Zárate: ‘El PIB no recoge el peso real de la industria’

Pregunta.– ¿Cómo llegó a Solvay?
José Luis Zárate.– Trabajé durante dos años en una empresa de construcción en el País Vasco, el típico empleo de cuando terminas la carrera, y en el 74 ya empecé a trabajar en Torrelavega, casi de casualidad. Solvay estaba ofreciendo cuatro puestos, pero era un momento de crisis tras el choque petrolero del 73. En Solvay ya se vivía aquello, aunque España seguía sin darse cuenta de que había una crisis. Habían ofrecido cuatro puestos y al final contrataron a uno solo. Ese fui yo. Desde entonces, he estado 38 años, de los cuales 30 en Torrelavega.

P. ¿Y qué es lo que más ha cambiado de aquella fábrica a la de hoy?
R.– Los productos son los mismos. Ahora hacemos menos pero en mayor volumen. Ha habido una especialización. Desde el punto de vista humano ha cambiado bastante. Entonces todo era muy manual y las condiciones de trabajo eran más duras. Era una situación de confusión social, un momento de paso de la dictadura a la democracia. Sindicatos muy reivindicativos, unas relaciones más conflictivas con ellos, la gente estaba menos formada… Estaba el obrero mixto… Las relaciones de jerarquía eran muy diferentes. Se venía de la cultura del ordeno y mando, del trabaje y no piense. Después fue totalmente diferente. Se pedía a la gente que participase y la gente se involucró más con la empresa. Pasamos de una mayor jerarquía a un mayor compromiso y eso es un factor clave de la economía en general.

P.– En cualquier caso, Solvay siempre ha tenido unas relaciones un poco paternalistas.
R.– Cuando se instaló, en las primeras décadas del siglo pasado, ése era el estilo de las empresas grandes y, sobre todo, de las multinacionales que venían de Europa. Solvay se preocupaba de atender las necesidades de educación de la gente, de temas de salud e incluso de la higiene. Había gente que me decía que cuando eran niños iban a unas duchas que la empresa ponía a disposición de las familias que vivía en el entorno, y lo mismo ocurría con la Casa de Salud. Luego, ese estilo de gestión social cayó en desgracia, pero Solvay supo mantener una serie de beneficios para los trabajadores. Curiosamente, ahora se vuelve un poco a todo aquello, a través de lo que se conoce como responsabilidad social corporativa, que no es sólo ocuparse de los empleados sino también de la gente del entorno sobre cuyas vidas se tiene un impacto.

P.– También tiene la etiqueta de ser una empresa elegante. ¿A qué lo atribuye?
R.– Probablemente hay una razón y es que el fundador tenía cierta filantropía. Él descubrió el sistema de producción del carbonato sódico que utilizamos desde hace 150 años y luego fundó la empresa para aplicarlo. No se quedó solo en el campo científico, puso en marcha la fábrica arriesgando su economía familiar y salió adelante. Luego, cuando ganó bastante dinero se dedicó a promover la ciencia y el humanismo. Era un filántropo (hay quien dice que era masón). Y eso creó una impronta inicial. Quería aportar a la sociedad una parte de lo que había ganado con su invento y su aventura empresarial. El hecho de que la sociedad haya permanecido en manos de la familia –ahora en su cuarta generación– y que el accionariado sea muy estable (casi un 50% de las acciones están en manos de la gran familia Solvay) ha servido para mantener esa impronta, aunque, es verdad, que cada vez menos, porque presionan los resultado inmediatos. Solvay tenía un enfoque industrial, a largo plazo, que no es el habitual de las empresas que cotizan en Bolsa, pero la realidad empieza a desmontar este tipo de cultura.

P.– Hasta su antecesor y durante casi cien años, no hubo directores españoles en la fábrica. Ahora ya parece normal, aunque su sucesor no lo sea…
R.– En las fábricas del grupo por todo el mundo tenemos decenas de españoles en puestos de gran relevancia y muchos han pasado por Torrelavega. Pero el conocimiento local es importante para muchos asuntos. Yo me muevo bien aquí y para un extranjero es un poco más complicado.

