Inventario

Estamos llenos de ricos

El efecto más inmediato que tuvo el euro fue el reducir drásticamente el número de millonarios. No era lo mismo, ni mucho menos, tener un millón de pesetas, algo al alcance de la mayoría, que un millón de euros. Pero incluso esta barrera parece cada vez más fácil de saltar, porque en España hay nada menos que 141.000 personas con un patrimonio financiero superior al millón de euros, es decir, que podríamos llenar Santander sólo con los millonarios de verdad.
Parecen muchos, la verdad, pero es la cifra que manejan los bancos especializados en gestión de patrimonios, buenos conocedores de las entretelas de una clientela que sólo se confiesa con ellos y con los médicos.
Con todo, lo más significativo es lo rápido que crecen las fortunas en España. Hace unos pocos años, los banqueros podían concentrar sus esfuerzos en las cuarenta familias que tenían más de 40 millones de euros (por entonces, unos 7.000 millones de pesetas). Ahora ya hay 1.500 que sobrepasan esta cifra y concentran nada menos que 65.000 millones de euros de patrimonio, alrededor de once billones de pesetas.
El secreto de este rapidísimo aumento del número de ricos no está en las nuevas tecnologías ni en la industria, ni siquiera en la Bolsa, sino en algo tan prosaico como el ladrillo, que ha demostrado tener mucha más rentabilidad que todos aquellos productos postindustriales que se presentaban como una avanzadilla del futuro y hoy apenas representan nada. Es el frenesí constructor el que ha revalorizado las fortunas tradicionales y ha creado muchas más, hasta tal punto que se calcula que entre el sesenta y el setenta por ciento del patrimonio acumulado por los ricos españoles en los últimos años procede del sector inmobiliario. Y aunque en educación nos descolguemos de los rankings, hemos llegado a ser el décimo país que más fortunas genera cada año. Bastantes más que Francia o Alemania, donde hay el doble de población, lo cual no es un buen indicio, porque en los primeros lugares de la lista están paraísos fiscales poco recomendables o países emergentes donde las rentas no se reparten de una forma muy equilibrada que digamos.
Con un censo de ricos semejante, tendremos que pensar en cambiar de criterios. Ni el mundo se cae cada día sobre la cabeza de los españoles, como aventuran algunos, ni las cosas van tan mal, al menos para quienes han amasado estas fortunas. Y hay que reconocer que los ricos españoles también han aprendido a gestionarse. Frente a la política de manos muertas, que durante siglos acabó en el abandonismo y el hundimiento del país, ahora adoptan una actitud mucho más activa. Ya no se conforman con esperar las rentas de los aparceros de sus latifundios. Tienen mucho dinero y quieren tener mucho más, y eso espolea la economía. Por supuesto, con la ayuda de los que no forman parte de este club, pero hacen todo lo posible por entrar en él.
Solchaga se jactó cuando era ministro de Economía de que España era el país donde más rápido podía uno hacerse rico. Aquello no le sentó nada bien a Nicolás Redondo, que estaba al frente de la UGT y consideraba intolerable que un partido de los trabajadores se vanagloriase de semejante estado de cosas. Economía de casino, lo llamó. Han pasado casi veinte años y ahora ni UGT ni CC OO se toman la molestia de discutirlo. Es posible que estemos en el mismo casino del ladrillo y la bolsa que entonces, pero a nadie le va a preocupar mientras no se cierre el derecho de admisión. Todo el mundo cree poder tener un lugar en el reino de los ricos, aunque sea por la vía del cuponazo. Al fin y al cabo, con un censo tan numeroso, cómo no va a caber uno más.

Cambio sociológico

En poco más de dos años, el tabaco está entrando en unos derroteros sociológicos muy distintos a los que solía y eso puede llegar a resultar alarmante, porque las costumbres nunca habían cambiado tan rápido. De no tener connotaciones sociales negativas, el fumar ha pasado a ser políticamente incorrecto y a refugiarse, con relativa rapidez, en un segmento de población popular, de bajos ingresos y en colectivos con problemas.
Esta evolución no es producto de la Ley Antitabaco, puesto que lo ha precedido, ni de una decisión explícita de nadie. Simplemente, ha ocurrido y los datos están ahí. Ha descendido el número de fumadores, se han multiplicado las terapias para abandonar esta adicción y el tipo de consumidor se dirige, cada vez más, hacia las marcas baratas, hasta llegar a producir un desabastecimiento en algunas de ellas. El Ducados Rubio, que salió a la calle en julio al precio de 1,35 euros, en septiembre ya se había convertido en la tercera enseña más vendida del país y los estanqueros lo están recibiendo con cupos, porque la fábrica no puede atender toda la demanda.
Un éxito semejante no se produce por un incremento general de las ventas, sino que es el resultado de un descenso de la cuota de los competidores. El público español abandona masivamente las marcas tradicionales para posicionarse en las de bajos precios, no se sabe bien si para refugiarse de la alta fiscalidad de las primeras, que ha conseguido romper fidelidades de décadas o, lo que parece más probable, porque el poder adquisitivo del fumador medio va en descenso, ante el abandono de aquellos que viven en medios sociales donde la presión ambiental en contra del tabaco es más alta.
Todo ello pone de relieve la fortaleza de las pautas sociales, en una sociedad que aparentemente ha roto muchas cadenas. Las miradas de reprobación acaban por ser más eficaces que una ley y eso se verá en los próximos meses. Quien crea que la nueva norma antitabaco no puede funcionar en un país como España, donde cada uno presume de hacer lo que quiere, se equivoca. De hecho, ya había triunfado antes de salir publicada.

