Tok-Pok: El diseño también llega a las palas cántabras

Millán Castellano ha convertido las tradicionales palas de playa en productos personalizados

Las palas cántabras se empezaron a jugar en la playa de la Magdalena hace casi un siglo por iniciativa del santanderino Mariano Pérez y se han convertido en la banda sonora de muchas playas de la región. A diferencia de la gran mayoría de deportes, el objetivo no es ganar, sino disfrutar y cooperar para dar el mayor número de golpes a la pelota sin que caiga al suelo. Millán Castellano se formó en el tenis pero lleva veinte años dedicándose a la fabricación artesana de palas personalizadas con el nombre de Tok-Pok, que imita el particular sonido de este deporte.


Todo cántabro o persona que frecuente la región conoce el deporte de las palas cántabras. Al fin y al cabo, los practicantes forman parte de la estampa de nuestras playas. Juegan en la arena seca en parejas, tríos o cuartetos y, algunos de ellos, todos los días del año, sobre todo en las playas de El Sardinero y El Camello.

La historia de este deporte autóctono se remonta a 1929. “Aseguro que las palas nacieron un domingo de pleamar en la playa de la Magdalena allá por 1929, en una partida protagonizada por Mariano Pérez y sus amigos”, escribe Manuel Ruiz en su libro ‘Palas cántabras’.

Pérez, un forofo de los deportes, comenzó a jugar al tenis en la playa con una raqueta artesana hecha por su padre, zapatero, con hebras de ocho cabos, imitando a la burguesía que veraneaba en el Santander de la época.

La exposición de palas que tiene Tok Pok en sus instalaciones de Mogro.

Puesto que estas raquetas no duraban demasiado, encargó a un ebanista una raqueta de madera. El resultado tenía poco que ver con su predecesora, porque esa pala, inspirada en el modelo utilizado en la pelota vasca, era maciza y pesaba un kilo.

Es fácil imaginar que las reglas del juego surgieran un día en el que, forzados por la marea alta a jugar en la arena seca, se vieron obligados a prescindir del bote y jugaron a pasarse la pelota sin que se cayera.

Desde entonces, este deporte en el que no hay ganadores y cuyo objetivo es disfrutar de su práctica, se ha convertido en uno de los típicos de la región.

No se necesita un campo de juego, el número de jugadores puede variar y no es una competición para ver quien gana, sino un trabajo en equipo para conseguir aguantar sin que la bola caiga al suelo. Como no hay otra victoria que la satisfacción de conservar la pelota en el aire el mayor tiempo posible, las palas cántabras son un deporte muy particular.

Una vida entre raquetas y palas

Setenta años después de la creación de este deporte, Millán Castellano comenzó a fabricar estas palas artesanales buscando “seguir con la tradición pero mejorando su herramienta”. Así nació la marca Tok-Pok.

Castellano estudió Ciencias del Mar en la Universidad de Cádiz, pero toda su vida ha girado en torno al mundo de la raqueta.

Dedicado profesionalmente al tenis, incluso cuando vivió fuera de la tierruca jugaba en su tiempo libre a las palas cántabras, aunque la compatibilidad es más complicada de lo que parece. “Trabajaba como entrenador de tenis pero no podía con el brazo, que acababa destrozado después de largas jornadas de palas”, recuerda. Y es que las palas cántabras, aunque están fabricadas habitualmente en madera de haya, que no es de las más pesadas, no suelen bajar de los 700 gramos cada una. “Era un handicap enorme, y al volver a Cantabria me propuse hacer unas palas cántabras más ligeras y estéticamente más atractivas”.

Millán Castellano, en el taller, rematando una de las palas que fabrica.

Sin ninguna formación en carpintería, pero aplicando sus conocimientos del mundo de la raqueta y el método del ensayo-error, creó sus primeras palas. Las expuso en el escaparate de una tienda dedicada a los deportes de raqueta que poseía en Santander y los clientes comenzaron a preguntar por ellas. Ese interés le animó a fabricar más, bajo la marca Tok-Pok, una onomatopeya del sonido que producen las pelotas de tenis al chocar en las palas.

Sus primeras creaciones eran dos variantes de la pala cántabra, con un pequeño agujero entre el puño y la cabeza, y vivos colores, en lugar de los tonos naturales del haya. Además, les puso un puño, como a las raquetas de tenis. “Vendimos muchas palas. No me lo hubiera imaginado nunca”, recuerda sonriente.

Su técnica fue creciendo conforme lo hacía su taller de Mogro (Miengo). De las primeras palas, fabricadas a mano, hasta las actuales, ha ido perfeccionando mucho el proceso, aunque mantiene la esencia: “palas ligeras, bonitas y diferentes”.

Un amplio catálogo

“Las palas cántabras son especiales: grandes, pesadas y no muy manejables”, considera Castellano. “Siempre desde el respeto y tratando de mantenerme fiel a su origen en cuanto a forma y estructura, lo que modifico es la zona de los puños, los pesos y su manejabilidad”, explica. Sus Tok-Pok suelen estar entre los 500 y los 600 gramos, aunque las hay más pesadas, para quien lo prefiere así.

