Fiebre eléctrica
Gracias a la cogeneración, en los últimos cinco años, Cantabria ha duplicado su aportación a la red eléctrica, pero este proceso no ha hecho más que empezar. Los proyectos que ahora se acumulan en la Consejería de Industria y en el Ministerio van a multiplicar esa capacidad hasta cifras que hace una década hubiese costado imaginar. Sniace tiene un proyecto de ciclo combinado de 800 megavatios, que equivale a dos pequeñas centrales nucleares como la de Santa María de Garoña. Solvay maneja un proyecto de 400 Mw. Endesa no ha abandonado el que tenía para Requejada, aunque lo mantiene congelado, y Viesgo está a punto de decidir. A esto se añaden una treintena de parques eólicos e, incluso, una pequeña central maremotriz en Astillero. ¿Alguien puede dar más?
Si se sumasen los importes de las inversiones que están en juego en el sector energético cántabro, unos 200.000 millones de pesetas, sacaríamos la conclusión de que estamos a las puertas de la mayor oleada de dinero que se haya movilizado nunca en esta región. Pero no conviene caer en la euforia. Es probable que bastantes de los proyectos no lleguen a cuajar y los que efectivamente se lleven a cabo apenas tendrán trascendencia sobre el empleo. Una supercentral de 800 megavatios puede regirse perfectamente con treinta personas y una cogeneración de casi 100 megavatios, como la que abrió Solvay, que bastaría para cubrir las necesidades eléctricas de Santander, no tiene personal propio, sino que es atendido por el de la fábrica. Algo parecido ocurrirá con los parques eólicos, que funcionan en régimen automático y no suelen tener más necesidades que una persona de mantenimiento y, a lo sumo, alguien de seguridad.
En estos momentos pueden evaluarse en alrededor de 2.000 megavatios la potencia que por una u otra vía pretende instalarse en la región, una cuantía que excedería las necesidades locales y que multiplica la que actualmente está instalada.
Endesa paraliza Requejada
No todos los proyectos tienen el mismo grado de maduración. El de Endesa, por ejemplo, puede considerarse temporalmente paralizado, a pesar de que fue el primero y el que dio más pasos administrativos. La empresa adquirió los terrenos de Requejada donde está previsto instalarlo, pero se encontró con un revés. Como consecuencia del proyecto de fusión con Iberdrola, luego desestimado, el Gobierno exigió la venta de parte de sus centrales para evitar que la cuota de mercado de la compañía resultante llegase a grados de auténtico monopolio. Obviamente, Endesa paralizó su plan de inversiones y pasó de pensar en nuevas centrales a buscar la forma de deshacerse de parte de las que ya tenía.
La planta de Requejada se quedó en el punto crítico, ya que no había superado aún el trámite de información pública, el corte para los nuevos proyectos. De esta forma, la central no aparece en los planes de la compañía hasta el 2005, si bien cabe pensar que tanto por su emplazamiento, como por la facilidad para evacuar la energía producida a la futura red de 400 kV o el hecho de que buena parte de la tramitación ya está realizada, Endesa venda la autorización a otra compañía, como acaba de hacer la norteamericana Enron con su proyecto español, embolsándose alrededor de 4.000 millones. Hay que tener en cuenta que uno de los problemas para la puesta en funcionamiento de cualquier tipo de central eléctrica es el largo periodo que media desde que la empresa inicia el proyecto hasta la producción de los primeros kilovatios, alrededor de seis años.
Las otras dos centrales de ciclo combinado previstas no están promovidas por empresas eléctricas, lo que resulta más llamativo. Al mercado de la energía han acudido las industrias con un entusiasmo sorprendente y ahora mismo, los grandes productores eléctricos de la región son Sniace, Solvay o Dynasol, gracias a grupos cogeneradores de una potencia espectacular que no sólo alimentan estas fábricas sino que aportan grandes cantidades de energía a la red eléctrica.