El trasvase innecesario

El trasvase del Ebro ha hecho correr más ríos de tinta que de agua. Ha servido durante varios años para excitar a la opinión pública, tanto a favor como en contra y sólo ahora empiezan a estar las cosas claras. Cuando parece definitivamente abortado, Murcia ya no encuentra motivo para mantener ocultas por más tiempo sus cartas. Su intención no era regar más, sino llenar muchas más piscinas y hacer muchas más ciudades. Un solo pueblo, casi desconocido, va a dar licencias para 60.000 viviendas. Algo así como hacer de la noche a la mañana un Santander entero en Alfoz de Lloredo, por ejemplo. Todo ello, por supuesto, en nombre del progreso.
Los buscadores de oro no fueron capaces de intuir que las minas del rey Salomón donde realmente se encuentran es en los pedregales, siempre que haya sol y estén situados cerca de la costa. Y, por supuesto, con agua, porque un poco de riego hace milagros. Ya lo comprobaron en Barhein o en Dubhai. Ahora somos nosotros los que sacamos petróleo de los páramos.
Las cifras son mareantes. La Comunidad Valenciana, que ha sido objeto de una reprobación urbanística insólita en el Parlamento Europeo a propuesta de eurodiputados de varios países, quiere construir nada menos que 225.000 viviendas. En Murcia, donde actualmente hay cuatro campos de golf, están en construcción o en proyecto nada menos que 45. Un pequeño municipio ha dado licencias, por sí solo, a ocho campos de golf, por supuesto, rodeado de miles de viviendas. Y todo esto mientras sus autoridades sostienen que el Levante está exangüe por culpa de quienes se niegan al trasvase del Ebro. No cabe imaginar lo que podrían proyectar si llegan a tener agua.
¿O sí la tienen? ¿Alguien cree que los organismos públicos son tan irresponsables como para incentivar la construcción de cientos de miles de viviendas si tienen la convicción de que cuando abran el grifo del agua en cada casa no saldrá nada? No. Por muchas estupideces que hayamos visto auspiciadas desde las administraciones públicas, hay que suponer que no llegarían a tanto.
Entonces, ¿por qué se ha montado una polémica semejante por el agua del Ebro? Obviamente porque quieren más, y para tal fin se ha utilizado sin escrúpulo a los agricultores. La vega levantina necesita agua, pero va a necesitar muchísima más cuando se construyan las viviendas que propician quienes dicen defenderla, porque ya se sabe que el agua para el consumo humano es prioritaria y se va a detraer de los usos agrarios.
Quienes clamaban por dar agua a los campos, ahora sabemos que se estaban refiriendo a los de golf, no a los de naranjos. Y, por supuesto, nada de explicaciones. Cuando le han preguntado al presidente regional de Murcia, Ramón Luis Valcárcel, por el asunto lo ha zanjado diciendo que nadie tiene derecho a darle indicaciones a su comunidad sobre el destino del agua que reclama.
Así que ya lo saben. Aquí hemos construido 20.000 viviendas en la costa y nos hemos quedado sin agua porque, aunque tenemos el Pantano del Ebro, nuestro derecho sobre él se limita a una fracción marginal de su capacidad (15 hectómetros cúbicos) y siempre que lo devolvamos después. Sin embargo, aquellos que exigen el agua un par de cuencas abajo, ni siquiera están por la labor de darnos una somera explicación de para qué. Claro, que ahora que ya lo sabemos, quizá sea mejor.
Ni el agua era para el campo, más que en forma subsidiaria, ni va a ser tan precaria la situación de Levante después de que la ministra Narbona echase abajo el Trasvase, porque de lo contrario no estaría ocurriendo lo que ocurre.
Cantabria tiene un planteamiento tan solidario con el agua que es prácticamente la única que no se beneficia de todo el que recoge. Y no es cuestión de pasar facturas a nadie, pero lo cierto es que muy pocos ayuntamientos costeros de la región podrían asumir la construcción masiva de piscinas, como pueden observarse en cualquier localidad costera levantina, por la sencilla razón de que se quedarían sin agua. Y no nos quejamos.

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