Las máquinas conquistan el monte

Hace diez años, trabajaban en Cantabria unos seiscientos taladores. Hoy son doscientos. Mientras que el volumen de madera que sale de nuestros montes mantiene un aumento paulatino y hoy se acercan a los seiscientos mil metros cúbicos al año (las cifras oficiales hablan de quinientos veintitrés mil), los taladores de motosierra se han reducido a una tercera parte.
El monte cada día se aleja más de la imagen tradicional y estereotipada. Las procesadoras en las labores de tala y las retroarañas en las plantaciones, hacen un trabajo eficaz y a la vez espectacular, pero no son las únicas máquinas que han conquistado el abrupto terreno arbolado. Prácticamente todas las labores que rodean el cuidado y explotación de los montes se han mecanizado. Aparecen nuevos puestos de maquinistas y los ingenieros de montes, que antes se limitaban a trabajar para las grandes empresas, sobre todo en la administración, se convierten ahora en operadores del material in situ.
Las procesadoras cortan ya las dos terceras partes de la madera que se tala en la región y sólo el 35% restante es abatida por las motosierras. En las plantaciones la mecanización es un poco menor, pero se calcula que no baja del 40%. Unos porcentajes superiores a la media del país, posiblemente porque aquí están las mayores empresas forestales y su capacidad para invertir en nuevas técnicas de explotación es alta.
El proceso es imparable y los empresarios del sector calculan que pronto el 90% del trabajo en el monte esté mecanizado y aunque de momento, la continuidad de los taladores está asegurada, su número seguirá descendiendo.

Los trabajos del monte

Para que un cultivo forestal produzca rendimiento económico en un plazo de quince, treinta, cuarenta años, según la especie, hay que atenderlo adecuadamente. Incluso en los espacios naturales donde la finalidad económica es secundaria y están dirigidos a mantener la diversidad biológica, son imprescindibles los trabajos que eviten la propagación de plagas, incendios forestales, o la presencia incontrolada de ganado que acaba con los brotes tiernos, fundamentales para la renovación del arbolado.
Las tareas de los montes son muchas. Desde la limpieza del terreno para preparar una nueva plantación al marcado de las zonas, la apertura de cortafuegos, la plantación propiamente dicha o el abonado. Luego vendrá el mantenimiento de las nuevas plantas y la reposición de aquellas que no han sobrevivido en los primeros meses. Cuando el árbol empieza a crecer hay que podarlo, sobre todo en las maderas cuyo destino es el aserradero, ya que una poda adecuada evita los nudos en las futuras tablas y eleva el valor del producto final.
A estos trabajos se añaden los desbroces de maleza, más imprescindibles desde que los vecinos de las zonas rurales han dejado de aprovechar los subproductos del monte, y el clareado del arbolado, con la entresaca de algunos ejemplares para mejorar el crecimiento del conjunto.
En Cantabria, el 89% de la madera que se corta es de eucalipto. A mucha distancia aparece el pino (un 10 o un 12% del rendimiento total, según los años) y el resto, que hoy difícilmente supera el 1% del total, son frondosas, los árboles tradicionales de la región. El año pasado se cortaron, oficialmente, 1.861 metros cúbicos de frondosas autóctonas, únicamente 1.450 árboles de este tipo en toda Cantabria.

Tipos de corta

En el norte, los montes de pino y eucalipto se cortan a matarrasa, un sistema de tala que afecta a todos los ejemplares, mientras que con el resto de las especies se utiliza la entresaca o aclareos, que evita la deforestación repentina de una zona talada y la erosión del suelo. La matarrasa es imprescindible para el eucalipto porque de lo contrario los ejemplares jóvenes no podrían crecer, dado que necesitan mucha luz. Afortunadamente, la rápida regeneración de estos árboles y la gran cantidad de ramas y corteza que cubren el suelo después de su tala, reducen al mínimo el riesgo de erosión.
Antes de cortar un monte, se realiza un inventario, para valorar la cantidad de madera a cortar. Los trabajadores marcan físicamente los árboles a talar, en el caso de las entresacas, o los límites de la zona que se va a talar, si es a matarrasa. El terreno se prepara eliminando los matorrales y creando rodales, zonas del monte perfectamente diferenciadas para que los hombres y las máquinas puedan transitar con seguridad. Después se procede a la tala, lo que dentro del sector se conoce como el apeo.
El corte del árbol se hace tan a ras de suelo como es posible y no sólo para aprovechar toda la madera. Con ello también se reduce el riesgo de plagas y se eliminan obstáculos para el paso de los tractores que recogerán las apeas caídas.
Cuando el árbol está en el suelo se eliminan las ramas, para lo cual hay máquinas capaces de un perfecto pelado del tronco principal; luego, los taladores agrupan la madera y la cortan a la medida oportuna. La madera se cubica, se traslada, por lo general, hasta un parque de almacenamiento cercano al monte, y se carga en los camiones, con corteza o sin corteza, según la especie, para enviarla a los aserraderos o la fábrica papelera que, en nuestra región, suele ser casi siempre Sniace.

