COMPETITIVIDAD

José Villaverde Castro

Una vez más, y con ésta ya superan la treintena, la escuela de negocios IMD ha hecho público su informe sobre competitividad económica de un amplio grupo de países de todas las regiones del mundo y de los más variados niveles de desarrollo. El estudio, aunque no demasiado novedoso, aporta datos interesantes sobre distintas facetas de la competitividad y, por lo tanto, resulta útil para poner de manifiesto los puntos fuertes y débiles de las economías y, en su caso, para que gobiernos, agentes sociales e instituciones puedan trabajar por ampliar los primeros y reducir los segundos.

Puesto que la competitividad es un concepto que tiene múltiples facetas, siempre resulta difícil de definir y, por ende, de medir. En el caso que nos ocupa, se entiende como la capacidad de los países para crear y mantener un entorno que favorezca el desarrollo empresarial y, por lo tanto, que genere prosperidad; en este sentido, la competitividad no se puede reducir solo al PIB y la productividad, sino que engloba otros muchos elementos. Por ello, para comparar los niveles de competitividad de las distintas economías, el IMD elabora un ranking tomando en consideración cuatro factores principales, cada uno de los cuales es, a su vez, el resultado de la agregación de cinco sub-factores.

Puesto que nuestro interés se centra en la economía española, valga empezar señalando que la misma no sale bien parada en el estudio comparativo a escala internacional. De los 67 países que se analizan en el mismo, el nuestro ocupa en 2024 una muy discreta posición, la cuadragésima. Pero esto no es sólo cuestión de ranking, que no sería importante si las diferencias de nivel fueran de escasa entidad; el verdadero problema es que, asignando el valor 100 al país más competitivo y 0 al menos, España sólo obtiene una puntuación de 62,8; es decir, con los números del IMD somos un 37,2% menos competitivos que Singapur, que es el país que lidera el mencionado ranking (Figura 1). La cuestión, además, se complica un poco más en términos evolutivos, porque desde el año 2014 hasta ahora no ha variado sustancialmente nuestra posición en el ranking; incluso, como puede apreciarse en la Figura 2, entre 2023 y 2024 se ha producido un retroceso sustancial.

¿A qué se deben, entonces, los mediocres resultados competitivos alcanzados por nuestro país? Pues, a tenor de los cuatro factores de competitividad examinados por el IMD, a que en ninguno de ellos alcanzamos niveles dignos de ser reseñados. En efecto, con relación a 2024 (aunque los resultados para años previos son muy similares) registramos resultados decepcionantes en todos los factores y, como es lógico, en la mayoría de los sub-factores. Tal y como se aprecia en la Figura 3, donde obtenemos una puntuación más elevada es en materia de infraestructuras, pese a lo cual ocupamos la posición vigésimo sexta con un registro de 56,26, más de 32 puntos por debajo del país mejor situado, Suiza; algo parecido ocurre en lo que se refiere al desempeño económico, aunque aquí la diferencia con el mejor, Estados Unidos, se reduce a poco más de 20 puntos. Donde la situación se torna enormemente comprometida es en la esfera de la eficiencia, tanto la del gobierno como la estrictamente empresarial; en la primera, la posición es la quincuagésima octava, con un registro de casi 60 puntos por debajo del gobierno más eficiente (Suiza, de nuevo) y, en la segunda, con una nota de 43, ocupamos la posición es la trigésima octava y 57 puntos por debajo de Dinamarca, que obtiene los mejores resultados.

Buscando un poco más de precisión en el examen de los factores determinantes de la competitividad, vemos que solamente mantenemos posiciones relevantes en lo que atañe al comercio e inversión internacionales, y relativamente aceptables en la mayoría de los sub-factores que conforman el factor relativo a las infraestructuras (Figura 4). Por último, y para no resultar reiterativo, la situación es verdaderamente complicada en la mayoría de los componentes que miden la eficiencia del gobierno y en algunos de los relativos a la eficiencia empresarial. En este último caso, resulta muy llamativa la pésima puntuación que obtienen nuestros empresarios (públicos y privados) en lo que se refiere a actitudes y valores, algo que, como se dice coloquialmente, deberían hacerse mirar. Aun así, donde todo resulta más preocupante es en relación con cuatro de los cinco componentes (sub-factores) que evalúan la eficiencia gubernamental, pues en los cuatro ocupamos posiciones por encima de la cincuenta y en tres muy próxima o igual a la sesenta (recuerden, de un total de 67).

Unos resultados como estos me sugieren, inmediatamente, la pregunta de si es que verdaderamente estamos tan mal como indican o si es que hay algún sesgo al respecto. Mi impresión, que no vale más que ninguna otra pero tampoco menos, es que ni en materia de finanzas públicas ni de política fiscal los resultados mencionados se corresponden con la realidad; en lo que atañe a la legislación empresarial soy más cauto, aunque sigo pensando que los resultados inciden demasiado en lo negativo. En consecuencia, me parece que sí que hay algún tipo de sesgo en esta materia, sesgo que, probablemente, venga justificado porque la institución española que colabora con el IMD en la elaboración de rankings es la CEOE, que tiene unas ideas muy respetables pero muy particulares (en el sentido de ser opiniones de parte) de cada uno de los sub-factores que miden la eficiencia gubernamental.

Sea como fuere, hemos de admitir que, con sesgos o sin sesgos, este informe del IMD, así como los elaborados para años precedentes, no nos deja en buen lugar en la mayoría de los elementos que conforman la competitividad de nuestra economía. Pero, dado que el informe se elabora con una metodología que otorga igual peso (el 5%) a cada uno de los veinte sub-factores y que estos se computan con una mezcla de datos objetivos y subjetivos (hard and soft data), con pesos respectivos del 66,6 y 33,3%, considero que hay que tomar los resultados con una buena dosis de cautela. En nuestro caso son indicativos de que tenemos algunos problemas, pero no sería justo, creo yo, magnificarlos.

José Villaverde Castro
Catedrático de Fundamentos del
Análisis Económico.
Universidad de Cantabria

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