Inventario

Doce votos sin piedad

En una segunda vuelta cedieron, pero durante unos días, los congresistas americanos hicieron toda una declaración de independencia. Demostraron que doce votos pueden valer unos ochenta billones de pesetas. En realidad, fueron muchos más de los doce que inclinaban la balanza a uno u otro lado, porque buena parte de los congresistas republicanos se rebelaron contra la propuesta del presidente Bush de entregar ese dinero a la banca para sacarla de apuros y bastantes demócratas tampoco siguieron la consigna de su partido de apoyar la iniciativa, aunque, curiosamente, fueron más disciplinados que los del partido que gobierna.
El “no” del Congreso estadounidense paralizó por un momento –para desconcierto del sistema financiero internacional– la mayor lluvia de millones públicos caída nunca sobre los bolsillos privados, tantos que el maná bíblico y el Plan Marshall de la posguerra han pasado a un segundo escalón de la historia.
Es cierto que los lobbyes norteamericanos son poderosos y que a veces instrumentan los votos de senadores y congresistas en favor de colectivos con intereses demasiado particulares, pero a veces los parlamentarios estadounidenses nos deslumbran con estas declaraciones de rebeldía. Ni sus partidos, ni todo Wall Street, consiguieron que cambiasen su voto en un plan en el que su presidente se jugaba el poco crédito que tiene, si es que conserva alguno, y el país su futuro. No lo vieron claro, como no lo ven dos de cada tres ciudadanos del país, y votaron en contra de hacer un regalo de 700.000 millones de dólares, quizá porque en su fuero íntimo quieren que Wall Street pague su soberbia.
El Plan de Bush tenía que salir por una vía o por otra y se aprobó unos días después con algunos cambios y mucha resignación, la de quienes llegan a la conclusión de que no hay otra alternativa que poner el dinero para que todo vuelva a funcionar, porque el liberalismo es un mito que sirve para que aquellos a quienes les van bien las cosas pidan que nadie se entrometa, hasta que las cosas les dejan de ir bien. Ya hemos visto al presidente nacional de la CEOE proponer un paréntesis en el capitalismo hasta que se arreglen los problemas, una iniciativa tan curiosa que debiera merecer algún desarrollo teórico. Quizá estemos ante una aportación histórica a los ya muy manoseados modelos económicos, tan poco representativos a estas alturas como irrelevantes para la práctica diaria, porque la economía se hace por parte de quienes la ejercen, igual que la lengua la hacen quienes la hablan y quienes escriben los manuales de gramática se limitan a tratar de interpretarla.
Los 133 republicanos y 95 demócratas estadounidenses que votaron en contra de la consigna pudieron haber causado una catástrofe, pero el público está con ellos. A casi nadie le apetece recompensar a los niños malos que, además, se pasan de listos.

Un negocio que dejará de serlo

En seis meses han desaparecido tres de los cinco grandes bancos de inversión norteamericanos, por no decir mundiales. Bearn Stearns cayó en marzo. Lehman Brothers quebró en septiembre al tiempo que Merryl Lynch decidía buscar auxilio bajo el ala de Bank of America. Un sistema que parecía imposible de derribar ha caído con poco más que un soplido inmobiliario, que acabó por convertirse en un viento huracanado cuando alcanzó a los negociadores de derivados de crédito.
La explicación a posteriori resulta sencilla: el regulador estaba mirando para otro lado mientras los cimientos de todo el sistema bancario eran corroídos por una carcoma de malas prácticas basadas en la codicia; unos incentivos a los directivos vinculados exclusivamente al crecimiento del negocio y no a su solidez y un entramado de creación especulativa de valor que, a medida que tejía redes más envolventes, implicaba a más y más entidades y disfrazaba el tumefacto origen de todo el negocio: unas hipotecas que nadie en su sano juicio hubiese concedido.
Tras la catástrofe, los bancos volverán a ser buenos chicos, a mirar muy concienzudamente a su cliente, a no fiarse de otros bancos y el regulador será mucho más severo en el control, al exigir ratios de capital más altos y muchas más coberturas.
Los bancos serán mucho más solidos, pero ganarán mucho menos dinero. Volverán a ser, como en los años 60, negocios de bajo riesgo y baja rentabilidad, algo que inevitablemente, también va a repercutir en el crecimiento de EE UU y, probablemente, en el de otros países. ¿Se resignarán? Probablemente no, porque en el fondo, en el modelo de capitalismo global o comes o te comen y tal como están las cosas en la banca norteamericana, tienen más probabilidades de ser comidos. Aunque también es verdad que Botín ha demostrado que con el negocio bancario ordinario, y sin echar mano de la banca de inversión, se puede crecer muy deprisa y, lo que es más, se pueden atesorar recursos para dar los saltos recogiendo por el camino a muchos de los que corrían más. Es cuestión de tiempo.