Una máquina multiusos

Aunque los fabricantes de maquinaria han agudizado el ingenio para llegar a atender cada una de las tareas que se hacen en el monte, las máquinas que más ha modificado el sistema de trabajo en las explotaciones forestales son las procesadoras, por su capacidad de realizar múltiples tareas complejas: tala, desramado, descortezado, tronzado, apilado y cubicación. Es un gigantesco brazo mecánico que se sitúa en un tractor oruga o sobre ruedas neumáticas y, a medida que va cortando la madera, la prepara.
En Cantabria, operan ya entre 35 y 40 procesadoras, aunque muchas no se emplean para la tala, que se encarga a motoserristas. La razón está en el gran tamaño de las máquinas, que hacen poco operativo su permanente desplazamiento árbol a árbol, por una superficie que casi siempre es abrupta.
Por lo general, la máquina se sitúa en un punto concreto, alrededor del cual actúan los taladores. Una vez cortados, la máquina los recoge, y suspendidos en el aire los pela y trocea según el largo previsto. Finalmente, deja los troncos apilados. Una vez que se ha despejado la zona, la máquina se desplaza hacia otro punto del monte.
En la saca de la madera intervienen los tractores remolcadores de troncos o skidders, cuando se trata de montes especialmente difíciles, o los camiones autocargadores, en zonas de pendientes más suaves.
En Cantabria durante muchos años, el vehículo más utilizado ha sido la carroceta, un pequeño camión todoterreno con unas excelentes condiciones para circular por las pistas estrechas, irregulares o con fuertes pendientes. A estos camiones se les incorpora una grúa hidráulica como autocargador. Las grandes empresas prefieren utilizar las palas cargadoras con una gigantesca pinza con la que trasportan la madera a los camiones. De esta forma la manipulación de los troncos ya no requiere la proverbial fuerza física de este trabajo, sino precisión en el manejo de la nueva maquinaria.
Una procesadora corta y prepara al año entre 12.500 y 13.000 metros cúbicos de madera, mientras la dirige un maquinista cómodamente sentado. Un talador apea entre 950 y 1.300 metros cúbicos anuales. El rendimiento no es comparable y sólo el elevado precio de las procesadoras, que supera los 35 millones de pesetas con vehículo incorporado, ha impedido su total generalización. Pero hoy son muchas las empresas que arriendan los servicios de estas máquinas a compañías andaluzas que se desplazan para trabajar en todo el norte de España, incluida Cantabria.
Otro de los problemas que limita su utilización en la región es su difícil desplazamiento de un monte a otro, ya que todas las que trabajan en nuestra comunidad se mueven sobre orugas y requieren camiones góndola para su traslado de un lugar a otro. Un transporte especial que sólo se justifica económicamente si el monte a talar es de gran extensión. Por eso, explica Jesús Jubete, director general de Álvarez Forestal, una de las mayores compañías del sector en España, «las empresas, estamos estudiando comprar máquinas procesadoras complementarias, más pequeñas, que se desplacen de forma autónoma sobre ruedas y que pueden ir de una zona a otra a través de pistas o por carretera”.

Plantación automática

Si las procesadoras son las máquinas fundamentales en la tala, las retroarañas ganan terreno en las plantaciones. Son máquinas preparadas para trabajar en zonas de gran pendiente que abren los hoyos en el terreno a repoblar y tienen un rendimiento nueve o diez veces superior al de un trabajador de silvicultura.
Las arañas aún están poco introducidas, quizá porque la repoblación es una actividad mucho menos desarrollada que la tala, a pesar del impulso que ha conocido con las ayudas de la UE. La mayor parte de los trabajos de repoblación siguen en manos de una empresa semipública con sede en Madrid, TRAGSA, lo que limita la iniciativa privada a una docena escasa de empresas.

El futuro de los taladores

La mecanización ha reducido los empleos del monte prácticamente a la mitad, aunque también ha mejorado mucho las condiciones de trabajo, si bien la opinión del sindicato CC OO, el único con representación en este sector, es que no ha beneficiado a los trabajadores lo que se suponía. La mejora de la productividad propiciada por las máquinas se ha traducido en un abaratamiento del precio medio de la madera y no ha repercutido, según el sindicato, en una mejora de las condiciones salariales para el trabajador, que cada día es más especializado. Además, los taladores se quejan de que ahora se les contrata sólo para cortar las zonas peores del monte donde no puede llegar la maquinaria. “Antes”, comentan José Antonio Velasco y Jesús de Cos «un talador sabía que le tocaban tajos buenos y tajos malos, pero hoy, con las procesadoras, siempre trabajan en condiciones precarias y además están mal pagados. El hombre tiene que trabajar en peores condiciones que las máquinas.»
Tras una huelga de más de un mes de duración, la principal reivindicación de los trabajadores es su paso al Régimen General de la Seguridad Social, que contempla prestaciones de bajas por enfermedad y jubilación muy superiores a las del Régimen Agrario en el que están enmarcados. Un cambio muy significativo si se tiene en cuenta que, a pesar de estas mejoras en las condiciones de trabajo, el monte sigue concentrando las tareas con mayor accidentalidad laboral.

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