Inmigrantes en Cantabria

Cantabria acoge a cerca de cinco mil inmigrantes, que apenas suponen el 0,85% de la población total. Una cifra muy alejada de las estadísticas de otras regiones, como Andalucía, Canarias, la Comunidad Valenciana o Cataluña, donde se concentra la mayor parte de la población extranjera (la media del país se sitúa entorno al 2%). No obstante, esta cantidad aumenta mes a mes, modificando nuestro paisaje humano.
Y es que a pesar de que, según la encuesta de población activa el paro en Cantabria se sitúa en el 13%, los empresarios se quejan de falta de mano de obra en la construcción, peones forestales, conductores, carpinteros, soldadores, asistentas o limpiadoras.
Aparentemente, nuestra población activa rechaza ciertos trabajos, porque puede escoger otros menos duros o mejor pagados. Pero esta primera impresión puede resultar errónea porque bastantes profesiones siguen estando reservados, en la práctica, para los hombres y la tasa de paro masculina no supera el 8% y está concentrada, en titulados universitarios y menores de 25 años. Es la tasa de paro femenina la que sigue estando por encima del 20% y eleva el porcentaje regional de desempleo, pero la mayoría de los empleos que se ofrecen a los inmigrantes, a excepción del servicio doméstico, son típicamente masculinos, por lo que técnicamente no resulta fácil encajar en ellos a nuestros parados.

Oficios limitados

Con posibilidades de legalizarse o sin ellas, a Cantabria siguen llegando inmigrantes para trabajar en aquellos sectores económicos que no ocupan los nacionales, porque, como deja muy claro la Secretaria de Política Social de CC OO, Yolanda Castillo, y responsable del Centro de Información para Trabajadores Extranjeros (CITE) de este sindicato, “los inmigrantes no vienen a quitar puestos de trabajo a los de aquí. Un extranjero no puede trabajar en oficios en los que existe paro en España; sólamente cuando la demanda de trabajadores queda sin cubrir por los españoles, se les permite trabajar legalmente. Los extranjeros en España tienen muy limitados sus puestos de trabajo.”
Aunque la corriente de inmigrantes de las zonas desfavorecidas del planeta hacia la Europa comunitaria es inevitable, a Cantabria se han acercado con cuentagotas, y sólo ahora empieza a notarse su presencia.

¿De dónde vienen?

Aunque los datos estadísticos sobre el país de procedencia de los extranjeros que viven en Cantabria datan de 1998, indican que, en la actualidad, la mayor parte proceden de Europa y de Hispanoamérica. De los casi cuatro mil extranjeros que había en la región en 1998, 1.600 eran europeos y otros tantos americanos. Los africanos y asiáticos se repartían casi al 50% la cifra restante y sólo se contabilizaban 18 ciudadanos nacidos en la lejana Oceanía.
En estos últimos años, el segmento con mayor crecimiento ha sido el de los latinoamericanos, que gracias a convenios especiales podían regular su situación de una forma relativamente fácil y traer después a la familia. Era el caso de los ecuatorianos, que se beneficiaban de un convenio cuya vigencia terminó el pasado mes de agosto y que les permitía trabajar en cualquier sector de la producción. Chilenos y peruanos aún tienen un convenio en vigor gracias al cual pueden obtener la nacionalidad a los dos años de estancia, mientras que los subsaharianos, por ejemplo, han de esperar diez lo que significa que, casi con toda seguridad, habrán de regresar a su país sin que se les haya dado la opción de acceder a la nacionalidad.
Cuando se dan cifras globales de inmigrantes, se incluye a todos los extranjeros. Los de primera, segunda y tercera. En las estadísticas todos son no nacionales, pero nada tienen que ver, por ejemplo, los 224 estudiantes extranjeros que oficialmente se encuentran en Cantabria, con los más de 300 africanos que conviven entre nosotros. Entre los trabajadores, aquellos que proceden de la Unión Europea o de los llamados países del Primer Mundo, son los que disfrutan, junto con los estudiantes, de una situación más cómoda. Salvo excepciones, son técnicos y ejecutivos de grandes empresas, o en el caso de la mayoría de británicos e irlandeses, ciudadanos que llegaron por diferentes circunstancias y han acabado instalándose aquí en calidad de profesores de inglés, un idioma que sigue teniendo una gran demanda.
Estamos, por tanto, ante un colectivo muy variado que no siempre encaja en el tópico del inmigrante: pobre, ilegal, negro, indio, árabe o moreno. Yolanda Castillo no cree que hoy haya más de mil de estos inmigrantes trabajando en Cantabria, esforzándose día a día por ganar un salario digno con el que poder vivir y ahorrar para ayudar desde aquí a su familia y poder un día regresar a su país.
Sus diferencias culturales se reflejan en los trabajos que desempeñan y también en cómo se les acepta en la región. Un negro de Senegal seguramente habrá sufrido más de un episodio de racismo, y se dedicará fundamentalmente a la venta ambulante, mientras que los 68 rusos que hoy viven en Cantabria, trabajarán en la construcción o el sector metalúrgico y pasarán mucho más desapercibidos en nuestra sociedad.
Entre los inmigrantes hispanoamericanos dominan las mujeres sobre los hombres. Son, sobre todo, empleadas de hogar; un oficio en el que posiblemente hoy ya predomina la mano de obra extranjera sobre la nacional. Internas que cuidan a personas mayores y a niños, y a las que ya resulta habitual ver paseando a los bebes, haciendo la compra o acompañando a alguna anciana. Aunque cada día hay más mujeres de la Europa del Este que se incorporan a este tipo de trabajos, las hispanoamericanas tienen la ventaja del idioma que facilita la comunicación y la convivencia diaria. Son mujeres que llegan de Colombia, Perú, Ecuador, República Dominicana o Costa Rica.

La cara más sórdida

Algunas no tienen tanta suerte y acaban en los clubes de alterne, en manos de mafias que les prestan el dinero para el viaje y a las que no denuncian porque acostumbran a amenazar de muerte a sus familiares. Es la otra cara de una economía que mueve, muchos cientos de millones en nuestra región. “Curiosamente las autoridades descubren que había mujeres en situación ilegal trabajando en clubes de alterne cuando ya han pagado la deuda con las mafias”, asegura Yolanda Castillo. “Entonces se las expulsa del país y las mafias traen a otras nuevas mujeres a las que vuelven a explotar. El negocio es redondo”
Las deudas, con las que llegan a España están entre el medio millón y las setecientas mil pesetas. Mientras no paguen están en manos de las mafias que les cobran por todo: por dormir, por comer, por llamar por teléfono, por el alquiler… Durante años trabajan para pagar estas deudas. Las envían de club en club, por un máximo de veinte días en cada uno de ellos, lo que dificulta su arraigo y sus posibilidades de denunciar su condición de práctica esclavitud. Yolanda Castillo asegura que “La policía es conocedora de la situación, pero no actúa con celeridad. El problema son las denuncias, pero no se puede pedir a estas personas que denuncien, cuando los familiares que han dejado en el país de origen están amenazados de muerte.”
Sin llegar a estos niveles sórdidos de auténtico tráfico de seres humanos, el emigrante ilegal sufre también situaciones de explotación. Algunos empresarios prefieren mano de obra sin regularizar porque es barata, aunque al conjunto de la sociedad le interesa que estos trabajadores estén legalizados, coticen al sistema de la Seguridad Social y paguen impuestos como cualquier otro trabajador.
La población española mayor de 65 años ha pasado de 4,2 millones en 1980 a 6,6 millones en 1999, lo que está determinando un envejecimiento muy rápido. El 18% de la población cántabra es mayor de 65 años (el 16,5% en el conjunto del país) y las defunciones superan ampliamente a los nacimientos.
La responsable de la Política Social de CC OO en Cantabria cree que “nos interesa no sólo que los extranjeros estén documentados, sino también que coticen al Estado, para así asegurar el mantenimiento de nuestro sistema de pensiones. Aunque sólo sea por egoísmo, nos interesa que vengan.”
Todos los que tienen permiso de trabajo y residencia deben cotizar a la Seguridad Social, ya sea como autónomos, caso de los vendedores ambulantes, o como trabajadores por cuenta ajena, incluidas las empleadas de hogar que, en muchos casos, se pagan ellas mismas las 19.000 pesetas de su seguridad social.

Camareros y trabajadores forestales

Este verano, gracias a los extranjeros, se ha cubierto, en parte, la falta de mano de obra en el sector hostelero. También con mano de obra extranjera se están repoblando los montes de la región, porque no hay muchos cántabros dispuestos a trabajar fuera de un área urbana, con duras condiciones climatológicas y orográficas. Y hay extranjeros en la construcción, que han evitado una paralización de las obras en una época de bonanza inmobiliaria en la que resultaba difícil encontrar albañiles suficientes.
En la agricultura cántabra, son extranjeros gran parte de los recogedores de kiwi, que después van a La Rioja a recolectar espárragos, o cítricos en Valencia, aunque sigan manteniendo aquí su residencia. “Aquí sienten menos el racismo y la marginación” opina Yolanda Castillo, quien apostilla que “en Cantabria hay clasismo pero no racismo. Es cierto que hemos tenido problemas a la hora de alquilar un piso para inmigrantes, pero creo que lo que más importa es que son pobres, no que sean negros. Lo malo es que en estos casos coinciden ambas cosas”.

El trámite eterno

Un visado de turista y un billete de avión, o un viaje en patera cruzando el Estrecho son los procedimientos más utilizados para llegar a España y después a nuestra región. Los trabajadores del Este, por lo general, llegan en extenuantes viajes de autobús. Los primeros meses, si quieren comer, no les queda más remedio que trabajar de forma ilegal, porque son muy pocos los que vienen con un permiso de trabajo en regla desde su país de origen. Lo habitual es que se tramite desde aquí, en un procedimiento que suele durar entre ocho meses y un año.
Cuando encuentran una oferta de trabajo deben nombrar a una persona que en su país de origen prepare la documentación y recoja el visado. No es inhabitual que un trabajador que lleva diez años en España tenga una oferta legal y, cuando por fin consigue el permiso de trabajo y de residencia, se vea obligado a volver a su país para buscar el visado
El tiempo mínimo para tramitar una oferta de trabajo, con exención de visado, es de dos meses y medio o tres, cuando se realiza por el procedimiento de máxima urgencia. Así, no es de extrañar que cuando el inmigrante consigue el permiso se haya quedado sin la oportunidad de trabajar.
Las quejas no siempre son para las autoridades españolas. En muchas ocasiones, tienen tantos o más problemas con la burocracia de su país. En el caso de Senegal, Colombia o Marruecos, “los embajadores actúan como virreyes. Es un coto cerrado donde nadie puede entrar. En la embajada de Marruecos no se permite la entrada de sus súbditos, que tienen que dejar su petición en un buzón y esperar a ver si son o no atendidos”, relata la responsable del CITE, que ha tramitado la mitad de los 780 permisos de regularización de extranjeros en Cantabria.

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