Pioneros en aeronáutica

Cantabria se incorporó con una inusitada rapidez al naciente mundo de la aviación. Apenas siete años después del primer vuelo mecánico de la historia –la gesta de los hermanos Wright en 1903 en los arenales de Kitty Hawk, Carolina del Norte–, el Círculo Mercantil de Santander organizaba una Semana Aeronáutica en los prados de La Albericia, en la que dos arriesgados pilotos franceses (Peirat y Pascal) mostraron a un asombrado público, con no mucho éxito, las posibilidades de aquel maravilloso invento. Aquella exhibición, unida a la que se llevó a cabo en 1912, en la Segunda Semana Aeronáutica, hizo brotar en Cantabria una profunda afición cuyo mejor exponente fue la figura de Juan Pombo Ibarra, que se convertiría en el primer piloto cántabro y en fundador de una dinastía de aviadores. Si Juan Pombo fue el primero en realizar el vuelo entre Santander y Madrid en 1913, su hijo Juan Ignacio realizó en 1935 el raid entre Santander y Méjico que causó un inmenso entusiasmo tanto entre la colonia española en aquel país como entre sus conciudadanos.

La primera fábrica de aviones

El renombre alcanzado por las gestas de los primeros pilotos cántabros influyó sin duda en la decisión de elegir a Santander como sede de la primera fábrica de aviones que se levantó en España. En 1915, la Compañía Española de Construcciones Aeronáuticas y Similares (CECAS), creada en Madrid con el propósito de fabricar aeroplanos terrestres e hidroaviones, recibía del Ayuntamiento de Santander la cesión del uso de los terrenos de La Albericia. El principal cliente de aquella incipiente industria era la Aviación Militar, y optó por un modelo de biplano monomotor de la casa Morane-Saulnier, que fue equipado con un motor Hispano-Suiza de 140 cv, diseñado y desarrollado en España. En las pruebas de vuelo realizadas por Juan Pombo en La Albericia se logró una velocidad media de 168 kilómetros a la hora, una cifra respetable para aquella época. La fábrica llegó a contar con una plantilla de 30 obreros especializados que en menos de un año entregaron al Ejército los doce aeroplanos inicialmente encargados.
La continuidad de la producción estaba ligada a la posibilidad de importar los materiales que se precisaban, puesto que eran pocos los elementos que se fabricaban en España. La madera de fresno, con la que se fabricaban los listones que formaban las nervaduras de las alas y el fuselaje, se compraba en Hungría ya que la nacional no servía por su escasa longitud, y las telas, las cuerdas de piano y los barnices se traían de Francia. Tan sólo el tren de aterrizaje, la bancada del motor y los puestos de los tripulantes eran metálicos.
La Primera Guerra Mundial, que se desarrollaba en suelo europeo, provocó grandes dificultades de suministro y en 1917 los aprovisionamientos se interrumpieron totalmente, por lo que CECAS suspendió temporalmente la actividad de la fábrica de La Albericia. En 1919 lo que había sido un cierre provisional se convirtió en definitivo y las instalaciones fueron finalmente desmanteladas.

Un intento fallido

En 1928 un industrial de El Astillero, Casimiro Tijero Aguirre, que dirigía en esa localidad unas instalaciones dedicadas a la construcción y reparación de buques, llegó a un preacuerdo con la firma alemana Junkers para construir en una planta anexa, aeroplanos comerciales y de guerra. Como campo de aterrizaje se habilitó una gran finca en Pontejos que fue utilizada frecuentemente por aviones militares.
Ese mismo año, la Unión Aérea Española presentó un proyecto de líneas aéreas para el territorio nacional, en el que figuraba el trayecto Santander-Burgos que enlazaría en este punto con el vuelo que debía cubrir el trayecto entre San Sebastián y Madrid. Aunque esta idea no se llevó finalmente a cabo, sirvió para alimentar las expectativas de la fábrica que se pretendía montar.
El momento elegido por Tijero para llevar a cabo su proyecto era inmejorable puesto que la dictadura de Primo de Rivera había hecho de la industrialización nacional uno de los grandes ejes de su acción de gobierno. Sin embargo, las presiones de quienes detentaban entonces el monopolio de la modesta industria aeronáutica española, dieron al traste con el intento del empresario astillerense.

Un modelo para la aviación deportiva

Lo que no fue posible llevar a cabo en El Astillero en 1928, se hizo realidad, aunque en una escala más modesta, 25 años después, cuando un grupo de aficionados a la aviación deportiva crearon una sociedad –Aerodifusión SL–, con el fin de construir en La Albericia, una avioneta capaz de cubrir la carencia que había en España de este tipo de aeroplanos. Se trataba del modelo francés JODEL D-112, un pequeño monoplano biplaza del que se llegaron a fabricar 184 unidades durante los veinte años de su existencia.
La avioneta, equipada inicialmente con un motor Rolls Royce Continental, fue dotada a partir de 1959 de un motor de construcción nacional, el Flecha de 90 cv que producía ENMASA en Barcelona–. En julio de ese mismo año, la empresa cántabra iniciaba la fabricación de hélices con el sistema Viplast (núcleo de madera ligera envuelto en una capa de fibroplástico) con lo que la totalidad de los componentes pasaron a ser de fabricación nacional.
En 1960 la sociedad quedó en manos de un grupo de industriales y deportistas catalanes que querían impulsar la aviación deportiva en nuestro país. Ese mismo año se producía el cierre del aeródromo de La Albericia, y los talleres de Aerodifusión se trasladaron al aeropuerto de Parayas donde se continuó la fabricación de avionetas.
El intento de penetración en el mercado norteamericano, en el que existían buenas perspectivas, se frustró tras el accidente sufrido por una de estas avionetas en un vuelo de exhibición, y tampoco fue muy lejos el interés que inicialmente había mostrado el Ejército del Aire por este modelo. En 1974 se cerraba la fábrica y con ella desaparecía, por tercera vez, la oportunidad de que se consolidase en Cantabria una industria aeronáutica local.

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