EL SOPLAO, UN NUEVO CABARCENO
Hace quince años, una vieja explotación minera se reconvertía en un parque zoológico muy especial, Cabárceno. Ahora, otra mina agotada va a dar al turismo de Cantabria algo con lo que muy pocos podrán competir, la Cueva El Soplao. La antigua extracción de zinc guardaba un secreto más valioso que el mineral de blenda: una serie de cavidades únicas, con la decoración fantástica y fantasmagórica que han propiciado las estalactitas más singulares que puedan observarse.
La Real Compañía Asturiana de Minas conocía perfectamente los valores naturales de la mina, pero su objetivo no era, por supuesto, crear una instalación turístico-cultural, sino la extracción del mineral de zinc. Con una explotación más o menos cautelosa, preservó las galerías de estalactitas y se centró en su actividad minera. No obstante, desde el mismo año en que concluyó la explotación, en 1978, un equipo del Speleo Club Cántabro descubrió el tesoro que encerraba. Los espeleólogos penetraron por primera vez en la cavidad a través de una bocamina abandonada, la de La Isidra, muy próxima a la que ahora se ha habilitado para el acceso turístico.
En una red de galerías tan extensa (están topografiados alrededor de 13 kilómetros) es fácil entender que existan varios accesos y, de hecho, la elección del que se utilizará para la entrada de visitantes ha sido todo un dilema político –que ha creado no pocas susceptibilidades– ya que los tres municipios bajo los cuales discurren las galerías querían tener este privilegio y capitalizar el rendimiento turístico que, indudablemente, va a tener la cueva sobre la zona. Finalmente, de los tres (Rionansa, Valdáliga y Herrerías) será este último el que dé entrada a la cavidad ubicada en la Sierra de Arnedo, aunque el lugar está alejado de cualquier núcleo poblado y se han construido carreteras de acceso desde los tres vértices, de forma que la importancia de la localización queda bastante desdibujada.
Miríadas de excéntricas
Los espeleólogos se encontraron con un auténtico bosque de estalactitas y estalagmitas, algo que no es inhabitual en otros sistemas subterráneos de Cantabria. Pero la auténtica sorpresa fue la aparición de una miríada de excéntricas –estalactitas que sorprendentemente no respetan la ley de la gravedad–, una especie de campos de corales níveos formados a lo largo de milenios por el carbonato cálcico y el agua.
De las muchas riquezas que depara esta cueva, situada al sur de San Vicente de la Barquera y dentro de la Reserva de Saja, una de ellas es la variedad de concreciones que ha producido, que la convierten en un caso único dentro de la Península: desde las convencionales centritas, a las llamativas excéntricas, a las helictitas en forma de erizadas púas o las redondas pisolitas. Incluso las estalactitas y estalagmitas de tipo más habitual presentan tamaños sorprendentes y formas muy variadas que, en algunos casos, asemejan una apilación de platos o una seta y en otros forman notables salas de columnas.
Pero El Soplao será conocido, sobre todo, por sus excéntricas, formaciones calcáreas sin eje, que, aunque se pueden hallar en otras cavidades, en ningún lugar han aparecido con la abundancia y la espectacularidad con que aquí se encuentran. Las de calcita, tienen un blanco inmaculado, debido a la pureza del carbonato.
De crecimiento extremadamente lento, las excéntricas a veces ni siquiera tienen un canal interior que conduzca la solución cálcica hasta el extremo. Las de aragonito, a pesar de tener la misma composición química, cristalizan en un sistema diferente y suelen presentar formas mucho más geométricas. Por lo general se presentan en forma de penacho o rosetones, formados por finísimos cristales de hasta diez centímetros de longitud que parecen espinas.
Las concreciones de arcilla en forma de abeto añaden otros elementos en este paisaje desconcertante. Se trata de estalagmitas en las que el carbonato se mezcla con arcilla arrastrada por las filtraciones, lo que provoca unas formaciones de mayor dureza, a pesar de lo cual son talladas como una especie de árboles por las gotas que van cayendo sobre ellas.