La rentabilidad de estas instalaciones ha ido decayendo con la subida de los precios del gas y algunas plantas han llegado a pararse momentáneamente porque les resultaba más barato adquirir electricidad a la red. Las circunstancias han variado, como consecuencia del reciente descenso en las tarifas del gas natural para la industria en un 6,5%.
Las fábricas están dispuestas a rebasar el umbral de autoproductores y convertirse en auténticos productores eléctricos, aunque con ello pierdan las ventajas que tienen en la venta de sus kilovatios. Eso sí, saben que para dar el salto deben lanzarse a dimensiones muy superiores y la única alternativa en ese terreno es el ciclo combinado, que ofrece la mejor relación de inversión por kilovatio producido y, a la vez, el ratio más eficaz por energía consumida. Incluso hay empresas, como Sniace, que no contentas con un módulo (400 megavatios), se plantean la construcción de dos, una supercentral capaz de medirse con cualquier nuclear y que consumiría, por sí sola, más gas que toda la región.
Solvay, que se conforma con un módulo de 400 megavatios, aún duda sobre la eventualidad de aprovechar otras oportunidades para los terrenos que piensa utilizar, si el proyecto se demorase demasiado en el tiempo.
Un espectacular polo eléctrico
De construirse las tres centrales (1.600 megavatios de potencia, en un radio de tan solo tres kilómetros de distancia) se crearía en la zona de Torrelavega el mayor entramado eléctrico del sistema español, al que habría que añadir las plantas de cogeneración que ya tienen instaladas Solvay y Sniace (200 megavatios, en conjunto), las mayores de España. Cantabria pasaría de ser insignificante como productora eléctrica a estar en disposición de abastecer el 5,5% del consumo nacional en momentos de máxima demanda, el equivalente a una nueva Viesgo.
Curiosamente, este fenómeno se produce en una región que no tiene ninguna fuente energética natural y es consecuencia muy directa de la conexión al gasoducto nacional que transporta hasta la región el gas argelino y el de Siberia.
La tecnología de ciclo combinado es sustancialmente más barata que otras competidoras, ya que requiere una inversión de 75 millones de pesetas por megavatio (30.000 millones para una central-tipo de 400 Mw). Esto supondría que en la zona de Torrelavega llegarían a invertirse alrededor de 120.000 millones de pesetas de ponerse en marcha los tres proyectos.
La realidad será mucho más modesta, como va a ocurrir, sin ninguna duda, con los parques eólicos. Sobre la mesa del consejero de Industria se acumulan una treintena de iniciativas para instalar otros tantos parques, que suman alrededor de 500 megavatios de potencia y que requerirían una inversión de 60.000 millones de pesetas.
El Gobierno, después de empezar a tramitarlos, tuvo una sensación de vértigo ante un proceso que amenazaba con escapársele de las manos y optó por establecer una moratoria temporal que ya se dilata demasiado en el tiempo y está causando serios problemas a algunos solicitantes.
En este periodo no se han clarificado los criterios de instalación y, lo que es peor, sigue sin haberse elaborado un mapa de vientos que permitiría calcular con cierta exactitud las posibilidades energéticas que tiene este recurso natural en Cantabria y elegir los mejores emplazamientos, en lugar de llenar la región de molinos.
La iniciativa más novedosa, en cualquier caso, es una pequeña central maremotriz que una empresa cántabra ha solicitado para instalar en la ría de Astillero. La central, que además de producir 6 megavatios de energía serviría como centro de investigación para la Universidad de Cantabria, funcionará como los viejos molinos de marea. Aprovechará los flujos del Mar Cantábrico para retener grandes cantidades de agua, que serían turbinadas en los reflujos. Francia ha utilizado esta energía para una gran central eléctrica, pero las eléctricas españolas nunca la han tomado en consideración, por lo que representa una de las primeras iniciativas en este sentido del país.