EL FIN DE UNA EPOCA
Hace ahora 148 años, un industrial belga apellidado Hauzeur viajaba de las minas de carbón de Arnao, cerca de Avilés, a las de zinc que desde una década antes explotaba en el País Vasco su empresa, Real Compañía Asturiana de Minas. El coche de caballos que le transportaba tuvo un percance en el camino y se vio obligado a reparar en Torrelavega. Hauzeur aprovechó la detención forzosa para recorrer la comarca a caballo. A la altura de Reocín observó algo que le dejó sorprendido: varias casas estaban construidas con piedras de carbonato de zinc (calamina). No perdió el tiempo al denunciar el yacimiento ante las autoridades y un año más tarde ya lo había puesto en explotación, gracias a su fácil aprovechamiento a cielo abierto.
Nacía así la mina de Reocín que durante casi un siglo y medio ha sido una de las más importantes del mundo en producción, una de las que ofrece mejores proporciones de mineral (sus concentrados tienen el 60% de zinc frente al 48%-55% de la mayoría) y la única que está en un entorno prácticamente urbano, que poco tiene que ver con el de la mayoría de sus competidoras, que se encuentran en desiertos, en altitudes inhabitables o en los círculos polares.
Seis generaciones después de su descubrimiento, la Mina con mayúsculas, porque así la conoce todo el mundo en la comarca, se cierra. El yacimiento, que avanza desde Reocín en dirección a Santillana del Mar a una profundidad creciente, debido a sus 23 grados de inclinación, ha llegado al punto en que deja de ser rentable, al menos a los precios actuales del metal y con los procedimientos técnicos que hoy se utilizan para la extracción. Quizá algún día, otra empresa decida seguir horadando en alguno de los casi treinta lugares de la región donde la Real Compañía primero y AZSA más tarde han extraído zinc con algún éxito, desde Reocín a Udías y de Áliva –en plenos Picos de Europa– a Novales, pero pasarán años antes de que alguien tome una decisión semejante, porque la investigación es costosa y el mercado actual del zinc no ofrece precios suficientemente atractivos.
Por la Mina han pasado todas las familias de la comarca y a su alrededor nació un enorme entramado de instalaciones industriales y sociales, desde la fábrica de SO2 de Hinojedo al hospital, el economato o las viviendas para los operarios. Algo que hoy, con 220 trabajadores cuesta imaginar, pero que resultaba perfectamente comprensible cuando contaba con 3.000 trabajadores y era, con Solvay y Sniace, uno de los tres pilares económicos de la comarca torrelaveguense.
La hija devora a la madre
La Mina evolucionó con cierta normalidad económica durante más de un siglo. En 1960 se produjo una tragedia, la rotura de un dique que arrasó el pueblo de Reocín y provocó 14 muertes. Fue el comienzo de la época más problemática. A finales de los años 70, la crisis económica internacional daba al traste con su propietaria, la Real Compañía Asturiana, que inició su actividad en la mina asturiana de Arnao –de ahí su nombre castellano– y que un siglo y cuarto después controlaba minas y plantas fabriles en Bélgica, España, Portugal, Francia, Noruega, Marruecos y Estados Unidos.
En nuestro país, RCA se vio obligada a vender Arnao, la fábrica de Hinojedo, el puerto de Requejada y toda la red comercial. Sólo se quedó con la mina de Reocín, pero apenas le duró un año más. El comprador, curiosamente, era su filial AZSA, la sociedad creada durante el franquismo junto a Banesto y el Banco Herrero para poder levantar una nueva planta de tratamiento de metal en San Juan de Nieva, ya que el Régimen impedía por entonces que un extranjero detentase más del 49% del capital de una industria estratégica, como era el zinc.
La planta antecesora se había construido en Asturias por motivos meramente logísticos, dado que en la tecnología de la época, para obtener el metal de zinc era más la cantidad de carbón que se necesitaba que la de mineral de blenda, por lo que parecía oportuno que el flujo fuese en la dirección Reocín-Asturias, en buena parte a través del puerto de Hinojedo donde, a fuerza de viajes, barcos como el ‘Cartes’, el ‘Mercadal’, el ‘Aries’ o el ‘Leo’ acabaron por trasladar montañas enteras de Cantabria hacia Asturias, a pesar de su modestísimo tamaño.
La Mina de Reocín no sólo abastecía la planta asturiana, sino que aportaba mineral bastante como para atender otra planta de RCA en Noruega e, incluso, para exportar a terceros.
La planta de lingotes de zinc construida en los años 50 cambió radicalmente la tecnología, al optar por la electrolisis, pero quizá por la vinculación que ya tenía esta actividad con Asturias o por la significación que allí han tenido las familias que dirigieron la compañía, también se levantó en la región vecina, bajo la tutela de una nueva sociedad, Asturiana de Zinc, SA.