Urbanismo apresurado

Cambiar el código penal en función de los sucesos que publican los periódicos es un error, por mucha ansiedad que causen entre la ciudadanía, y hacer urbanismo bajo la misma presión de los acontecimientos es otro error corriente. El Gobierno cántabro acaba de aprobar un PSIR que abre las puertas para construir más de 4.000 viviendas protegidas en Reocín y estamos a punto de ver, por fin, el proyecto de La Remonta, donde están previstas otras 1.300. No son las únicas iniciativas en este sentido, pero probablemente sean las más significativas de las que se han tramitado de urgencia, vía PSIR –aunque no lo parezca por el tiempo transcurrido– para soslayar la necesidad, evidente hasta ahora, de vivienda barata. El problema es que, por la tipología escogida, no serán tan baratas, dado que en los últimos años se han creado muchas categorías de vivienda protegida, algunas de ellas a precios que hoy no son muy distintos a los de la vivienda libre, y en el momento en que vayan a salir al mercado puede ocurrir que, tal como van evolucionando los precios a la baja, en esas zonas haya muchas viviendas libres por vender a precios incluso inferiores.
Esta es una hipótesis que sólo el tiempo podrá confirmar o desmentir, pero lo cierto es que la vivienda está bajando, que hay muchos pisos que no encuentran comprador y muchas promociones que han quedado paralizadas a la espera de que el mercado reabsorba ese stock o de que los bancos abran la mano con los créditos. En estas condiciones, nadie puede seguir sosteniendo la tesis de que lanzar una oferta masiva de VPO va a servir para ajustar los precios o que aún se necesitan miles de viviendas de protección oficial (¿a quién se le ocurre que es posible encajar en Reocín nada menos que 4.000, por mucho que acumule la demanda de todos los pueblos de alrededor, cuando en toda la comarca hay un montón de promociones con pisos sin vender?).
Lo que hubiese sido cierto hace dos o tres años, ha dejado de serlo. Los precios ya se están ajustando solos, y más que se ajustarán, por lo que muchas de las casas que se vendían en las áreas metropolitanas de Santander y Torrelavega se ofrecerán más baratas, incluso, que las de protección oficial.
Estas promociones masivas no sólo han dejado de tener sentido, sino que pueden provocar efectos secundarios indeseables, al aumentar –si se hacen– el stock de viviendas sin vender, al menos en el caso de Reocín donde la paralización que parece intuirse en el macroproyecto comercial ya es un síntoma de que los desmesurados proyectos que se han manejado para la zona empiezan a demostrarse poco realistas. Si se tiene en cuenta que los bancos han restringido el crédito hipotecario extraordinariamente, sobre todo, a las familias que pueden aportar menos garantías de solvencia, que son precisamente las destinatarias de las viviendas de protección oficial, está claro de que, aunque realmente se necesitasen 4.000 viviendas de VPO en aquel lugar, no será nada fácil encontrar los compradores y, si se encontrasen, con ellos desaparecerá la poca demanda que queda para la vivienda libre ya construida.
En estas circunstancias, el Gobierno debería haberse replanteado el proyecto del PSIR y haber optado por una alternativa más ambiciosa e innovadora que hacer colonias masivas de viviendas en los amplísimos y estratégicos terrenos de la antigua mina, a no ser que la intención haya sido la de hacer un favor a la empresa adjudicataria que, una vez obtenida la licencia, probablemente tratará de vendérsela a otra compañía para hacer caja, aunque lo que hubiese sido un suculento negocio hace solo unos meses ha dejado de serlo, porque muy pocas inmobiliarias están en disposición de adquirir suelo, sobre todo un proyecto de estas dimensiones, que tardará muchos años en ser rentabilizado.
La iniciativa de La Remonta, por ser más comedida en el número de viviendas y más cercana a Santander, tiene más garantías de ser acometida y de encontrar compradores, por la calidad del proyecto y por la evidencia de que, al precio que van a salir, serán un regalo para los adjudicatarios, muchos de los cuales concurrirán para aprovechar el chollo y no por necesidad, pero su éxito será una bomba de profundidad para las pocas promociones que no se han parado y para las entidades que las han financiado.

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora