Editorial

¿De verdad es razonable dedicar cinco millones de euros a construir un nuevo esstadio para la Gimnástica, cuyos aficionados caben en media grada? ¿Podemos seguir haciendo edificios de autobombo tan vacíos de contenido como el museo de nuestras tecnologías que se va a levantar en el PCTCan o las Tres Torres de la Universidad? ¿Es el momento de hacer otra carretera más al Soplao sólo para complacer a un alcalde?

La guadaña del arrepentido ministro Blanco podía haber entrado a saco y con más acierto en el ámbito autonómico y en el local, porque muchos no se han enterado todavía de cómo están los tiempos, pero ese es territorio vedado. Unas ínsulas baratarias donde algunos presidentes regionales dicen no poder prescindir de una televisión autonómica que pierde 300 millones de euros al año “porque es un servicio público”, como si no fuese un servicio más público todavía ahorrarle ese dinero a los contribuyentes y donde algunos alcaldes muy cercanos remuneran a sus agentes con salarios que superan en un 70% lo que cobran los policías nacionales o los guardias civiles.

Ahora que toca hacer examen de conciencia podríamos plantearnos por qué tenemos un magnífico emisario submarino en Berria sin usar desde hace cuatro años, ya que los colectores aún no llegan hasta allí, qué pinta el puente en el Parque Científico y Tecnológico que se quedará viejo sin que nadie sepa con qué fin se hizo (se supone que no era sólo el estético) y un gigantesco parking subterráneo anejo que no tiene utilidad, porque no se corresponde con la fase del Parque comercializada. O ese monumento al absurdo que nos legaron Gonzalo Piñeiro y Fomento, un puente sobre la S-20 a la altura de Monte, que después de construido el alcalde exigió derribar.
No siempre se acierta con las obras. Recientemente se ha hecho público un estudio de la Unión Europea que pone en duda la rentabilidad real de muchas de las que ha financiado tan generosamente. Aunque el informe señala a Grecia como paradigma de estos despropósitos, España no se libra de las reprobaciones, quizá porque, como decía un ex alto cargo socialista, “había que hacer mucho y muy deprisa para recuperar la desventaja con otros países y para aprovechar el dinero”.
Siempre hay un margen de error, pero ahora tenemos la oportunidad de pensar las cosas dos veces y de quitarnos algunos complejos de los que otros países más avanzados ya se han desprendido, como la mitificación de la obra pública. Ese era un estadio importantísimo, pero estamos a punto de superarlo. Hemos tenido nuestra dosis de cemento en vena y ahora necesitamos otros complejos vitamínicos.

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