Crecer o no crecer, he ahí el dilema (José Villaverde Castro)
Seguro que el título de esta columna les recuerda a todos ustedes la duda hamletiana sobre “ser o no ser”. La duda en cuestión plantea un dilema filosófico para cuya discusión, lo reconozco, no me encuentro preparado ni, creo, sea éste el lugar de hacerlo. Sí creo, sin embargo, estar algo más preparado para discutir sobre el asunto de “crecer o no crecer” y, además, pienso que éste es un lugar ideal para hacerlo.
Desde que, a principios de la década de los setenta del siglo pasado, el Club de Roma hiciera público su estudio sobre los límites del crecimiento, es mucha la tinta que se ha vertido sobre los mismos, bien que de forma intermitente. Al igual que ocurre con otros muchos temas que, como el Guadiana, aparecen y desaparecen de la escena pública, el debate sobre los límites del crecimiento está surgiendo de nuevo y, hay que reconocerlo, con cierta fuerza. Libros como Más es menos, del antropólogo Jason Hickel, han logrado que se vuelva a poner de moda, o entredicho, el fenómeno del crecimiento económico.
Reconociendo que, en general, cualquier tipo de debate es enriquecedor, y reconociendo también que hay argumentos a favor de poner límites al crecimiento, me parece que, tal y como se presenta, la cuestión que motiva el mismo –si se puede crecer indefinidamente en un mundo finito– es, en mi opinión, esencialmente tramposa. Así formulada, sólo tiene una respuesta posible y esta es, claro está, negativa.
Pero es que, dejando de lado este importante aspecto, me parece que hay argumentos más que sobrados que sugieren que tratar de limitar el crecimiento económico, como poner puertas al campo, resulta impracticable; en otras palabras, no tiene ninguna posibilidad de convertirse en realidad. Y no lo es porque ¿quién pondría el cascabel al gato? Esto es, ¿quién empezaría por limitar su propio crecimiento o, siendo más tajante, por no crecer o incluso decrecer? Los países pobres desde luego que no, pues ello aumentaría más las desigualdades a nivel mundial y haría aún más sangrante (y social y políticamente más peligroso) el nivel de pobreza en el que viven. En cuanto a los países ricos ¿habría alguien que se atreviera a tirar la piedra sobre su propio tejado? La respuesta, me parece evidente, no admite ninguna duda: ningún país estaría dispuesto a tamaño dislate, porque, por muy rico que fuera, implicaría rezagarse, quedarse atrás. ¿Ven ustedes a países como Estados Unidos, Alemania, Suiza, o a los “concienciados” del Norte de Europa, avanzar por esta senda? Yo no, y supongo que ustedes tampoco.
¿Qué es, entonces, lo que se puede (o debe) hacer en esta materia? Pues, a mi juicio, la alternativa para resolver muchos de los problemas socioeconómicos que asolan al mundo estriba, única y exclusivamente, en crecer, en fortalecer el crecimiento. Eso sí, para que no se repita la situación, tendría que ocurrir que el crecimiento económico fuera distinto del registrado hasta ahora: tendría que ser más robusto, más estable, más sostenible, más inclusivo, y más generalizado.
Lograr que un crecimiento con todas estas características sea posible requiere, al menos conceptualmente, actuar en varios frentes. Para que el crecimiento sea más robusto y estable, el primero de ellos es el de la productividad, que tendría que crecer en mucha mayor medida de lo que lo lleva haciendo en los últimos años; esto exigiría, entre otras cosas, enormes inversiones en infraestructuras y en formación, algo que no es fácil: en el mundo desarrollado, porque todo indica que estamos entrando en una era de procesos de consolidación fiscal y, en el mundo en vías de desarrollo, porque los niveles de endeudamiento que tienen son tan elevados que será complicado que puedan endeudarse mucho más. Un elemento fundamental para conseguir mayores y más estables ritmos de crecimiento estriba en avanzar de forma decidida en el ámbito de la digitalización, lo cual de nuevo requiere, entre otras muchas cosas, ingentes inversiones en la formación del capital humano.
Para que el crecimiento sea sostenible medioambientalmente, sería preciso emplearse a fondo y sin dilación en la lucha contra el cambio climático, en la descarbonización, algo que, pese a ser muy urgente y una cuestión de pura supervivencia, choca con la necesidad de abordar otras necesidades que, por desgracia, siempre parecen más urgentes.
Por su parte, para que el crecimiento sea inclusivo y generalizado, se requiere que el mismo permita luchar de forma clara y decidida contra la pobreza y la desigualdad, tanto dentro de cada país como entre países. Aunque, en teoría, esto sería lo más fácil de conseguir pues, aparte de las mejoras en materia de formación ya mencionadas, no requiere de grandes inversiones sino de una mejora de los sistemas de redistribución de la renta, en la práctica puede ser el más complicado porque se enfrenta a serios problemas de gobernanza y de corrupción bastante generalizados, pero más intensos entre los países menos desarrollados.
Así las cosas, no parece que el logro de un crecimiento más robusto, estable, sostenible, inclusivo y generalizado sea otra cosa que una utopía. ¿O no? En mi opinión, aunque esta pueda ser considerada un tanto ingenua, sí que será posible (que no fácil) alcanzar el tipo de crecimiento mencionado. Y lo será por una conjunción de elementos subjetivos y objetivos. En primer lugar, y este es un elemento objetivo, porque, tendencialmente, la situación económica mundial (ver figuras adjuntas) no ha hecho más que mejorar con el paso del tiempo; en segundo lugar, y aquí hay una mezcla de elementos objetivos y subjetivos, porque considero que el progreso tecnológico resolverá o mitigará sustancialmente muchos de los problemas actuales y, en particular, el energético; y, en tercer lugar, y este es un elemento puramente subjetivo, porque, al contrario que Hobbes, que consideraba que “el hombre es un lobo para el hombre”, confío (quizás con demasiada ingenuidad) en la bondad intrínseca del ser humano.
En todo caso, y aun admitiendo que en relación a los objetivos aludidos sólo será posible alcanzar un éxito parcial, me parece que eso es mucho mejor que la alternativa del decrecimiento (o, más suavemente, del crecimiento cero), porque la misma no ofrece, en la práctica, ningún tipo de solución a nuestros problemas económicos, sociales y medioambientales.
José Villaverde Castro es catedrático de
Fundamentos del Análisis Económico.
Universidad de Cantabria