Uno de los tesoros de la caverna son las perlas minerales, unas curiosas formaciones que recuerdan las perlas de las ostras y que como éstas, se forman alrededor de un núcleo constituido por una partícula de cuarzo, de calcita, una bolita de arcilla o, incluso, un hueso. El recubrimiento no es nácar, sino finas capas de calcita que acaban por darle una forma esférica muy perfecta y apariencia de porcelana.
En El Soplao se presentan agrupadas, como si fuesen nidadas de algún animal cavernario y su tamaño va desde los pocos milímetros a varios centímetros.
En los tranquilos lagos interiores también se han formado cristales de calcita, que se suelen conocer como dientes de perro, de caras alargadas y aristas agudas.
Un proyecto demorado
El acondicionamiento de la Cueva del Soplao para las visitas turísticas se decidió en 1996, a poco de formarse el primer gobierno de Martínez Sieso, pero su puesta en práctica tardó mucho tiempo. Tanto que el acceso inicialmente previsto hubo de ser cerrado, para evitar a los expoliadores y cuando trató de reabrirse ya resultó imposible, puesto que el agua embalsada en el interior amenazaba con anegar el valle.
Los trabajos empezaron, en realidad, en torno al año 2000, y ni siquiera resultaba sencillo decidir cómo abordar la cueva, que tiene varias posibilidades. Lo que estuvo claro desde un principio fue la filosofía: El arquitecto José Ramón Saiz Fouz, director del proyecto, siempre ha considerado que debía restituir a la zona una riqueza que le fue arrebatada y que apenas dejó en ella vestigios de bienestar. Los alrededores de la antigua mina están hoy despoblados y no tienen otro recurso económico que algunas ganaderías de pastoreo.
Basta ver las galerías excavadas en la roca y algunas rampas de acceso con escalones apenas intuíbles tallados en las paredes para comprender hasta qué punto pudieron resultar penosos los trabajos de la mina.
Los viejos mineros lo recuerdan bien, 30 años después del cierre de la explotación, y Saiz Fouz ha invitado a alguno de ellos a acompañarle en sus recorridos por el interior. Uno de ellos le reveló su convencimiento de que algunos túneles que enlazan con la conocida como Galería Gorda llegaban a un punto muy próximo a la falda sur de la montaña. Efectivamente, no era necesario perforar más de 40 metros para conseguir una entrada mucho más accesible para el público que la utilizada en el pasado por los mineros.
El aspecto del nuevo acceso a la cueva sigue siendo el de una bocamina –de hecho en las inmediaciones permanecerá el vertedero de estériles– y Saiz Fouz ha optado por mantener ese doble carácter cultural-minero en todo el acondicionamiento. La entrada está entibada con arcos de acero como cualquier explotación minera, y, de hecho, el trabajo ha sido realizado por una filial de Hunosa. En el interior, algunas galerías tienen la típica entibación carbonera, con apeas de madera, también realizada por mineros asturianos. Una de las actuaciones más específica ha sido la rehabilitación y limpieza de las concreciones, realizada por la empresa Interdeal.
El acceso se realiza a través de un trenecito, en el que caben 48 personas. Quizá no hubiese sido necesario, dado que la distancia a recorrer es pequeña (unos 400 metros) y la pendiente aún más llevadera, pero cumple una doble función, además de formar parte de este atrezzo minero: permite la visita de minusválidos (algo que es casi imposible en cualquier cueva, por muy acondicionada que esté) y facilita el control de los flujos al interior. A lo largo del recorrido pueden deambular sin problemas hasta tres grupos, lo que significa que El Soplao puede ser visto, simultáneamente, por 192 personas.
La visita va a durar una hora y estará acompañada por algunos efectos lumínicos y sonoros que sorprenderán aún más a quienes la recorran. En realidad, la superficie de la cavidad es bastante mayor e, incluso, en la zona a recorrer –la más relevante– hay lugares de gran interés que no se podrán visitar por cuestiones prácticas. Se trata de entresijos de difícil acceso o con techos tan bajos que el frágil sistema de estalactitas, casi capilares, quedaría literalmente segado, por mucho cuidado que pusiesen los visitantes.
