El otoño de las librerías
Las librerías del siglo XXI es posible que sean los videoclubs. Con generaciones de muchachos formados en la cultura de la imagen, la lectura empieza a convertirse en un divertimento minoritario. En teoría, los libreros siempre tendrán los manuales escolares para sobrevivir. Los 78.000 alumnos matriculados en enseñanzas de régimen general en Cantabria consumen cada año tres cuartos de millón de libros, que suponen un desembolso para sus familias de 16 millones de euros. Una cifra que, por sí sola, podría mantener sobradamente una amplia red de librerías en la región.
La realidad es muy distinta. Los libros de texto se han convertido en un peligroso objeto de deseo. Son necesarios para sobrevivir, pero también pueden ser motivo suficiente para desaparecer. La paradoja es producto de la guerra comercial que se libra en este terreno, donde las grandes superficies aplican descuentos del 25% y las pequeñas librerías se ven forzadas a hacer el 12% y a asumir un riesgo cierto, el de quedarse con libros sobrantes que la editorial no recogerá. Si el librero pide menos de los que le demanden sus clientes, no sólo perderá oportunidades de venta, y facilitará el desvío de su clientela a otros establecimientos, sino que habrá de someterse a la presión de unos padres que no entienden que sus hijos no puedan disponer del material escolar a tiempo. Si pide más libros de texto de los que luego venderá, la editorial sólo se hará cargo del 12% de todos los servidos; el resto se los tendrá que quedar, y casi puede dar por seguro que tampoco podrá venderlos al curso siguiente, porque el sistema educativo español tiene la poco explicable costumbre de modificar los libros de texto cada año.
Renunciar a la campaña
Estos factores han llevado a muchas pequeñas librerías a renunciar a los libros escolares y, con ello, a la temporada alta del sector, que en algunos casos, hace el 70% de su facturación anual en esta época.
“Como muchos clientes compran tarde o a ciegas, nunca puedes calcular lo que vas a vender”, explica Valeriano García-Barredo, copropietario de Estvdio. Por sus dimensiones –es una de las mayores librerías del país– Estvdio puede hacer estrategias para ajustar el pedido a las necesidades reales, como recoger las solicitudes de los compradores desde varias semanas antes de que comience el curso, o mantener existencias de libros escolares durante todo el año, pero muchas librerías pequeñas, y especialmente las de pueblo o de barrio, se ven directamente obligadas a renunciar a una venta que para ellos entraña demasiados riesgos.
Los centros comerciales, en cambio, han encontrado en el libro el reclamo que necesitaban para hacerse con la jugosa campaña de gasto familiar que origina la vuelta al colegio. Así que pueden permitirse vender los libros de texto a precio de costo –algo que resulta legal desde que hace cuatro años una disposición del Gobierno Aznar autorizó rebajar hasta un 25% el precio–. Para ellos, el negocio está en el resto de las ventas, aunque algunos libreros sospechan que, incluso en estos libros rebajados, tienen un margen porque las editoriales les estarían ofreciendo un precio especial, en función de su alto volumen de ventas.
Paz Gil, responsable de las librerías Gil de Santander, reconoce que los descuentos de los centros comerciales pueden resultar muy atractivos para las familias con varios hijos pero sostiene que las grandes superficies no siempre aplican estas rebajas que anuncian.
La gratuidad de los libros de texto
El problema de fondo es que en la mente de muchos españoles subyace la idea de que los libros, ya sean de texto o de creación literaria, son caros. “Este es el argumento de la gente a quien no le gusta leer, a quien le molesta no leer y se justifica en el precio para seguir sin leer”, explica el copropietario de Estvdio. No obstante, García-Barredo es partidario de que los libros de texto sean gratuitos, como la educación, y tengan la consideración de instrumento de trabajo y no como algo obligatorio para el comprador.
Hay ejemplos suficientes para pensar que la idea no es disparatada. En EE UU, los propietarios de los libros son los colegios y los precios se fijan libremente; en Italia son gratuitos para las familias con renta baja y, en Alemania, se reutilizan durante varios años porque, al contrario de lo que ocurre aquí, sus contenidos no cambian de un año para otro.
El sector, representado por CEGAL, Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros, intenta buscar fórmulas que favorezcan a todos. Así, la responsable de Gil, y vocal de esta organización, pide la puesta en marcha en Cantabria de los llamados cheques-libro. Una medida que ya se utiliza en otras comunidades como Andalucía, donde los libros son gratuitos en los ciclos de primaria y secundaria.
El sistema es muy sencillo: la Consejería de Educación entrega los cheques a cada colegio que, a su vez, los reparte entre los padres para ser utilizados en la librería que deseen. Los libros así adquiridos permanecen en las aulas durante cuatro años hasta que se actualizan o renuevan. En opinión de Gil, esta sería una buena solución para que las librerías formaran parte del entramado social y pudieran sobrevivir.
El precio fijo y único
Junto a los descuentos que unos y otros pueden aplicar sobre la venta de libros de texto, el precio de los libros de lectura también constituye una diferencia insalvable entre los intereses de ambos: las grandes superficies apuestan por la liberalización y los pequeños libreros defienden con uñas y dientes el precio único y el descuento máximo establecido por la ley derogada de 1975, que permitía rebajar un 5%, excepto en ocasiones especiales como ferias o el Día del Libro. Es la única solución, dicen, para que las librerías logren el equilibrio comercial con una oferta donde tengan hueco “lo necesario y lo innecesario, lo útil y lo ocioso, la actualidad y lo clásico, lo fácil de vender –en ocasiones basura cultural– con lo que duerme en los estantes a la espera de quien lo necesita o descubre”, en palabras de Valeriano García-Barredo.
Paz Gil sostiene que la liberalización total de precios ha perjudicado al sector del libro en aquellos países como Estados Unidos o Inglaterra donde ya se ha implantado. De hecho, considera que se trata de una medida contraria al concepto del libro como patrimonio cultural y un terrible daño para la mayoría de los títulos que quedan sepultados bajo la presión comercial y las premuras de unos cuantos best-sellers.
El futuro del sector
Todas estas circunstancias no han acabado con las librerías como sector –que de hecho crecen en cuota de mercado–, pero ha reducido sustancialmente su número, ya que las pequeñas no han tenido otro remedio que cerrar o introducir productos complementarios.
Un informe de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros sostiene que en los próximos años disminuirá la venta de libros en pequeñas librerías y kioskos y aumentará en las de mayor tamaño, en las pertenecientes a cadenas, en las grandes superficies y en internet.
Paz Gil confirma esta situación en Santander donde la mayoría de las librerías pequeñas han desaparecido y las medianas se mantienen gracias a productos distintos al libro de texto. En su opinión, “en Santander deberían existir al menos diez librerías y apenas llegan a cuatro”. En estas circunstancias, la posibilidad de especializarse es una utopía.
Valeriano García-Barredo opina que la oferta obliga a ser más grande y a tener más novedades. “Y aunque podríamos vivir mejor sólo con 200 títulos, porque el resto tiene una rentabilidad desastrosa, las librerías son un servicio antes que un negocio”, sostiene. Una opinión que coincide con la de Paz Gil, para quien “el libro es algo distinto”.