Editorial

Cuando en 2012, la UE pronosticaba que hasta 2018 no llegaría nuestra recuperación parecía el comentario cenizo de alguien que no nos quiere bien por habernos pasado de listos. Condenarnos a una década larga de penurias era más de lo que puede aguantar el cuerpo y nos sentíamos humillados, pero estamos cada vez más cerca de dar certeza a esa fecha, por mucho que digan lo contrario las cifras macroeconómicas que el Partido Popular ha querido rentabilizar sin mucho éxito, quizá porque habiendo caído tan bajo, crecer un 3% es volver a como estábamos en 2012, es decir muy mal, y con la bolsa familiar mucho más menguada que entonces.

Por muy larga y tediosa que se nos haya hecho la película de la crisis, llevaba camino de acabar para la fecha que preveían los comunitarios o para poco antes, pero en el camino se ha cruzado otra trama, la del conflicto social, que permanecía latente y se ha puesto de manifiesto con el debate de investidura de Pedro Sánchez. La fractura política que ha provocado la entrada en liza de Podemos es un salto hacia atrás de guión que podía resultar tan previsible como la propia crisis económica, pero que tampoco vimos venir. Igual que presumíamos de la solvencia de nuestros bancos, nos orgullecíamos de que el país podía encajar tener casi una cuarta parte de la población por debajo del umbral de pobreza sin que se moviese una hoja, pero ha bastado que un político populista levante la bandera de los más afectados para que todo se descoloque de repente.

El argumento principal ha dejado de ser económico para pasar a ser político y para esa trama no tenemos desenlace. Nos hemos metido en un bucle inesperado. El país está hecho unos zorros, con un gravísimo problema en Cataluña, sin capacidad para formar un Gobierno con el actual reparto de fuerzas y con el temor de que quizá tampoco sea posible si se celebran unas nuevas elecciones. Iglesias es nuestro Berlusconi o nuestro Trump, un personaje impostado que sabe manejar perfectamente la rabia acumulada y conducirla del ronzal con la ayuda de las televisiones, porque en España no mandan el Ibex ni los barones, sino los programadores de las cadenas privadas. Los dirigentes del Ibex están temblando, y no por Podemos, sino por el endeudamiento en que están anegadas sus empresas, y las baronías regionales del PSOE hace tiempo que han de rendir vasallaje a los pactos de gobierno en que se sostienen, por lo que no están en condiciones de meter el dedo en el ojo de nadie. Es cierto que no arden las calles pero ha quedado demostrado que con cinco millones de votos se puede dar una patada sobre el tablero político y hacer imposible que jueguen todos los demás.
No queda otra solución que la propuesta que avanzó esta revista nada más celebrarse las elecciones, al aventurar que no sería fácil alcanzar un pacto de gobierno. Los hechos lo han venido a confirmar y probablemente la única salida sea buscar un independiente de prestigio en el que puedan coincidir el PP, el PSOE y Ciudadanos y tratar de desatrancar esta legislatura a través de un gobierno de gestión. Si no resolvemos el problema político antes de que vaya a más, tampoco podremos abordar el económico, ahora que por fin nos tocaba embridarlo, y eso solo puede crear más desesperanza en el país, por mucho que Iglesias venda a sus votantes lo contrario.

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