en el que parece que la única vía para la innovación sea la creación de una start up y el paso por una escuela superior de negocios, la historia de David García recuerda a la de los emprendedores de antaño. Apasionados, audaces y vocacionales. En definitiva, tipos hechos a sí mismos.
-¿Cómo surgió la idea, allá por 1991, de hacer una escuela de surf?
David García. -Surgió para poder viajar, conocer nuevos sitios y mejorar mi surfing, porque quería empezar a competir en campeonatos. La única fórmula que se me ocurrió para conseguirlo fue ofrecer clases de surf con mis propias tablas y trajes. Empezamos en la playa, con un letrero que anunciaba que dábamos clases de surf.
Mi madre no se lo podía creer cuando una amiga le dijo: “He visto a tu hijo dando clases de surf en la playa de Somo con un letrero…”. Ella respondía: “No, no, mi hijo está en el instituto”. Pero ahí estábamos un amigo y yo dando clases de surf en la playa desde principios de junio hasta finales de agosto. Y en septiembre nos fuimos con el dinero que habíamos conseguido a las Islas Canarias. Así empezó la Escuela Cántabra de Surf.
-¿Cómo se las apaña un estudiante de instituto sin ninguna idea empresarial para echar a andar su proyecto?
-En el año 91 no había redes sociales ni teléfonos móviles; no había forma de divulgar que tenías una escuela de surf salvo haciendo lo que hicimos, unos letreros con un número de teléfono fijo. Lo que sí compramos fue un contestador automático. Mientras estábamos en Somo dando clases, registraba los mensajes de los clientes y, luego, desde una cabina, les llamábamos para quedar con ellos en la playa, porque no teníamos ni sede.
-En el mundo del surf lo que se llevaba era ser autodidacta. ¿Costó mucho establecer un método de enseñanza?
-Sí que partíamos de la inexperiencia, porque nadie antes se había dedicado a ello. Al ser autodidactas, de lo primero que nos dimos cuenta fue que, al utilizar nuestras propias tablas, cuando enseñábamos a gente más grande que nosotros, era prácticamente imposible que aprendieran a ponerse de pie encima de la tabla. En cambio, con los niños sí lo conseguíamos. ¿Qué se nos ocurrió al año siguiente, cuando ya adquirimos la caseta que había a la entrada de la playa de Somo? Pues hablamos con el fabricante de tablas Full&Cas y le dijimos que necesitábamos unas más grandes, que llamamos fun board. Hicimos cinco, mucho más largas, más anchas, con más volumen, y nos dimos cuenta de que la gente podía aprender mucho mejor. Seguimos avanzando en el diseño de las tablas de aprendizaje hasta que surgieron las de espuma.
-¿Es cierta esa leyenda de que los surfistas de toda la vida no os tomaban en serio y sostenían que nadie pagaría nunca por aprender a hacer surf?
-No creo. La comunidad surfera en aquel momento era pequeña. Nos conocía la gente por competir en campeonatos. Igual sí que se nos criticó desde el mundo ajeno al surf por la imagen que dábamos con las melenas, un poco hippies, tocando la guitarra, haciendo hogueras por la noche en la playa… Gente que tenía negocios muy instaurados en Somo y eran muy incrédulos al pensar que el surf pudiera serlo también. Había gente que nos quería echar de allí a toda costa. De hecho, a los cinco años nos tiraron la caseta y no pudimos seguir dando clases en la playa, que era nuestro modus vivendi. Hemos estado viviendo en la caseta durante cinco años.
-Visto desde fuera, el negocio de las escuelas de surf parece muy estacional.
-Es cierto. La gente tiene vacaciones cuando las tiene, las empresas se paran en julio y agosto, y es cuando más gente hay. Se ha intentado desestacionalizarlo y hay gente que comienza a ver que es mejor el mes de septiembre o que octubre es increíble… Y mayo y junio… Pero la realidad es la realidad y en España las vacaciones siguen concentrándose en julio y agosto, con puentes, días sueltos…
-Igual que el sector de la hostelería siempre está temiendo que llueva, vosotros dependéis de algo tan incontrolable como las olas. ¿Cómo afecta a vuestra facturación que la mar esté en calma?
-Efectivamente. Y no sólo como escuela. Si no hay olas, lo notamos en la tienda, incluso con las ventas de algo tan básico como es la parafina, los inventos… Los trajes de neopreno no se desgastan… Si se mueve el mar, el surf funciona.
Para la escuela de surf lo ideal es que los días sean grises, haya poco viento y la ola sea constante, de un metro de altura todos los días, porque si hace mucho sol y hay muchos turistas de baño es algo muy engorroso. En cualquier caso, cada vez salimos antes a dar las clases… Intentas educar a los clientes que para coger buenas olas hay que madrugar, porque a las once y media de la mañana, en verano, salta el nordeste y arruina las condiciones.
‘Contraté mi primer empleado cuando vi que estaba dando clases ¡a 40 alumnos a la vez!
-¿Qué alternativas tiene una escuela de surf para estas ‘sequías’ prolongadas de olas?