P. Cuando llegó, la fábrica tenía alrededor de 2.000 trabajadores y otros tantos de contratas. Ahora, son 470 de plantilla y unos 360 de contratas que están permanentemente en la planta, pero quien deambule por las instalaciones casi no se encontrará a nadie. ¿El objetivo final de un director de planta industrial es conseguir que todo funcione automáticamente?
R.– El objetivo de un director es que la fábrica tenga continuidad en el tiempo, que sea viable. Hoy no tendría sentido tener 2.000 personas. El debate actual es la falta de productividad de España. Debemos ser productivos para conseguir una solidez que garantice el futuro.

P.– La industria camina hacia instalaciones muy grandes y con pocos empleos. A este paso, crear un puesto de trabajo industrial tendrá un coste inabordable…
R.– Siempre hay nichos nuevos… Nosotros es verdad que no estamos teniendo un aumento neto en personal de producción, pero sí en una actividad con la que antes no contábamos, la I+D. Como no sabemos cómo evolucionará, de momento la estamos cubriendo con contratos temporales, dando trabajo a la Universidad.

P.– ¿Eso quiere decir que se buscan nuevos productos para la fábrica?
R.– La I+D está dirigida a las producciones que ya se hacen aquí, pero con un sentido global de la empresa. A través de contactos internos conseguimos traer esa actividad, que aumenta el nivel de la fábrica y nos hace perfeccionar departamentos internos, como el laboratorio, que deja de estar vinculado únicamente al control del producto terminado y participa en ensayos y pruebas.

P.– Da la impresión de que las sociedades ricas piensan que la industria es cosa del pasado.
R.– Sí, se dice que en la industria tiene una importancia relativa, porque genera un porcentaje del PIB y un número equis de puestos de trabajo, cada vez menos, en comparación con el sector servicios. Bueno, eso hay que matizarlo. Es cierto que en producción ya no generamos empleo neto, estamos en una fase de mantenimiento o de ligera reducción en los casos en que se puede automatizar algún trabajo. Pero creo que no se atribuye a la industria su auténtico impacto económico y para contrastar esta idea pedimos a la Facultad de Económicas que hiciese un estudio del impacto que tiene Solvay en la economía en Cantabria. Los datos están ahí [Zárate señala el informe]: generamos más de 120 millones de euros de valor añadido bruto, lo que supone una colaboración al PIB de Cantabria del uno y pico por ciento. Hay gente que utiliza la facturación como si fuese valor añadido bruto y te dicen que ellos representan el 4%, pero eso es una confusión. Yo he pedido un estudio serio, con tablas input-output, que ha liderado la decana de Económicas, Begoña Torre, y esos son los datos. Y también dicen que la actividad de Solvay induce cuatro empleos por cada puesto directo.

P.– ¿Cree, entonces, que no hay un ambiente social propicio para la industria?
R.– Creo que la receptividad aquí es regular y lo que trato de explicar es que Cantabria tiene que seguir cuidando la industria. El sector servicios tiene que tomar el relevo, pero cuelga bastante de las fábricas. El tener una industria fuerte es muy importante para la economía de la región. Hay quien no quiere infraestructuras industriales, tratamientos de residuos, la generación de electricidad y su transporte… Hay que hacer una labor pedagógica para crear un estado de opinión más favorable. Creo que la gente intuitivamente lo comprende, pero si pueden evitar los efectos de la industria, lo prefieren. Y eso no puede ser. Tienen que aceptar que si quieren servicios sociales y un modelo europeo de bienestar, hay que financiarlo. Si no hay ingresos, eso no es posible. Hasta la situación actual, el Estado del Bienestar se daba por seguro pero ahora vemos que es algo que se puede perder.

