Bicis a la carta

Es complicado charlar con Alberto Revilla en el interior de su tienda taller porque, en apenas tres minutos, ha llamado por teléfono una persona angustiada por el estado en el que quedó su bici tras las inundaciones de finales de mayo y ha entrado otra para arreglar un modelo plegable que había obtenido a través de los cupones de un periódico nacional. Es un buen ejemplo de los clientes que suelen recalar en este modesto establecimiento santanderino, después de haber recorrido sin éxito toda la ciudad. Muchas veces, la ayuda que buscan sólo pueden encontrarla en las manos de este artesano de la bicicleta, uno de los pocos que han sobrevivido a la competencia de las superficies deportivas y los grandes centros comerciales.
Ni él, ni otros propietarios de las veteranas tiendas de bicicletas que aún permanecen abiertas en la región, lo han tenido fácil para no morir atropelladas por los auténticos trailers que son los comercios especializados. Obligadas a desplegar sus mejores armas, han optado por especializarse en la reparación, distribuir alguna firma internacional de prestigio e, incluso, crear su propia marca. Es el caso de Alberto que, además de arreglarlas o recomponerlas por completo, como acaba de hacer con la de un ciclista vasco que ha sufrido un accidente en carretera, comercializa la marca norteamericana Specialized –antes fue Peugeot– y monta sus propias bicicletas a medida con la denominación Ab Bike.
Esta marca da nombre al negocio, le permite sacar partido a sus conocimientos técnicos y a su experiencia laboral en la fábrica de bicicletas Vipch, hoy desaparecida. Y, sobre todo, le permite crear modelos bajo demanda en los que cada una de las piezas (manillar, sillín, caja de cambios, frenos, piñón, etc) están adecuados a las necesidades y a los gustos concretos del cliente. Algo que no podrían hacer las tiendas multideporte, pero que le fuerza a posicionarse en un mercado selectivo, ya que resulta más barata una bicicleta completa que sus componentes.
El amplísimo abanico de precios que ofrece el mercado de bicicletas oscila entre los 200 euros de la más sencilla y los 8.000 que puede llegar a costar la de un profesional. Aunque, en su opinión, una de calidad media-alta para desplazarse por la ciudad o practicar deporte no profesional no tiene por qué superar la horquilla que va entre los 500 y los 1.000 euros.

Bicicletas de madera y cadenas de oro

Buena parte de su negocio está en la venta de bicicletas infantiles, que se adaptan al crecimiento del niño y pueden personalizarse con su nombre, lo que las convierte en uno de los regalos preferidos de comuniones y Reyes Magos. Pero, a la tienda también acuden empresas de tiempo libre o instituciones, como Caja Cantabria, que utiliza sus bicicletas en el Centro Ambiental de Polientes.
La policía local de Santander recurrió a él hace algunos años para que sus agentes pudieran patrullar por las proximidades de las playas durante los meses de verano en bicicletas provistas de un portamaletas trasero y con los colores del Cuerpo: “No encontraban quién les hiciera este trabajo y fue complicado, porque debían tener un manillar regulable en función de la altura del policía, un cuadro de talla estándar, un patacabra especial que pudiera soportar el peso…”, cuenta.
Desde que en 1995 inició su andadura con su socia, Ana Valiente, cuenta por cientos las peticiones extravagantes a las que ha tenido que responder. Las más habituales proceden de personas que sufren problemas de espalda o rodilla pero que no están dispuestas a renunciar a su bicicleta (‘a su querida’, bromea), lo que obliga a adaptar el sillín o a colocar un manillar elevado. Hay quien le ha pedido una bici con carro de tres ruedas para poder viajar o un abuelo que pretende obsequiar a su nieto con una bicicleta de madera “para que no olvide el regalo jamás”.
Recientemente, un joven sueco que había partido de su país en bicicleta y pretendía llegar hasta Santiago de Compostela con la sola compañía de su perro y un saxo, llegó pidiendo ayuda técnica: “No tenía dinero pero le arreglé la bici porque me dijo que el viernes daba un concierto y el sábado vendría a pagarme. Y así fue”, dice Alberto, quien defiende que el cicloturista es “una persona noble y un buen pagador”. Y es que, a diferencia de algunos conductores de coches o motos, “el ciclista no pretende aparentar su estatus a través del vehículo”, aunque reconoce que también esto está cambiando “y hoy en el mercado se pueda encontrar casi de todo”, añade.
Lo exclusivo tampoco es siempre lo mejor, algo que trata de explicarle a sus clientes cuando se empeñan en incluir componentes de alta gama, como ruedas de carbono o tornillería de titanio, con los que él se muestra muy crítico.
“La bicicleta siempre será la pariente pobre entre las ruedas”, concluye. Pero, la feroz competencia o la estrechez de los márgenes comerciales no impiden que soplen a su favor otros aires, como la conciencia ecológica de los jóvenes, la creciente afición de las mujeres o la construcción de carriles bici. Además, hay algo que no cambiará nunca y es la emoción de un padre cuando su hijo aprende a montar en bici sin usar ruedines.

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