Los espeleólogos podrán recorrer el resto de la cueva, con un permiso específico. Al fin y al cabo, han sido ellos los que pusieron de relieve su valor. A pesar de que la riqueza de estalactitas y estalagmitas era bien conocida por la Real Compañía Asturiana, nunca se comentó públicamente. Los mineros, de forma inconsciente o aleccionados por la empresa, temían que una divulgación pública de lo que había dentro provocase el cierre de la explotación y, por tanto, el quedarse sin trabajo. Así que decidieron mantener el sigilo y en estas condiciones estuvo hasta que los exploradores subterráneos las redescubrieron.
Un trabajo cuidadoso
Treinta años después, otros mineros se han adentrado por las galerías, para reconstruir algunas de ellas y acondicionar las cuevas para el disfrute público. Junto a ellos, los trabajadores de la constructora SIEC, que el director del proyecto no deja de alabar, puesto que se han enfrentado a unas condiciones muy distintas a las que pueden producirse en cualquier otra obra. Han tallado los escalones interiores uno a uno y se han visto obligados a transportarlos a brazo hasta el lugar donde han sido colocados; han tenido que desenvolverse sin máquinas, en lugares de muy difícil maniobrabilidad, ya que del suelo, del techo y de las paredes surgen las formaciones estalactíticas. Y, además, en los últimos tiempos han trabajado a tres turnos, de forma que la actividad no se ha interrumpido a ninguna hora del día ni de la noche, aunque en el interior poca diferencia hay entre uno y otra.
En la vorágine de actividad de las últimas semanas, los raíles se cruzaban en los túneles con pesadas pasarelas metálicas de varios metros de longitud transportadas sin medios mecánicos y haciendo complicadas maniobras para salvar la estrechez de muchos pasos, las desigualdades del terreno y la integridad de las formaciones calcáreas.
En el centro de la Galería Gorda, en forma de hemiciclo alargado, se ha creado un gran escenario, que estará separado del público por un lago de escasa profundidad pero de un gran efecto visual, ya que la oscuridad del fondo lo convertirá en un gran espejo de las estalactitas que lo sobrevuelan y creará la sensación de duplicar la altura.
Durante los espectáculos que se ofrezcan en la cueva, el público permanecerá en una larga plataforma en forma de luna creciente que, durante el resto del tiempo se utilizará simplemente como una balconada para contemplar la galería.
Gran parte del recorrido es aéreo, gracias a una plataforma metálica, que da una mayor perspectiva y evita el derribo de algunas estalagmitas que podían encontrarse en el camino. No obstante, prácticamente todo el camino se ajusta a las rutas que ya habían abierto los mineros y, por tanto, en esos pasillos realizados en el suelo poco había que salvar, aunque lo cierto es que las extracciones de blenda convivieron con este tesoro natural de una forma mucho más respetuosa de lo que podía esperarse.
El acondicionamiento le ha costado al Gobierno de Cantabria alrededor de cinco millones de euros, una cuantía moderada si se tienen en cuenta las inversiones realizadas en otras instalaciones turísticas. No se incluyen en esta cantidad las carreteras de acceso, pero sí las obras del exterior, en donde se ha rehabilitado un edificio que servirá como centro de interpretación, y se han construido una notable estación para el tren minero y un aparcamiento, que aprovecha un recodo de la montaña para quedar fuera de la vista.
En una segunda fase, está prevista la construcción de un centro de acogida, que en su aspecto exterior también recreará el ambiente minero.
Nadie puede calcular el número de visitantes que puede atraer la cueva, pero sí es seguro que pronto se convertirá en la principal actividad económica de la zona y, quizá, de una comarca que hasta el momento no ha tenido la trascendencia turística que cabía esperar de sus magníficas condiciones paisajísticas, absolutamente intactas.
El hecho de que no haya ninguna cueva semejante en un largo perímetro (hay quien se remonta a Eslovenia y a China para citar alguna similar) debiera ser el elemento decisivo para atraer un público numeroso. Y del éxito que pueda llegar a tener se beneficiarían otras cavidades de Cantabria que también tienen méritos para deslumbrar al visitante. No puede olvidarse que en la región hay cartografiadas algo más de 6.000 cuevas, un patrimonio sin explotar que no tiene parangón y que no puede ser replicado como formato turístico, como ocurre con las playas o con los establecimientos rurales.