Demasiados cisnes negros (José Villaverde Castro)
Aunque, según el omnisciente ‘Mr. Google’, la probabilidad de toparse con un cisne negro es próxima a cero, lo cierto es que, al igual que las meigas, haberlos, haylos. Sobre todo, en economía. De acuerdo con el ensayista Nassim Taleb, autor de un libro titulado “El cisne negro”, este nombre hace referencia a un acontecimiento altamente improbable que, al consumarse, tiene un enorme potencial disruptivo y que, una vez pasado, trata de explicarse de forma racional.
En lo que va de siglo, y en contra de lo que parecería lógico, se han producido, dependiendo de la forma de contabilizarse, entre tres y cuatro cisnes negros con una gran repercusión económica. Por ello, no es extraño que muchos analistas, e incluso instituciones como el FMI, consideren ahora que lo anormal, lo raro o lo improbable constituye, de hecho, la nueva normalidad.
El primero de estos cisnes negros es, sin lugar a dudas, el protagonizado en 2008 por las hipotecas subprime o hipotecas basura. Iniciado en los Estados Unidos como consecuencia de liberalización financiera extrema sin la correspondiente regulación, se trató de un episodio que rápidamente se extendió por todo el mundo, provocando lo que después dio en bautizarse como la Gran Recesión. El suceso califica como cisne negro porque, pese a venirse anunciando una crisis inmobiliaria desde muchos años antes, nadie previó de verdad que fuera a producirse. El descalabro económico que provocó, que acabo con instituciones financieras como Lehman Brothers, no sólo fue de una magnitud enorme (caídas muy sustanciales del PIB y del empleo y aumentos del desempleo a escala mundial) sino que se mantuvo durante un periodo de tiempo demasiado largo (al menos de 2008 a 2014); por desgracia, las políticas de austeridad aplicadas para solventar el problema no sólo no lo lograron, sino que lo hicieron más grande.
Como no hay mal que cien años dure, ocurrió que a mediados de la década pasada empezaron a aparecer algunos indicios de que la actividad económica se estaba recuperando, hasta el punto de que, a finales de la misma, algunos países ya habían recuperado los niveles de producción y empleo previos a la crisis, y otros estaban en proceso de hacerlo. En este contexto, llegamos al comienzo de la década actual, momento en que se produce la aparición del segundo cisne negro.
En febrero de 2020, y tras un periodo en el que, utilizando una expresión coloquial, parecía que la cosa no iba a ser para tanto, surge con una fuerza enorme la pandemia de la Covid-19, pandemia que, amén de un coste muy elevado en vidas humanas, trastocó completamente el funcionamiento del sistema económico mundial. ¿Por qué? Pues porque el confinamiento decretado en la inmensa mayoría de los países provocó que se rompieran las cadenas globales de suministro, que se desplomara el turismo (una de las “industrias” mundiales más potentes) y que se cerraran la mayoría de las actividades no esenciales. Los efectos de todo esto sobre la economía mundial fueron devastadores ya que, al contraerse el comercio mundial cerca del 8%, el PIB global lo hizo por encima del 3%, superó el 6% en la Eurozona, y rebasó la cifra del 11% en España. En contra de lo que pudiera esperarse, el impacto de la Covid-19 sobre el empleo fue bastante reducido gracias a que, aprendida la lección, la respuesta política (con figuras como la de los ERTE) fue muy distinta a la ofrecida durante la Gran Recesión.
Aunque muy intensa, esta crisis se solventó, por fortuna, con bastante rapidez. La aparición de las vacunas en 2021 y la correspondiente vacunación de una parte muy importante de la población mundial (sobre todo en los países más avanzados) hizo que se recuperase la movilidad de personas y mercancías; en consecuencia, el comercio y la actividad económica también se recuperaron, lo que, se creía, no era más que el comienzo de una nueva etapa de crecimiento económico.
Sin embargo, y haciendo bueno aquello de que “no hay dos sin tres”, a principios de 2022 surge un nuevo cisne negro: la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Aunque es cierto que el impacto en el PIB y el empleo de esta crisis está siendo mucho menor de lo inicialmente temido (tenemos, sí, una clara desaceleración económica, pero no una recesión, y el empleo sigue creciendo), sus efectos se están dejando notar, y mucho, en términos de evolución de los precios. Empezando por los de la energía y materias primas, y seguidos posteriormente por los de los alimentos y otros tipos de productos, los precios no hicieron más que crecer en 2022 haciendo que la inflación se disparara: a nivel mundial estuvo cerca del 9%, en la Unión Europea lo superó, y en España, aunque por poco tiempo, rebasó la cifra del 10%. La conclusión es que la guerra en Ucrania, aparte de un enorme coste en vidas humanas, no ha hecho más que aumentar la desigualdad y la pobreza en todo el mundo.
Pues bien, cuando parecía que empezábamos a controlar los efectos negativos de la invasión rusa de Ucrania (de hecho, la tasa de inflación se ha reducido significativamente en muchos países), un nuevo cisne negro, o una manifestación renovada del anterior, la guerra entre Hamas e Israel, ha hecho estallar las alarmas en todo el mundo y puede tener, cómo no, un impacto enorme sobre la economía global, principalmente a través de su efecto sobre el precio y el suministro de petróleo. Como escribí en otra parte, llueve sobre mojado.
Lo expuesto nos lleva a convenir, creo yo, que hemos visto demasiados cisnes negros en un periodo muy corto de tiempo. ¿Veremos algunos más en los próximos años? Aun cuando es difícil responder a la pregunta anterior, no cabe ninguna duda de que, ahora más que nunca, el futuro está marcado por una gran incertidumbre, asociada a la presencia de numerosos riesgos globales. Sin ninguna intención de ser agorero, la figura adjunta, tomada de un informe de la Economist Intelligence Unit, evidencia que nos enfrentamos a riesgos de distinta naturaleza (potenciales cisnes negros), pero todos ellos de gran calado económico y social.
José Villaverde Castro
es catedrático de Fundamentos del
Análisis Económico.
Universidad de Cantabria