La marca también fabrica las ligeras que se utilizan en otras regiones litorales, aunque Castellano deja claro que son otro producto distinto: “Para mí las palas cántabras no deben pesar menos de 500 gramos. Si no, son simplemente palas de playa”, acota rápidamente.

Otro modelo muy popular son las llamadas palas free style o estilo libre, cuyos pesos oscilan entre los 400 y los 500 gramos. Son más pequeñas y permiten jugar con pelota de tenis. “Están a medio camino con las que se utilizan en Grecia o Brasil, y se juegan con bolas más rápidas”, explica.

Y es que esta afición playera no es exclusiva de Cantabria. Otros países tienen sus particulares versiones. En Brasil se juega a frescobol; en Grecia, a beach–racket, y en Israel, a matkot. Por lo general, utilizan palas más ligeras (en torno a 350 gramos) y pelotas más pequeñas, pero el modo de juego es similar al de Cantabria: fuerte y colocado. Por ello, Castellano también fabrica estos tres tipos de palas. “Creo que todas pueden convivir”, sostiene.

La gama que ofrece es aún más extensa, alrededor de veinte formas de palas que puede fabricar en unos 40 o 50 tipos de maderas, lo que genera miles de potenciales combinaciones.

Los precios al público oscilan entre los 25 euros que puede costar una pareja de palas sencillas hasta los 250 que puede alcanzar una sola unidad en modelos personalizados de alta gama.   

Producto personalizado

Las palas cántabras suelen estar fabricadas en haya, pero Tok Pok trabaja con muchas otras maderas para darles características diferentes o una personalidad inconfundible, como la que utiliza el propio Millán, de madera de muiracatiara, conocida popularmente como la del tigre, por sus marcadas vetas rojas.

Los diseños de las palas que fabrica Tok-Pok van de los convencionales a los más innovadores, en función de los gustos del cliente.

Uno de los productos estrella de la empresa son las palas alistonadas, en las que se mezclan distintos tipos de madera. Es una vía más para encontrar una impronta propia y diferenciadora. El empresario, que contagia la pasión por lo que hace en cada explicación, advierte sobre los muchos detalles que permiten conseguir esa individualidad en una pala. El cliente puede elegir el peso, la forma de la pala, el tipo o tipos de madera, si tiene corazón abierto o es de una única pieza, si lleva puños de piel o no… También se pueden personalizar los detalles decorativos: colores, grabados, dedicatorias…  “Cuando hacemos una pala muy especial para un cliente, podemos hacer otra parecida, pero nunca igual. Siempre habrá algo que la diferencie”, asegura Castellano.

Fabricación y clientes

El periodo de fabricación más ajetreado es el verano pero hace tiempo que mantiene la producción durante todo el año. “Nuestro trabajo cada vez está más desestacionalizado, porque el mercado es mucho más amplio que Cantabria, y las palas se utilizan más tiempo”.

Atribuye su éxito a la calidad de lo que hacen. “Damos confianza y la gente lo valora”, Reconoce trabajar con un precio mayor que los asiáticos, “pero competimos con otras cosas”. Gracias a esas diferencias, calcula haber fabricado ya más de 40.000 palas. “Solamente para una empresa cervecera, hemos hecho cerca de 15.000 en los últimos cuatro años”, revela.

Y es que sus clientes son de dos tipos: los particulares –que suelen llegar por el boca a boca o por las redes sociales– y las empresas o marcas, que compran grandes cantidades. “Piden determinadas características, la calidad que estiman necesaria, su logo…”, detalla el empresario, y añade satisfecho que “el hecho de que marcas de reconocido prestigio nos llamen y repitan es una manera de entender que no lo hacemos mal”.

En Cantabria lo que más se vende es la pala cántabra pero fuera de la región la demanda se centra en la pala brasileña, menos pesada. “Tiene muchas ventajas que hacen que sea la predilecta para un porcentaje muy alto de público: es la más versátil y polivalente, vale para un adulto o para un niño, se puede jugar en la orilla…”.

La mayor parte de los pedidos de esta firma cántabra proceden del territorio nacional pero ha enviado palas a México, Inglaterra, Italia, Alemania o Francia, unos clientes cada vez más numerosos que suelen llegar a través de las redes sociales.

Visitas a la empresa

La empresa de Mogro pone especial interés en  asesorar al cliente: “Nos gusta que el trato sea lo más personalizado posible”, dice Castellano, que ha incluido en sus instalaciones un espacio donde los clientes pueden comprobar cuál les va mejor.

Su taller es su santuario, pero también un lugar donde comparte su pasión con quien quiera conocerla de cerca. Desde hace tres años, organizan visitas públicas. “Durante una hora y media explicamos el origen de las palas cántabras, sus características, y cómo se elaboran. Los participantes tienen la oportunidad de terminar una pala que está a medio hacer, que luego se pueden llevar a casa. Además, les explicamos la corresponsabilidad, algo con lo que estamos bastante concienciados: Tok-Pok sigue la filosofía de cero residuos, porque cada uno tiene que poner de su parte para cuidar el planeta”, subraya Castellano.

María Quintana

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