El voto antisistema de Trump
Han cambiado mucho los tiempos desde que la información se daba por días. Lo que ocurría hoy, lo contaba mañana el periódico. Ahora, los digitales la acumulan por minutos, un enorme fastidio que obliga a ir, rebanada a rebanada, tratando de llegar al intríngulis. La avalancha de noticias crea un efecto contrario, el de la desinformación, el olvido apresurado y el desconcierto. La verdad le importa cada vez a menos gente que, en cambio, necesita que alguien le presente una versión de los hechos coherente, interesante y que coincida con su ideología, lo que ahora se ha dado en llamar el relato.
Así se explica que Trump, sin hacer nada positivo que merezca ser recordado haya tenido tantos votos, especialmente entre colectivos modestos, los granjeros del centro rural, los trabajadores industriales blancos que perdieron su nivel de vida o, incluso, los de algunos inmigrantes, que prefieren cerrar las puertas a otros como ellos, para no tener más competencia.
El mundo ya no se puede explicar por los viejos arquetipos ideológicos, que hacen agua en esta vorágine. A comienzos de la centuria, los grupos antiglobalización que iban a boicotear todas las cumbres mundiales eran de extrema izquierda. Veinte años después, el movimiento antiglobalización lo encabeza la extrema derecha, que entonces defendía ese orden superior y fastuoso donde los espárragos de Navarra podían ser, en realidad, de Perú y las anchoas cántabras, de Marruecos. Y todo ello, low cost.
Tampoco parecía imaginable que el mundo pudiese quedar en manos de empresas que no venden sus productos sino que los ofrecen gratuitamente. ¡Cómo entender, bajo los parámetros del capitalismo tradicional, el negocio de regalar!
Al descolocar tantas piezas del edificio ideológico en el que crecimos, y al perder interés el principal mandatario norteamericano por todo cuanto ocurría fuera de su país ha desaparecido el viejo orden mundial. Queda muy poco de lo anterior, y algunas cosas que perviven, como el sistema de votación y recuento de los sufragios de EE UU son un desastre. Paradojas de la vida moderna.
Los votos que ha recibido un antisistema como Trump demuestran la angustia de unas clases sociales que se han visto desplazadas, en EE UU y en todo el mundo
En esta revolución no declarada, Europa quema los líderes a una gran velocidad y temblaremos el día que falte Merkel (ya le queda poco), el único gozne firme y fiable en un universo de arenas movedizas. Algún día nos sentiremos obligados a hacerle una estatua en todas nuestras ciudades. En sintomático que Merkel proceda de las escuelas prusianas de la Europa del Este y que los dos otros referentes del mundo occidental, Trump y ahora Biden, con casi 80 años, pertenezcan a las generaciones preinternet. Ellos, que gobiernan los países más tecnológicos del mundo. El propio Clinton reconoció, al salir de la Casa Blanca, que solo había enviado un correo electrónico en su vida, el que se mandó de prueba a la Estación Espacial delante de todas las cámaras. Trump ni siquiera ha pasado por la Universidad.
Si todos ellos han tenido y tienen las máximas responsabilidades es porque la angustia de quedar descolgado del progreso no es exclusiva de nuestros lares y se expresa en las votaciones. Hay millones de trabajadores industriales en todos los países que han sido sustituidos por sistemas robotizados o por máquinas inteligentes. Y la pandemia, con esa obsesión por la I+D+i a la que al parecer hay que entregar nuestras vidas, ha acelerado este proceso. No cabe extrañarnos de que, a la hora de votar, se echen en manos de personas de la vieja escuela. Frente a esa realidad, los medios de comunicación mostramos el mundo desde el punto de vista del urbanita más sofisticado y ese error que llevó a suponer que Trump no tenía ninguna oportunidad de repetir.
El expresidente americano ha sido un antisistema al frente del sistema. Parece imposible pero después de sus últimos movimientos, propios de un okupa, caben pocas dudas. Y eso le hace adorable para una parte de calle que no quiere ni dioses ni héroes, sino personajes de su misma condición mental, con los que pueda conectar sus angustias.
Es fácil comprobarlo en las redes sociales, donde una mayoría no puede soportar que un presidente de gobierno se suba un 0,9% un sueldo de 80.000 euros anuales, pero acepta que Tebas se incremente un 37% los 3,4 millones que cobra al frente de la Liga. Y odia a los banqueros, a la Corona, a los políticos, a los funcionarios, a las élites en general, a los que representan el estatus confortable, porque a ellos nadie les garantiza una vuelta a las certidumbres del pasado. El eslógan de Trump para volver a hacer grande América supo recoger perfectamente ese mensaje. Hormaechea prometía volver al futuro y él retornar al pasado, pero ambos pensaban en lo mismo, en los tiempos mejores, y tienen unas extraordinarias semejanzas. Para eso, mucha gente cree que hace falta alguien enérgico, que no se detenga en melindres legales, culturales o bienintencionados. Los que se sienten perdedores quieren un ganador, y poco les importa que lo haga de forma poco ortodoxa.
Trump desaparece del escenario pero el problema continúa. No es la pandemia, que pasará, sino el nuevo mundo, en el que muchos no encuentran su lugar. ¿Alguien ha pensado en ellos? ¿Y les va a ofrecer alguna respuesta que no sea un salario social?