La biografía de Carlos Miranda, Conde de Casa Miranda, llega a las librerías; un recorrido profesional y vital apasionante

Acaba de llegar a las librerías la esperada biografía de un gran servidor a España: el Embajador Carlos Miranda, quien ha ocupado cargos de gran responsabilidad durante más de 45 años. Nacido en El Cairo, se educó entre Bruselas y Madrid. Ganó la oposición a la Escuela Diplomática en 1967. Se afilió al PSOE a principios de 1975, abandonó el partido en 2019. Tras varios destinos diplomáticos, en 1983 pasó al Ministerio de Defensa para trabajar junto a su Ministro, Narcís Serra, antes de volver al de Exteriores llamado por Fernández Ordóñez para ser Director General de Política Exterior para Seguridad y Desarme. Dos veces Embajador en la OTAN, así como en Londres y en la Conferencia de Desarme, ascendió en 2008 a la categoría máxima de Embajador de España.

Carlos Miranda relata amenamente el transcurso de su vida entre España y el extranjero. La vida le sonrió desde el principio, pero también tuvo que superar, como tantos otros, los sinsabores personales y profesionales que acechan siempre junto a los éxitos, poniendo de relieve que siempre hay que esforzarse. Una vida de trabajo para su país, su familia y por él mismo.

Destinado en Washington y Argel, además de Madrid, ha sido testigo de importantes acontecimientos internacionales y a veces partícipe de los mismos. Asesor del Ministro de Defensa, Director General en Exteriores, representó a España dos veces en la Alianza Atlántica en Bruselas, así como en la Corte de San Jaime en Londres y en la Conferencia de Desarme en Ginebra, ascendiendo en 2008 a la categoría máxima en el escalafón diplomático de Embajador de España. Tiene las Grandes Cruces del Mérito Militar, Naval y Aeronáutico, con distintivo blanco, entre otras condecoraciones.

Una vida plena, dos hijas luchadoras de su primera esposa, fallecida joven de una enfermedad cruel, y un reencuentro con la felicidad gracias a su segundo matrimonio, enriqueciéndose también con los dos hijos de su segunda esposa.

Volver a levantarse es un relato autobiográfico que ilustra la vida diaria, no siempre cómoda, de un miembro e hijo de la diplomacia española, y que la colección La Valija Diplomática ha querido ofrecer a los lectores.

 —¿Qué es lo que los lectores de Volver a levantarse van a encontrarse entre sus páginas?

—Se encontrarán con el relato de mi vida, que hasta se puede considerar como una novela, una vida que, iniciada cuando había una guerra mundial contra el nazismo y el fascismo, ha transcurrido tanto en España como en el extranjero mientras en Europa se temía que prevaleciera una URSS imperialista con su comunismo y en España se deseaba, y se consiguió, pasar de una dictadura a una democracia. Unos tiempos interesantes. Digo una novela porque los que no me conocen podrían considerarlo como un relato de ficción con un personaje principal que se llamaría como yo.

—¿Cómo ha sido el proceso de la escritura, ¿ha llevado un diario durante toda su vida?

—En términos generales ha sido un ejercicio de ir recordando el desarrollo de mi vida para narrarlo a los que podrían interesarle, esencialmente mi familia y mis amigos, sin perjuicio de otras personas.

—Nacido en El Cairo, educado en Bruselas y Madrid y con destinos como Washington, Londres, Argel o la OTAN. ¿Qué ciudad recuerda con más añoranza?

—De El Cairo me marché con apenas tres años. Bruselas es muy importante para mí, ya que fue la ciudad de mi infancia, adolescencia y parte de mi juventud para luego volver ya en edad adulta para reuniones en la OTAN o en la Unión Europea y posteriormente vivir allí dos veces como Embajador-Representante permanente de España en la OTAN un total de nueve años. En cierto modo, eso me ha hecho medio belga y ello me satisface mucho. En Washington fue la primera vez que viví solo y mi primer destino fuera. Me casé con mi primera mujer y madre de mis dos hijas. He de decir que me adapté muy bien al estilo de vida americano. Tengo un gran recuerdo de esa ciudad. Argel fue un lugar donde conocí de cerca el llamado “Tercer Mundo” y, en este caso, enfeudado a Moscú por puro antiamericanismo. Una experiencia conveniente. Londres es una ciudad mágica, capital de un país que vive sus tradiciones en el presente mientras concibe el futuro científica y tecnológicamente. No se duermen en sus laureles, aunque es una pena que se salieran de la Unión Europea. Ginebra fue para mí, y mi segunda esposa, un refugio donde aprendimos a volver a sonreír a pesar de importantes dificultades de carácter familiar. Madrid es mi ciudad de adopción, donde están mis familiares y muchos amigos, una ciudad magnífica, abierta a todos, que disfruto y, además, tengo la fortuna de ser del Real Madrid.

