Las cuentas que heredan los nuevos dirigentes
Hace diez años, la situación económica del Gobierno cántabro era muy buena. Cerraba los ejercicios con superávit y casi no tenía deuda. En cambio, los ayuntamientos estaban endeudándose con mucha rapidez, a pesar de que la burbuja inmobiliaria les proporcionaba más ingresos que nunca. Después de ocho años de crisis, la situación es radicalmente distinta. Es el Gobierno el que está peor, mientras que los municipios han conseguido reducir la deuda. Parece una paradoja en unos momentos en los que prácticamente no ingresan nada por licencias de obra, pero lo han conseguido, aunque sea a costa de elevar la presión fiscal.
Santander es la excepción, porque sus cuentas se descuadraron ya en los años 80, con Hormaechea como alcalde, y nunca más volvieron a la normalidad. Dos décadas de ajustes sólo han servido para que por fin pueda encajarse en parámetros de normalidad, si bien ha sido a costa de una subida de los impuestos que la ciudadanía ha reprochado en las urnas.
Torrelavega, Camargo, Reinosa o Astillero tienen una deuda muy inferior a la media nacional y en algunos casos siguen aplicando políticas muy restrictivas en los gastos que en otro momentos momentos podrían parecer encomiables pero que tienen menos justificación en una situación social tan grave.
Por lo general, todos los municipios tienen unos servicios aceptables o francamente buenos, incluso en algunos campos en los que teóricamente no tienen competencias. En consecuencia, tanto los alcaldes que repiten como los muchos que se van a renovar tras las elecciones no debieran tener demasiados problemas económicos en su gestión.
Será mucho más grave la herencia que reciba el nuevo Gobierno, con un endeudamiento que obliga a pagar casi un millón de euros al día entre intereses y amortizaciones.