Inventario

Privatizar sólo lo rentable

Es probable que la iniciativa privada pueda realizar muchas de las tareas que tradicionalmente han estado en manos públicas de una forma más eficaz y barata. Y no hay un motivo estratégico que obligue a mantener un servicio como el de la recogida de basuras, por ejemplo, en manos de las administraciones. Todos los partidos que han gobernado en España desde el retorno de la democracia han vendido más empresas públicas de las que han creado, sea cual sea su opción ideológica, lo que indica muy claramente que en este terreno no hay tantas diferencias como parece.
Esta consideración no vale para Cantabria donde se han creado muchas más de las que se han vendido, además de recoger una docena de empresas que se encontraban en estado terminal y algunas de las cuales permanecen amortajadas, pero sin enterrar.
Tampoco en este caso la diferencia es ideológica, sino práctica: Las empresas que pierden dinero no son privatizables. Por tanto, la teoría de que el sector público debe vender todo el entramado que ha ido acumulando falla por la base. Era muy sencillo privatizar Telefónica, Repsol o Endesa, empresas que aportaban grandes dividendos al Estado, pero no hay comprador para Hunosa o para muchos de los astilleros de Izar y, cuando se encuentra un interesado en empresas con dificultades, como Babcock Wilcox, no se sabe si lo que estamos haciendo es una venta o una forma de estirar el problema ya que, además de regalar la compañía ha habido que garantizarle al comprador un compromiso de compras multimillonarias que, de rebote, ha provocado una crisis en otros proveedores del Ejército español que, a consecuencia de ello, venderán menos.
En Cantabria estamos viviendo una privatización histórica, la del Servicio Municipal de Aguas de Santander, cuyo único objetivo no es mejorar la gestión ni quitarse un lastre financiero de encima, sino el hacer caja. El Ayuntamiento, que no tiene un duro, ha encontrado la solución para poder hacer las obras que necesita presentar como balance de legislatura. Y, como no hay posibilidad ninguna de vender el Servicio Municipal de Autobuses, que pierde 700 millones de pesetas al año, lo único que podía interesar al sector privado era el agua. Así que habrá que renunciar al único servicio municipal que genera beneficios, unos 500 millones de pesetas al año.
Es la misma teoría privatizadora que el alcalde de Santander aplicó a finales de los años 80 cuando era consejero de Industria y Turismo en el gobierno de Juan Hormaechea. Ante los problemas económicos que planteaba Cantur se decidió privatizar la empresa, pero en lugar de acometer la venta de todas las actividades que perdían dinero –todas menos una– se optó por la venta de la única realmente rentable: el teleférico de Fuente De. Afortunadamente, la pugna entre varios lobbyes próximos al partido que gobernaba y que querían hacerse con la sociedad acabó por impedir la venta. Al día de hoy, el teleférico sigue siendo uno de los pocos servicios turísticos públicos con superávit, porque la inmensa mayoría de las empresas públicas regionales pierden dinero. Esas sí que necesitan un gestor capaz de privatizarlas, pero no nos engañemos, para esas no hay compradores.

Vertidos incomprensibles

La polémica a costa de los vertidos en la depuradora de Santander de residuos líquidos procedentes de Meruelo pone de relieve lo delicado de cuanto tiene que ver con el medio ambiente y lo fácil que puede resultar su utilización política.
Tiene razón el Ayuntamiento de Santander al considerar que lo sucedido es insólito. No entra en la cabeza de nadie que cada día hayan de transportarse decenas de toneladas de lixiviados de una depuradora a otra, pero no por el hecho de que cada una tenga unas competencias geográficas limitadas, sino por el despilfarro que supone.
Es posible que el haber eludido este debate sea para evitar que aparezcan los orígenes de semejante situación. Porque el hecho de que la depuradora de Meruelo resulte absolutamente insuficiente para tratar los vertidos de la planta de leche que allí se instaló no es nuevo. Eso era previsible cuando el Gobierno de Martínez Sieso autorizó la factoría, por cierto, con un cambio urbanístico tan forzado que a punto ha estado de costar un disgusto en los tribunales al alcalde.
Entonces había mucha prisa en presentar ante la opinión pública la instalación de una fábrica y no se tomaron las cautelas mínimas, a pesar de que son conocidos los muchos problemas medioambientales que plantean las industrias lácteas. Si se hubiese exigido a la fábrica que además de las instalaciones de producción construyese una depuradora suficiente para sus efluentes, la de Meruelo no hubiese quedado colapsada por unos vertidos difíciles de tratar por la película grasienta que forman los derivados lácteos en superficie.
Lo que ahora ocurre no era tan difícil de imaginar entonces. Bastaba con ver otros precedentes, como la depuradora instalada en el polígono de Laredo, incapaz de atender los residuos de las industrias pesqueras que se asentaron en él, lo que obligó a reconstruirla al poco tiempo.
Tener fábricas es muy importante, pero también lo es cubrir sus contingencias antes de que creen problemas mayores. La envasadora de leche contribuye a la economía de sus propietarios, de los trabajadores, de los ganaderos y de la zona donde se ha establecido, pero eso no es incompatible con depurar sus vertidos.
La Consejería de Medio Ambiente puede ayudar ocasionalmente a resolver un problema puntual, pero no puede dar por bueno un estado de cosas semejante, aunque sólo fuese por el desgaste político que le origina. En Cantabria hay un falso debate que contrapone empresas y medio ambiente, una dicotomía del siglo XIX, que daba por sentado que ambos eran incompatibles y que siempre resultaba preferible que el perdedor fuera el medio natural.
En el siglo XXI las fábricas siguen produciendo pero procuran ser tan respetuosas con el medio ambiente como les es posible, reduciendo los residuos y las emisiones. Y aquellos que no pueden evitar, depurándolos. Suponer que ya está el Gobierno para que los traslade de un sitio a otro es un error de la empresa y del Gobierno, que asume una responsabilidad ajena. Y si el problema es derivado, exclusivamente, del incremento de la producción que ha tenido lugar en la fábrica en los últimos años, la responsabilidad no es muy distinta. Si no tiene capacidad técnica para afrontar las consecuencias de esa ampliación, la empresa deberá esperar hasta tenerla, igual que espera hasta disponer de las licencias o de las instalaciones productivas adecuadas.