Treinta años después la hija (AZSA), dedicada exclusivamente a la transformación de los concentrados de metal, se comía a la madre (RCA), propietaria también de las minas y la red comercial. Una evolución curiosa que en la práctica producía pocos cambios, puesto que desde hacía décadas eran los Argüelles, o los Sitges quienes controlaban la compañía. Poco después de esta absorción los belgas desaparecían definitivamente de la empresa, al pasar a Banesto su participación residual. Se cerraba así un siglo y cuarto de historia de la compañía bajo la misma titularidad.
Enorme aumento de la productividad
Este último periodo ha sido el más productivo, pero también el más voluble. En las tres décadas más recientes se ha extraído tanto mineral como en los 120 años anteriores, gracias a sistemas de explotación mucho más poderosos. Gigantescos dumpers horadan el interior mientras son manipulados a cierta distancia por operarios que mueven estas enormes perforadoras y excavadoras como si se tratase de pequeños coches teledirigidos, y cargan con maniobras precisas camiones descomunales cuyas ruedas superan la altura de un hombre.
El control a distancia en el interior de la mina es una simple medida de seguridad, para evitar que cualquier mínimo desprendimiento de la bóveda de una de las galerías pueda acabar con la vida de un conductor, debido a la aceleración de la caída, ya que en algunas de estas oquedades interiores, excavadas en lugares donde el yacimiento tiene una potencia de mineral de cien metros, cabrían holgadamente dos catedrales una encima de otra.
La explotación se aceleró pero el rumbo económico de la Mina ha estado repleto de altibajos. Después de unos años muy brillantes, a finales de los 80, y de algunas operaciones fallidas, poco después, como la venta de un 20% a Curragh, en 1994 Banesto introdujo AZSA en su Corporación Industrial, donde aparecía como una de las joyas de la corona. Pero la era Conde acabó pronto con más sobresaltos que satisfacciones.
El Banco Santander adquirió Banesto y, por tanto, se convirtió durante algún tiempo en el patrón de la Mina. No fue un periodo largo, pero marcó un cambio de estrategia. Se puso fecha a su cierre definitivo y se optó por reducir la producción concentrándose en el mineral con mejor ley, de forma que aumentó muy rápidamente la productividad; frente a las 60 toneladas de blenda por trabajador de Reocín en 1981 se ha pasado a casi 500 en el último año.
Relleno con hormigón
La Mina volvía a ser rentable, al conseguir mantener una producción muy cercana a las 150.000 toneladas anuales de blenda con la mitad del todouno extraído anteriormente y el volumen de negocio llegaba a sobrepasar los 8.000 millones de pesetas, pero es obvio que estos éxitos hay que achacarlos a la decisión de cierre, que permitió, por ejemplo, retirar las columnas de mineral que durante los largos años de explotación ordinaria se preservaron para sostener las galerías. En esta última fase han sido sustituidas por hormigón, una política que también se ha llevado a cabo para el relleno de galerías.
AZSA ha empleado una gran parte de sus estériles y miles de toneladas de cemento en el interior de la mina. Para dar una idea de la dimensión de estas operaciones basta con indicar que en los últimos quince años ha introducido cada día una media de 1.200 m3 de hormigón.
El Gobierno regional no paga
En 1999, a dos años vista del cierre, la compañía alcanzó un acuerdo con el Gobierno de Cantabria para alargar dos años más la explotación. Para que resultase rentable, el Gobierno cántabro se comprometía a pagar la mitad de los 600 millones de pesetas anuales que cuesta el bombeo del agua, el principal hándicap de esta mina. Un compromiso al que hoy, cuatro años más tarde, sigue sin hacer frente, ya que no ha pagado su aportación de ninguno de los ejercicios, como tampoco ha pagado aún más de un millón de metros cuadrados que adquirió a la Mina contiguos al parque de La Viesca o las 80 hectáreas de la escombrera sobre la que se asienta ahora el polígono que construye la Consejería de Industria.
El Gobierno regional es ya, en virtud de aquel acuerdo, propietario de alrededor de 200 de las 700 hectáreas que han ocupado los terrenos de la Mina, una superficie superior a la de algunos municipios de Cantabria. También han pasado a manos de la Consejería de Medio Ambiente activos muy significativos de la historia de la explotación, como las antiguas oficinas, con todos los muebles, aunque después de varios años cerradas (la Consejería se ha limitado a tapiar las puertas) no es fácil suponer que se mantenga en pie alguna de las ideas que José Luis Gil mencionó para ellas, ni siquiera que se conserven en condiciones de ser recuperadas.
La Mina se cierra con muchos otros tesoros históricos que merecen formar un museo propio, donde se pueda contemplar la evolución de la minería en Cantabria. Entre ellos, varias esculturas de Mauro Muriedas, que trabajó en la RCA, o la mayor piedra de blenda acaramelada aparecida en el mundo, que pudo contemplarse en la exposición del Centenario de Caja Cantabria, donde acudió protegida por una póliza de seguro que la valoró en 60 millones de pesetas.
Nadie sabe a día de hoy que pasará con todo este patrimonio acumulado sobre el que las autoridades no han mostrado una especial sensibilidad y que, dentro de unos meses, será lo único que permita recordar que durante un siglo y medio, Reocín abasteció de zinc a medio mundo y creó riqueza para seis generaciones de una comarca.