—Los primeros capítulos sobre su niñez, sus antepasados y la familia, las casas que habitó y los viajes son entretenidísimos y el lector se hace una idea clara de la época. ¿Qué episodio de la historia de España considera como los momentos más negros y los más brillantes?

—Tras la Transición, los momentos más negros han sido el intento de Golpe de Estado del 23-F, el atentado islamista del 11-M, así como los años de los atentados de ETA. El más brillante ha sido el de la adopción de nuestra Constitución de 1978 que nos ha traído décadas de prosperidad en libertad. El ingreso en la Unión Europea y en la Alianza Atlántica significaron la vuelta de España a su lugar natural en el mundo europeo y occidental.

—El libro es también una historia del automovilismo, ya que va guiando al lector por el tiempo gracias a un elemento tan fascinante como los coches que ha poseído, desde el Renault Dauphine de su madre hasta el Daimler que tenían en Londres, pasando por el Volvo que le dejó tirado en Washington. ¿Cómo es esta relación con los vehículos y cuál echa de menos?

—Los automóviles son una manera de ver cómo transcurre el tiempo, pues siguen la evolución tecnológica. En este sentido, los museos de coches antiguos son interesantes porque los automóviles están incorporados a nuestra vida diaria y contemplándolos se percibe el paso de los años y su relación con los acontecimientos históricos. No he llegado, sin embargo, aún al coche eléctrico. Me gusta conducir en ciudad y prefiero viajar por carretera. Digo que sales cuando quieres, llegas cuando puedes, te paras donde te conviene y las maletas las metes y sacas del maletero una sola vez. He disfrutado de todos mis coches y, salvo el Volvo, todos han sido adorados por mí porque representaron siempre una libertad de movimiento para descubrir nuevas ciudades, conocer países y gente.

—¿Ha dejado muchas historias que contar en el tintero?

—Mi vida está siendo, afortunadamente, larga y, en efecto, se han quedado cosas en el tintero, pero pienso que las más interesantes están en un libro que ya tiene muchas páginas y espero que a los lectores les puedan parecer amenas de leer.

—¿Cuál es el recuerdo más impactante que tiene de su vida como diplomático?

—Desde una perspectiva protocolaria, mi presentación de credenciales a Isabel II, fastuosa y casi teatral o de película. Desde una perspectiva política, la explosión de la Unión Soviética, cuyo último acto internacional presencié en la OTAN en una reunión aliada con los antiguos miembros del Pacto de Varsovia a finales de diciembre de 1991 en la que el representante ruso pidió cambiar en el comunicado la mención a la Unión Soviética por Federación de Rusia. Yo me quedé con la banderita de la URSS que estaba delante de la delegación rusa y que sus miembros dejaron abandonada en la sala de reuniones.

—¿La vida del diplomático ha cambiado mucho desde que usted ingresó en el cuerpo?

—Creo que sí. Sociológicamente es menos elitista sin merma de su calidad profesional que siempre fue excelente en el marco internacional. Además, con la descolonización tras la Segunda Guerra Mundial se han incorporado muchos países nuevos a la diplomacia mundial, más que doblando el número de Estados soberanos antes del citado conflicto. Por otra parte, en el caso español ha habido una enriquecedora incorporación de las mujeres en nuestra carrera al igual que en otros países. Los diplomáticos españoles en activo son algo menos de un millar y es una cantidad escasa para las necesidades internacionales que tiene España. Otros países, con menos población, tienen más diplomáticos. Los nuestros son buenos profesionales, bien formados y han sabido adaptarse a los medios modernos de trabajo y a la labor siempre compleja en los organismos internacionales donde, sin embargo, debiéramos de liderar más, pero eso es una decisión política de nuestros gobiernos.

—¿Está de acuerdo con el dicho «Un país que ignora su historia está condenado a repetirla”?

—Desgraciadamente así es. El interés por la política me parece necesario porque es la que gobierna nuestra convivencia y proyecta nuestro futuro, pero me preocupa que las nuevas generaciones no conozcan bien nuestro pasado, tanto el reciente como el más lejano, porque todo lo que ocurre a diario tiene raíces históricas.

—¿Qué le pide a la vida?

—Poco. Siempre hay que buscarse la vida uno mismo. Si acaso, hay que pedir “pan, amor y suerte”, y yo pienso que no me puedo quejar. Pero, como dice el chiste, si quieres que te toque la lotería, antes hay que comprar un décimo.

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