-La ECS no engaña a sus clientes. Si hay un cuarto de metro de ola se puede dar una clase de iniciación perfectamente toda la semana, pero para la gente que viene a los cursos de surf más avanzados, optamos por anular clases, darlas en otros momentos del día… Si hay que suspenderlas, se suspenden.
-¿Cuándo se da uno cuenta que ha dado de lleno con el negocio, cuando los clientes se amontonan en la puerta o cuando otros le copian la idea?
-Al principio, la escuela era un modo de vida para poder viajar y hacer lo que nos gustaba hacer, que era surfear y competir, para lo que hace falta dinero. Soy de un barrio humilde de Santander y mi familia no tenía dinero para estas cosas. En aquella época, el surf en Cantabria era una movida de la gente del Sardinero; nosotros éramos unos chicos de barrio que comenzaban a hacerse un hueco en este mundo.
Los primeros años no me di cuenta que la escuela era un negocio. Cuando tiraron la caseta de la playa, cogí un local muy pequeño en el pueblo de Somo y estuve otros cinco años. Tampoco parecía que fuera un negocio, pero sí que cada vez iba viniendo más gente, y se fue corriendo la voz: “Hay una persona en Somo que da clases de surf”…
Contraté mi primer empleado cuando vi que estaba dando clases… ¡a cuarenta personas a la vez! Esto se me puede ir de las manos, pensé, y contraté a una persona en verano para que me ayudase.
Esos años pasé muy desapercibido, hasta que conseguí un local de 150 metros con un graffiti, y la gente dijo: “¡Coño!, este tío lleva diez años trabajando, primero, en una caseta en la playa; luego, en un local pequeño… ¡Y ha conseguido un local grande en primera línea!”. Ahí, y a raíz de la evolución de otras dos o tres escuelas que había en Galicia y en el País Vasco, el resto de surfistas fueron conscientes de que podía ser un negocio o una forma de ganarse la vida como otra cualquiera.
-La elección del nombre ‘Escuela Cántabra de Surf’ y el uso de la estela también ha creado una imagen de marca muy potente…
-El primer año se llamó ‘Escuela de Surf’ a secas. Luego se nos ocurrió que, como estábamos en Cantabria, era mejor llamarla Escuela Cántabra de Surf. La estela no es una estela cántabra real. En vez de simbolizar el sol, simboliza unas olas. La realizó mi primo Víctor García, ilustrador y pintor que imparte clases en el colegio Altamira. Luego, con ese logo hemos ido haciendo sudaderas, camisetas… una ropa que ha tenido siempre mucho éxito. Ahora incluso contratamos diseñadores, y cada año hacemos una colección distinta. Se nos ocurren multitud de logos y eslóganes para camisetas.
Todas las escuelas al final han optado por lo mismo. En la tienda, cada vez compramos menos ropa a las marcas y hacemos nuestro propio merchandising. Nuestra ropa nunca va a estar a la venta ni en internet, ni en una web tirada de precio, ni en outlets. El que la quiera solo la podrá encontrar en la Escuela Cántabra de Surf.
-Con el paso de los años y el crecimiento de la escuela, tu trabajo habrá evolucionado de estar a pie de playa a ser un poco más de despacho…
-Ahora es formar a la gente, crear un buen ambiente dentro del trabajo, tener un buen equipo de monitores. Desde siempre he intentado transmitir que las escuelas de surf deben ser de surfistas. Creo que quien mejor enseña el surf y de quien mejor se puede aprender es de un surfista. El otro lado de la moneda es la gente que ha visto negocio y se ha querido subir al carro. Hay mucha gente que parece surfista, pero sólo en el look.
-Como empresario autodidacta, ¿qué consejo le darías a un joven que tiene una idea y quiere crear su propio negocio?
-Primero, creer; segundo, no ser un iluso. Tienes que saber qué se te da bien y seleccionar un negocio relacionado con alguna de estas habilidades. Los que fracasan son los que no son realistas.
A mí, cuando tenía 16 años, se me daba bien coger olas, y he puesto energía, cariño y amor en esto. Y luego, esfuerzo. Hay que meter muchas horas.
A nivel empresa, hay que arriesgar y, muy importante, no comerte el beneficio. Todo lo que entra en la caja no es beneficio, hay que reinvertirlo en la empresa: en material, tablas nuevas, trajes… Si no haces esto, es imposible crecer, te estancas y se deteriora tu imagen y cómo te perciben tus clientes antiguos. Alguien que repite valora las mejoras en equipamiento, local…
Por último, en un mundo con tanta competencia como éste, con tantos inversores, hay algo que nunca te pueden quitar, la experiencia. Nosotros llevamos 28 años haciendo esto; dentro de mi equipo hay gente que lleva 18, 15 años, 9… Un negocio donde cada temporada hay un equipo nuevo es como volver a empezar. En cambio, el que mantiene a sus empleados garantiza que el que llega nuevo se pueda nutrir de esa experiencia y que la empresa crezca.
Eduardo Illarregui Gárate