P.– Pues probablemente ningún sector industrial con un cartel tan conflictivo como el químico y especialmente en productos como los plásticos. Ustedes, como fabricantes, han vivido la época en que parecía que nos iban a resolver la vida, luego los años en que fueron denostados y más tarde un proceso de cierto entendimiento, en el que todos llegamos a la conclusión de que lo que hay que hacer es utilizarlos responsablemente. Pero para eso, ustedes los industriales del sector tuvieron que crear un lobby que tratase de cambiar el estado de opinión.
R.– Es que la gente es muy dada al catastrofismo. En seguida se dice que el CO2 va a destruir el mundo o que el plástico es cancerígeno. Al final, el efecto de la química es muy beneficioso para todos. Prácticamente todo es química y la química nos ha hecho la vida mucho más fácil. Hace dos siglos, Malthus dijo que el mundo no tenía capacidad para mantener a tanta gente como había y mira la que hay ahora. Hay que tener confianza en la inventiva humana. En esa época, con los medios que tenían no se podía. Pero debemos confiar en la capacidad de desarrollo del hombre. Es cierto que tiene cosas nocivas si no se hace correctamente. Pero hay que poner lo bueno y lo malo en la balanza. Y, en la parte de los problemas, por supuesto que hay que reducir los riesgos en la medida de lo posible. Pero todo eso es ciencia.

P. La fábrica de Torrelavega sigue haciendo productos vinculados con su origen, hace más de un siglo y, por tanto, muy maduros. ¿Corre riesgos si en algún momento esos productos fuesen sustituidos en el mercado?
R.– Los corre si estos productos se hacen de forma más eficiente en otros sitios. Y hoy en día el transporte lleva las cosas más eficientes a todas partes. En el caso del vidrio [el principal uso del carbonato de sosa] seguimos muy de cerca los estudios que están llevando a cambo los vidrieros, que son los más interesados en anticiparse a cualquier producto que pudiera hacerles la competencia. Si aparece algún sustitutivo, evidentemente acaba con el negocio. Pero creemos que el vidrio aún tiene futuro.
En la parte del carbonato, la producción más fuerte de la fabrica de Torrelavega, somos competitivos, somos la mayor fábrica a nivel europeo. Si seguimos haciendo las cosas bien tendremos futuro. En el bicarbonato, el segundo producto más importante, aunque bastante por detrás del carbonato, continuamente se están conociendo nuevas aplicaciones. Por ejemplo, la utilización en la industria farmacéutica y en la alimentación humana o en la animal. Es un producto que tiene mucho futuro.

P.– ¿Y, ante un posible cambio tecnológico, por ejemplo, un sistema más avanzado que el proceso Solvay de producción de la sosa?
R.– Se puede dar y es una de las cosas que nuestra empresa también sigue de cerca. Algunas de las cosas que estamos haciendo en Torrelavega están orientadas a la optimización de una parte de la fabricación del carbonato con tecnologías nuevas, como la electroquímica. El sistema de producción actual es el mismo en todo el mundo y lo que hace falta es ser eficiente en la utilización de la energía, en las materias primas, y en cualquier ventaja con respecto a los competidores.

P.– La producción de Solvay se basa en la caliza, la sal, la energía y el componente humano. El factor desequilibrante puede ser la energía, que consume en gran cantidad. ¿Es competitiva en España?
R.– Nosotros la consumimos de dos clases. Una, en forma de combustibles, productos que tienen un precio internacional, aproximadamente el mismo para todos los fabricantes. La otra energía es la electricidad y esa es otra historia. En el gas somos una isla, pero la gran ventaja es contar con seis o siete puertos metaneros por los que entran barcos procedentes de todo el mundo, así que estamos a la par en precios con todos, pero en la electricidad no tanto. Lo que se exporta o importa de Francia puede llegar a ser teóricamente del 3% pero en la práctica es mucho menos. Por tanto, somos una isla eléctrica. No obstante, con respecto a hace cuatro o cinco años, la situación ha mejorado, los precios han bajado por la caída de la demanda, pero eso es coyuntural. Lo que tiene que preocuparse el Gobierno español es de que el precio de la energía de los productores nacionales sea competitivo, porque en este terreno sí que no hay mucha posibilidad de intercambios.

P.– Pero las fábricas se defienden fabricando su propia electricidad, con la cogeneración. ¿Ahorran mucho?
R.– Una central térmica o de gas natural tiene un rendimiento de alrededor del 50%, pero una cogeneración casi puede llegar al 90% de rendimiento. Es un sistema muy eficiente de generar energía térmica y eléctrica. Si necesitas una energía térmica puedes cogenerar energía eléctrica; siempre en este orden, lo contrario es un fraude. Una cogeneración se tiene que basar en las necesidades de producción de energía térmica y, a consecuencia de eso, produces energía eléctrica. Con ambas puedes tener un rendimiento energético cercano al 90% en contraposición con los sistemas de generación eléctrica puros, que si son de gas con ciclo combinado andan por el 50% y si son térmicas clásicas –las de carbón, por ejemplo– pueden estar en el 35%. Claro, la diferencia es terrible.

