Cabárceno, el reino animal

Una cámara de fotos, ropa cómoda y un día entero por delante. No hace falta más para ir de safari visual al Parque de la Naturaleza de Cabárceno, situado entre los municipios cántabros de Penagos y Villaescusa y gestionado por la sociedad pública Cantur. Más de medio millón de personas lo hacen cada año y muchas repiten porque una jornada puede no ser suficiente para descubrir cada recodo, observar a un centenar de especies y recorrer a pie, en bici o en coche los más de veinte kilómetros de carreteras que zigzaguean entre las encías descarnadas de un paisaje kárstico donde el mineral de hierro que entreveraba las rocas calizas ha dejado espacio a una amplia variedad de fauna y flora de todo el mundo.
Los animales más frecuentes en los zoológicos, como elefantes, hipopótamos, leones, jirafas, cebras, bisontes o avestruces, conviven con otros menos conocidos como addaz, eland, coipu, cobo de agua, impala, jaguar o hipopótamo pigmeo y con especies autóctonas: osos pardos, lobos, ciervos y jabalíes. No todos son animales de sangre caliente porque a la entrada del Parque, junto a la cafetería, se ubica un reptilario con curiosas tortugas y lagartos, serpientes de cascabel, cobras y víboras gigantes.
La vida de los huéspedes de Cabárceno transcurre en 19 grandes recintos, algunos de los cuales llegan a tener 35 hectáreas de superficie. Esta circunstancia le diferencia de un zoológico convencional y propicia el comportamiento natural de las especies que siguen sus instintos más primarios, incluida la lucha por el control de las hembras en celo. Todo ello permite desarrollar una amplia actividad investigadora que incluye programas de reproducción de especies amenazadas, como el bisonte europeo o el rinoceronte blanco, y estudios que serían inviables en cautividad, como el ciclo sexual de la hembra del elefante africano; la agresividad del macho en relación con la reproducción o la utilización de semen de osos pardos del Parque para evitar la consanguinidad de los pocos que quedan salvajes en la Cordillera Cantábrica.
Nacido a partir de la necesidad de recuperar un entorno degradado por la explotación minera, Cabárceno no olvida que otro de sus pilares es la educación medioambiental, especialmente la de los más pequeños, que pueden pintarse la cara con los rasgos de su animal favorito o familiarizarse con los que temen a través del tacto.

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