Lujo rural

La avalancha de establecimientos rurales ha propiciado pequeñas joyas, hoteles inesperados en unos entornos naturales que han conjugado el encanto del lugar con unas prestaciones muy superiores a las que cabía esperar de su reducido número de habitaciones. Es lo que sucede con el nuevo Hotel Fidelis, en pleno valle del Miera. Este establecimiento se encuentra en Rucandio, en una casona del siglo XVIII que su propietario quiso ubicar en lo alto del pueblo, quizá en busca de unas vistas excepcionales de las montañas que rodean el pequeño valle. La casona de los Ardanaz, el nombre por el que era conocida, ha sido totalmente restaurada por Palmira Medina para convertirla en un hotel cuidado hasta el extremo (basta con ver la página web), pero con respeto a la personalidad de un edificio, cargado de años y escudos y con una portalada de interés.
Palmira, barcelonesa, y su marido holandés Theo Kerstjens han vivido durante años en el extranjero, pero deseaban asentarse definitivamente en España y hacerlo con un negocio propio. Poco a poco, encaminaron su interés hacia la hostelería y los viajes por el país les condujeron hacia el Norte, donde el entorno les resultaba más familiar. Desde que descubrieron la casa de Rucandio, todo se produjo muy deprisa. La compraron en 2005 y en diciembre de 2007 la abrían al público después de una reforma en profundidad y de añadir un segundo edificio, con el mismo tipo de mampostería desconcertada, en el que poder instalar un spa y cuatro habitaciones que completasen las once del conjunto. La nueva construcción está unida a la casona por un jardín y los dos edificios se reflejan mutuamente en las cristaleras.
Palmira no escatima palabras de agradecimiento para todas las instituciones y gremios que han tenido relación con la obra, achaca el magnífico resultado final al cariño con que se ha afrontado la reforma y a la obsesión por cuidar todos los detalles.
La apertura de un establecimiento de estas características, con una inversión de tres millones de euros, en un valle en el que hasta ahora casi nadie se ha atrevido a plantear iniciativas turísticas tiene un riesgo evidente, pero la propietaria opina lo contrario: “Que la zona no esté explotada, en realidad es bueno, porque nadie espera que haya algo parecido por aquí”, confiesa Palmira.
La casa ha mantenido su carácter recio y, aunque todas las habitaciones son distintas, conservan un mismo estilo, con un ensamblaje entre la arquitectura tradicional y las comodidades de los mejores hoteles urbanos. Los colores no solo dan luz al interior sino que evitan la sobriedad del estilo montañés.
La intimidad del entorno se traslada al interior, con varios saloncitos que invitan a la lectura, a escuchar música o a tomar una copa, como el del piano que da a la piscina. El agua está muy presente, tanto en el jardín, cuajado de fuentes y estanques, como en el spa que cuenta con piscina climatizada interior y exterior, algo que parecía reservado a unos pocos entre los grandes establecimientos.
Que nadie busque circuitos en el spa. El hotel pone estas instalaciones a disposición del cliente para que las use por sí mismo como un espacio de relajación. Destaca en ellas la disposición de la piscina, ya que la lámina de agua se extiende por debajo de una cristalera hacia el exterior, lo que brinda la posibilidad de nadar dentro o fuera, sin interrupción, incluso en invierno. De esta forma, “nunca hay mal tiempo para la piscina, porque puede aprovecharse incluso en los días de viento o niebla”, opina la propietaria del hotel. El spa no es el más grande de los que se han construido en la región, pero sí es uno de los más sugestivos.
El restaurante también está extraordinariamente cuidado, tanto en la cocina de autor en la que Pacho González, el chef, está dispuesto a demostrar su sabiduría, como en la tradicional.
El comedor se prolonga hacia el jardín a través de un mirador, que resulta especialmente agradable en las cenas, cuando las luces hacen aún más sugerente el paisaje de fuentes y estanques.
En las habitaciones se ha respetado la identidad de cada una de ellas, en función de los juegos de vigas, con decoraciones diferenciadas. Los amplios baños son todos exteriores y participan de las vistas.
En todo el hotel, la propietaria ha combinado las antigüedades con diseños modernos y con las comodidades de las que podría gozar un establecimiento situado en pleno centro de la ciudad, desde el wifi a las bañeras de hidromasaje. Quien lo construyó hace dos siglos no pudo imaginar que encajarían con tanta naturalidad en su edificio.

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