P.– En su momento, la sosa natural que se encontró en el subsuelo en EE UU se convirtió en una fuerte amenaza para ustedes, que han de fabricarla. ¿Sigue siéndolo?
R.– Lo fue. De hecho, compramos una mina de carbonato natural en Estados Unidos y somos unos productores más. A pesar de que el coste de producción es barato, no hay cantidad suficiente para traerla hasta aquí y se dirige a mercado más próximos, donde los costes logísticos son menores. Tenemos otra amenaza mayor, un yacimiento de carbonato sódico natural de Turquía, donde hay un productor bastante agresivo que se está metiendo en España. Nosotros en España ahora sólo vendemos una parte de nuestra producción pero no abastecemos ni mucho menos al mercado nacional. Aquí entra sosa natural pero sale la sintética, la nuestra. Estamos en un mercado global.

P.– ¿Hasta qué punto le afecta la crisis económica a la fábrica?
P.– En los últimos años estamos al 87% de la producción. Tenemos una capacidad de producción de carbonato de un millón de toneladas al año y estamos produciendo unas 870.000. De esas, algo menos de la mitad van al mercado nacional y el resto lo estamos exportando. El carbonato a Sudamérica, fundamentalmente, y el bicarbonato al Norte de Europa.

P.– El éxito de gestión de una empresa industrial también se empieza a medir por el aprovechamiento de los subproductos. ¿Solvay es capaz de aprovecharlos y reducirlos o tendrá que recurrir siempre a grandes vertidos?
R.– Claro que los reducimos. Una de las cosas necesarias para gestionar los subproductos es segregar, porque si los mezclas todos, al final contaminas lo que vale más con lo que vale menos. Una de las líneas también de investigación que tenemos en la fábrica es la valorización de las arenas que se producen en la fabricación del carbonato, los lodos que vertemos en Usgo. Nosotros utilizamos como materias primas piedra caliza y sal minerales, es decir productos impuros. Ese mineral lo depuras antes de utilizarlo, lo limpias de sus impurezas pero su composición entra en el proceso donde se digiere lo que se tiene que digerir, el carbonato cálcico, que forma parte de la caliza, y el cloruro sódico, que forma parte de la sal. Pero las impurezas tienen que salir por algún lado y eso es lo que constituyen las arenas, una mezcla entre arena y un polvo finísimo de propiedades alcalinas que deben ser aprovechables. Ahora estamos separando una parte de las arenas, la más gruesa –que no es la más valorizable pero sí es la más sencilla de separar– y estamos viendo qué podemos hacer con ella en la planta de Cementos Alfa de Mataporquera, para que sustituyan una parte del combustible que utilizan y una parte de la materia prima –piedra caliza, también– porque es un producto de mucha más calidad.
Las partículas más finas de estas arenas se podrían utilizar en la neutralización de la acidez de los gases de combustión. Uno de los contaminantes que produce el combustible es el SO2, pero si añades un producto alcalino, neutralizas esa acidez. En la incineración de residuos urbanos suele producirse ácido clorhídrico y también necesitas un neutralizante. Estamos experimentando aquí en plantas piloto porque para poder utilizar estos subproductos que hay que darles valor.
Hay otra línea de investigación, la utilización de estas partículas alcalinas –carbonato cálcico fundamentalmente– con fosfórico, para producir un secuestrante de metales pesados. Así se podrían tratar lodos o fangos de ríos contaminados. Y con el residuo resultante hacer bloques de hormigón para cualquier uso, por ejemplo, para los diques marinos.

P.– ¿Qué hará de jubilado, jugar al golf?
R.– Seguiré en el Consejo Social de la Universidad, haré deporte y tengo que buscar algo más para hacer, no sé todavía, pero no me imagino estar sin hacer nada.

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