Santander, un estanco para los británicos
Si un español dice que va a por tabaco y desaparece varios días, es posible que no vuelva. Pero, si lo dice un británico, lo más probable es que haya tomado el ferry para venir a comprar a uno de los estancos próximos al puerto santanderino. A los extranjeros les compensa pagar el billete del ‘Pont Aven’ o un pasaje de avión en Ryanair para comprar un puñado de cartones de tabaco en Santander a menos de la mitad de lo que les costaría en su país, y a los estanqueros cántabros les sirve de ayuda para superar la crisis que se les viene encima. Es lo uno por lo otro, un quid pro quo.
Ahora más que nunca, los estancos necesitan el aliento del consumo extranjero porque la cruzada legal y social en contra del tabaco que se vive en España ha provocado un sensible descenso de la demanda interna. El problema es que la Ley les impide vender a una misma persona más de seis cartones en un sólo día, aunque los británicos pueden volver a su país hasta con dieciséis. Y, dado que son muchos los extranjeros que visitan Santander exclusivamente para comprar tabaco, la picaresca es inevitable para resolver esta paradoja y completar el cupo. En realidad, todo vale para adquirir el máximo posible de tabaco, desde visitar varios estancos a repetir la visita al mismo con diferente indumentaria, para no ser reconocido.
Al estanco le corresponde decidir su rigurosidad a la hora de aplicar la norma. Pilar Solana, propietaria del que está situado en Calvo Sotelo, reconoce que es frustrante no poder vender a los extranjeros todo el tabaco que piden, “aunque no hay otro remedio, si se quiere cumplir la Ley”.
Los precios del tabaco son oficiales y sus ventas sólo dependen de la libertad del turista para decantarse por uno u otro estanco. Por eso, los estanqueros no contaban con la aparición de competidores, alguno con tanto éxito entre los británicos como un pequeño supermercado situado en la calle Méndez Núñez que sólo abre los lunes y los jueves, los dos días en los que desembarcan los pasajeros del ‘Pont Aven’, el barco de Brittany Ferries que cubre la línea con la localidad inglesa de Plymouth.
El secreto de esta tienda, donde todos los carteles –incluido el rótulo de la puerta– están escritos en inglés, es conocer muy bien al público al que se dirige. Sabe aquello que le interesa comprar y su prisa por adquirirlo. Quizá por eso, todo ello aparece reunido en unas cuantas estanterías y, aunque no puede vender más barato que los estancos, engancha a los compradores con regalos, descuentos y promociones. Así que no es de extrañar que un establecimiento que pasa desapercibido a los españoles sea bien conocido entre los compradores foráneos.
Muchos de ellos son parados o jubilados. Saben que en España una cajetilla de tabaco rubio cuesta menos de la mitad que en su país (entre treinta y cuarenta euros de diferencia por cartón). De esta forma, si consiguen completar los 16 cartones que cualquiera puede sacar del país sin problemas aduaneros, tienen un margen potencial de alrededor de 600 euros en cada viaje (unas 100.000 pesetas). Una cantidad más que suficiente para rentabilizar una excursión que tiene muy poco de didáctica.
Todo vale para transportar el tabaco y los licores: un carrito de la compra, una bolsa de viaje o una de deportes. Y el tabaco tiene la ventaja de que pesa poco.
¿Cómo son los británicos que vienen?
Al contrario que los turistas convencionales, lo único que detiene a los compradores extranjeros de tabaco es la llegada del verano porque, en la época estival, los pasajes del barco son mucho más caros. Como el ferry deja de funcionar en invierno, su ausencia también se nota en los ingresos de diciembre y enero.
José María Cavestany, propietario del estanco de Juan de Herrera, conoce la ruta habitual que siguen los compradores británicos al llegar a la ciudad: “La mayoría vienen en los ‘minicruceros’ –ida y vuelta en un sólo día–. Al llegar compran tabaco y, a continuación, alcohol y productos de alimentación en los supermercados”, relata.
La mayoría de los que entran en su establecimiento, unos treinta al día, son turistas ingleses, pero también acuden miembros de la tripulación del barco. Estos, de nacionalidad francesa, compran cantidades de tabaco pequeñas, aunque lo hacen muy a menudo, ya que vienen a Santander dos veces por semana.
La llegada de los vuelos de la irlandesa Ryanair tampoco ha pasado inadvertida para su negocio, aunque Cavestany asegura que su relevancia todavía es escasa.
