Los minicampos de golf piden paso
El golf necesita grandes espacios que no siempre son compatibles con los estrechos valles interiores de Cantabria. Pero ¿que pasaría si en comarcas como Liébana, Cabuérniga, Asón o el Corredor del Pas fuera posible incorporar a los recursos turísticos que ya ofrecen, la posibilidad de jugar al golf? La respuesta a esta pregunta puede estar en un proyecto que impulsa el Laboratorio de Innovación Abierta, una entidad sin ánimo de lucro dedicada a asesorar a empresas y que propone llevar la práctica de este deporte a cualquier rincón de la Cantabria rural. No con un campo convencional, que requeriría alrededor de 60 hectáreas y un costoso mantenimiento, sino con un modelo de tres hoyos que sólo necesita una hectárea y media o dos. Un tamaño que sí puede tener cabida en muchas praderías de la Cantabria interior.
La prueba ya está preparada. La zona media del valle del Pas, a lo largo de la vía verde construida sobre el antiguo trazado del tren entre Ontaneda y Santander, va a ser el lugar elegido para poner en marcha este experimento con el visto bueno de los ayuntamientos de la zona. Serán ellos los que aportarán los terrenos públicos, convencidos de que estas instalaciones pueden impulsar en sus municipios el turismo rural, un sector al que no le resulta fácil encontrar nuevos reclamos.
Un ‘set’ de golf
Para hacer viable la idea no bastaba solo con reducir la superficie de los campos al mínimo, también era preciso eliminar aquellos factores que suelen generar algún rechazo cuando se plantea su construcción. Debía evitarse un excesivo consumo hídrico y cuidar la integración en el entorno, eludiendo la construcción de edificaciones llamativas. En estos minicampos o ‘sets de golf’, como los denominan sus promotores, se han eliminado estas circunstancias. Por su concepción y emplazamiento, no necesitan las acometidas exteriores de agua o de energía eléctrica. Son autosostenibles y pueden abastecerse mediante aljibes para almacenar agua de lluvia y un panel solar para accionar el riego automático en los greens, que son las únicas zonas en las que está previsto el césped natural. Para el resto del campo se utilizará el artificial. Tampoco habrá que hacer grandes movimientos de tierra, porque el diseño de las calles se adaptará a las características del terreno, ni se construirán edificaciones, por lo que no habrá cambios significativos en el entorno.
Al no requerir nuevas edificaciones y ocupar menos de cinco hectáreas, la construcción de esos minicampos no exigiría un informe de impacto ambiental, salvo que estén enclavados en una zona LIC (Lugares de Importancia Comunitaria).
Partiendo de que el proyecto inicial se hará sobre suelo público y eso evita la mayor parte del gasto, cada minicampo apenas necesitará una inversión que oscila entre los 18.000 y los 27.000 euros, dependiendo de las características del terreno.
El único coste realmente significativo será el del mantenimiento y ya se está explorando la creación de una cooperativa que se haga cargo del cuidado de los tres sets que se pretende construir en el corredor del Pas, a cambio de un porcentaje en la explotación de las instalaciones.
Idóneos para la iniciación
Cualquier aficionado puede ser un potencial usuario de estos sets de golf, aunque por sus características son idóneos para las fases de aprendizaje y formación. En lugar de las monótonas zonas de prácticas con que cuentan los campos convencionales, en los que se ensaya una y otra vez el mismo golpe, los que se inician en este deporte podrían practicar haciendo el recorrido real de varios hoyos. También pueden ser un reclamo para los viajes de empresa, alquilando el set por unas horas para un grupo determinado.
El juego, en realidad, no tiene por qué estar limitado a tres hoyos, ya que puede crearse un itinerario más completo, enlazando varios de estos sets. Esa es la intención de los que se van a instalar en el Valle del Pas, donde habrá varios consecutivos, separados entre ellos por no más de dos kilómetros de distancia.
La vía verde del Pas
La elección del corredor ribereño del Pas para llevar a la práctica esta idea no es casual. El proyecto ha surgido de una mesa de trabajo promovida por una empresa con intereses en la zona, Starva Woot, una firma inversora de capital anglo-español con sede en Madrid que tiene ambiciosos proyectos para ese valle pasiego, donde quiere promover un complejo residencial y un centro de innovación social sobre dependencia. Junto a esta actividad más convencional, la compañía pretende generar ideas para añadir nuevos atractivos a esa zona y es en esa búsqueda donde el Laboratorio de Innovación ha dado con la fórmula de los minicampos de golf, aplicable a cualquier entorno rural.
Los promotores del proyecto han pensado que, para articular esa red de minicampos, nada mejor que aprovechar los 22 kilómetros de vía verde que existen entre Castañeda y Alceda. Una senda llana y diáfana que permite un cómodo desplazamiento entre cada uno de los sets que se situarían en sus inmediaciones. Ni siquiera hará falta recorrerlos a pie. Paralelamente a este proyecto, el Laboratorio está explorando la posibilidad de que los usuarios de estos minicampos cuenten con un vehículo eléctrico para desplazarse de uno a otro set. Una idea que puede dar lugar a un proyecto industrial de mucho más alcance, puesto que esos vehículos se fabricarían en Cantabria y los promotores ya tienen un compromiso en firme en ese sentido.
Un modelo de negocio también privado
Las conversaciones con los ayuntamientos por los que trascurre esa vía verde están muy avanzadas. Tanto Corvera como Santiurde de Toranzo o Castañeda se muestran muy receptivos y están dispuestos a facilitar suelo público para la creación de estos espacios lúdicos que añadirían más atractivo a sus territorios.
La puesta en marcha de los minicampos de golf serviría también para testar la viabilidad de un negocio que puede atraer la atención de la inversión privada. Teniendo en cuenta que la autorización para la construcción es muy sencilla, al no requerir declaración de impacto ambiental, cualquier propietario de una extensión de terreno como la que se necesita podría aplicar este modelo para crear su propio negocio.
Que el primer ensayo se haga sobre parcelas públicas, facilitará, además, la colaboración de la Federación Cántabra de Golf. Desde este organismo se ve con interés un proyecto que no supone ninguna competencia para los campos habituales, sino más bien un complemento para la formación de jugadores.
El uso de estas instalaciones para el aprendizaje aliviaría la presión sobre los circuitos convencionales y fomentaría la demanda de nuevas licencias de golf, que en Cantabria alcanzaban las 8.271 al finalizar el pasado año, un 6,8% menos que en 2012.
Los minicampos no serán grandes generadores de empleo, pero sí necesitarán monitores o profesores de golf y personal para su conservación. Pero quizá su efecto más notable sea el indirecto, sobre los establecimientos de hostelería de la zona que, además, podrán vincularse más directamente a estas instalaciones, gestionando el acceso o el propio mantenimiento.
Estas ventajas, unidas a la sencillez del modelo de negocio, refuerzan la viabilidad de una idea que puede convertir el golf en un aliciente más del turismo rural. Y será también un modo de acercarse a este deporte sin tener que esperar a que se hagan realidad los grandes campos anunciados desde hace dos legislaturas, que están teniendo muchos problemas, tanto urbanísticos como de viabilidad económica.