Merkel-Schröeder

El éxito y el fracaso están tan próximos que, en ocasiones, se confunden. Cuando se abrieron las urnas en Alemania y los democristianos vieron que no podían formar gobierno, ya que los socialistas, en una insólita recuperación de última hora, casi les habían empatado, el cielo cayó sobre Angela Merkel. Los comentaristas políticos y sus propios compañeros de partido afloraron su enfado con descalificaciones a una candidata que había tenido el demérito de despilfarrar la holgada mayoría que le daban las encuestas poco antes de iniciarse la campaña electoral. Incluso se analizó con detalle la forma en que Merkel había llegado a encabezar la lista, una vía tan ordinaria como la de cualquier otro candidato pero que, en esta ocasión era considerada manipulada, arrogante y conspiratoria por parte de la otrora ministra de Helmut Kohl.
Era una victoria pero parecía una derrota. Ninguno de los periódicos, ni siquiera los conservadores, se atrevió a titular que Merkel había ganado las elecciones, convencidos como estaban todos de que quedaría apartada por las fuerzas de izquierda, muy superiores en número si se coaligaban los tres grupos.
Pero, unas semanas después, la valoración es completamente distinta. Merkel, la canciller, ya no es una fracasada; es una heroína incluso para quienes proponían un congreso inmediato para sustituirla. Y todo por algo en lo que no ha tenido nada que ver, el enfrentamiento personal de Schroeder con el izquierdista Oskar Lafontaine que le ha llevado a preferir hacer primera ministra a su rival política y establecer una extraña coalición con los democristianos.
El mundo es así de voluble. Un partido de fútbol horripilante puede pasar a la historia si un rechace estúpido acaba dentro de la portería por casualidad, aunque los méritos sean igual de escasos que si el balón hubiese ido fuera. Nadie recordará tampoco si el rival jugó mejor. Sólo el resultado final. Y la crónica se escribirá empezando por ahí.
Dentro de tres meses, Merkel paseará su figura como primera canciller de la historia de Alemania, con toda la dignidad que le otorga el cargo y alrededor de su persona, antes anodina, todos empezarán a notar un aura carismática que anulará cualquier referencia anterior. Tenemos muy próximo el ejemplo de José María Aznar tras las elecciones de 1996, cuando los resultados no respondieron a las expectativas que muchos habían puesto y se extendió una notable sensación de fracaso entre sus votantes por el hecho de que sólo era posible alcanzar el gobierno pactando con los nacionalistas. El tiempo demostró que no hay derrotas dulces, como se consolaban los socialistas, y que las victorias, aunque sean por la mínima, son éxitos absolutos cuando permiten alcanzar el poder y fracasos absolutos cuando el candidato se ha de quedar mirando pasmado como otros se hacen con la poltrona, como le ocurrió al PP en Cantabria, que no ha podido gobernar siendo la fuerza más votada.
El poder tiene la facultad de borrar todos los precedentes. Lo importante es tenerlo. El cómo se olvida a los dos meses. Merkel ha pasado de villana a héroe como Martínez Sieso pasó de héroe a villano al perder la posibilidad de formar gobierno.

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora   

Bloqueador de anuncios detectado

Por favor, considere ayudarnos desactivando su bloqueador de anuncios