Su colega Pilar Solana hace una diferenciación entre los clientes ingleses “que vienen dos veces por semana a buscar cantidades tremendas, presuntamente para vender o negociar con ellas” y los franceses, “que suelen llegar en verano y compran dos o tres cartones para su consumo personal”, señala. Quienes vienen a hacer negocio son, según explica, “mochileros que llegan y se marchan de la ciudad de manera fugaz”.
Marcas inglesas aunque sean más caras
Una constante que los estanqueros destacan de este tipo de clientela es su preferencia por los cigarrillos y puritos de su país. De hecho, las marcas que más les interesan son Benson and Hedges, Berkeley Blue y Dunhill Internacional, o Embassy Number 1 y Golden Virginia, si eligen tabaco de liar.
Resulta llamativo que los británicos viajen hasta Santander para comprar tabaco de su país, más caro, por ejemplo, que el Malrboro, una de las cajetillas que se consumen habitualmente en España. Inglaterra siempre ha sido sui generis en este sentido y los gustos de su clientela no parecen reparar que en España la marca de Philip Morris –líder en la mayor parte de los países europeos– cuesta casi cuatro euros menos, toda una distancia sideral en un simple paquete de tabaco. En realidad, en pocos sitios se puede conseguir más barato sin recurrir al contrabando. En Francia, la misma cajetilla vale dos euros más que en España y en Noruega, el país europeo donde más caro resulta fumar, hay que pagar nada menos que cinco euros más.
Es decir, que para cualquier británico, el añadir un simple cartón de tabaco a su equipaje de vuelta puede suponerle un ahorro en el viaje de cerca de 40 euros (más de 6.500 pesetas).
En estas circunstancias, no es de extrañar que muchos extranjeros –sobre todo franceses– viajen hasta Lérida, Guipúzcoa, Gerona o Tarragona –destino de aerolíneas de bajo coste– para comprar tabaco y que, a pesar del descenso en el consumo interno de tabaco, estas provincias hayan registrado un aumento de más del 20% en sus ventas.
La reciente subida de los impuestos del tabaco apenas ha alterado estas circunstancias. Los precios siguen siendo los más baratos del continente, junto a los de Portugal y de algunos países del Este. Por eso, mientras los estanqueros del sur de Francia protestan ante las instituciones europeas por permitir precios tan diferentes dentro de un mercado único, los de zonas fronterizas o simplemente turísticas como Santander –de fácil acceso por barco o avión para sus países vecinos– se aferran a esta ventaja competitiva para paliar el drástico descenso de las ventas internas.
Enseñas de bajo precio
Hay una circunstancia irrelevante para los extranjeros que acuden a los estancos pero que demuestra la existencia de un mar de fondo importante en el consumo nacional. Se está produciendo una auténtica revolución en las preferencias de los consumidores españoles, que se resienten de las subidas internas y no les consuela saber que en otros países el tabaco es mucho más caro. Las cajetillas de bajo precio se han convertido en la estrella del mercado y en los últimos cuatro años se ha triplicado el número de marcas que se venden por debajo de 1,65 euros. Los estanqueros, preocupados por el hecho de obtener menos margen por estas ventas, reconocen que en Cantabria también hay un gran porcentaje de clientes que se han pasado a estas enseñas: “En julio, Altadis lanzó un Ducados rubio y se agotaron los stocks. Desde entonces, se ha creado una gran demanda de esta marca”, comenta Cavestany.
No es la única enseña barata que está funcionando. También lo hacen Basic y Next, –las marcas de Philip Morris en este segmento– y otras como Sax o Vantage.
El resultado es que, mientras en España se puede encontrar una cajetilla a 1,2 euros, los franceses no pueden comprarla en su país por menos de 4,25. Aunque, también en este capítulo, España acabará por sumarse a las tendencias de la Unión Europea, donde ya son dieciséis los países que han establecido impuestos mínimos para frenar la venta de tabaco a bajo precio.
De momento, el fuerte diferencial de precios que nos separa de cualquier otro país asegura a Cantabria una exportación atípica, la de cajetillas de tabaco, y a nuestros estancos el honor, cierto o dudoso, de ser los más baratos del continente. Así que no es extraño que les lluevan clientes por mar y por aire para compensar los que ya no llegan por tierra.