La gran oportunidad que Cantabria no aprovecha
Cantabria lleva buscando una vía propia de éxito desde los años 70 en que empezó a flaquear su posición preeminente entre las provincias españolas. Pasó de presumir de su economía, como ocurría con Torrelavega, la Ciudad del Dólar, a buscar con urgencia un reemplazo a la fórmula industria-ganadería que tanto éxito había tenido hasta entonces. La reconversión industrial, que puso en cuestión todas las seguridades anteriores, fue el punto crítico, pero a partir de 1985 la imparable evolución de la construcción durante dos décadas ocultó todos los demás problemas.
Ni entonces ni ahora se encontraron fórmulas mágicas, porque si las hubiese las habrían aplicado también otras comunidades en decadencia y alguna de ellas nos enseñaría ahora muy ufana su modelo de éxito. Si fuera tan sencillo como poner sensores a todo y llamarlo smart incluso esas ciudades castellanas llenas de historia que ahora solo acumulan polvo y olvido podrían estar en la vanguardia. Pero no es así. Para el éxito se tienen que dar muchas condiciones y, sobre todo, una base previa. Cantabria tiene tantas que el problema es elegir la adecuada. Cada vez que alguien critica que los políticos no apuesten decididamente por algún sector, debería tener la valentía de decir a qué otro deben renunciar: ¿al turismo, a la ganadería, a mantener el patrimonio cultural e histórico, a la industria…?
La realidad es que no se puede abandonar ninguno, porque resultaría injusto para quienes viven de ese sector, y pagan impuestos como los demás, y porque correríamos un gran riesgo de equivocarnos, puesto que la experiencia demuestra que hasta aquellos que dábamos por muertos resucitan en ocasiones. Por eso, la única estrategia real es dedicar los pocos recursos que dejan libres estas políticas que obligan a ampararlo todo para explorar algunas singularidades que ofrece la región. El problema es que los recursos públicos son absolutamente insuficientes para conseguir el éxito porque no basta con dosis homeopáticas. En otras ocasiones chocamos con las ideologías o con las rutinas, que responden al mismo rechazo a abrir la mente. Y eso es lo que ocurre a la hora de rentabilizar el inmenso patrimonio sanitario que tiene la región. En un mundo donde cualquier producto, por exitoso que resulte, no tiene ninguna garantía de seguir siéndolo dentro de cinco años, lo único que se puede dar por seguro es que la demanda de curaciones nunca va a dejar de crecer, y Cantabria debería tratar de sacar rendimiento a aquello que mejor hace. Las prestaciones y cartera de servicios de un hospital como Valdecilla no pueden justificarse para una comunidad tan pequeña y no solo por los elevados recursos económicos que requiere. Los equipos de transplantes son más rentables y técnicamente mejores cuantos más hacen. No basta solo con tener las máquinas más sofisticadas, porque antes o después esas máquinas llegan a los demás hospitales, hay que estar bien entrenados y eso se consigue haciendo muchos trasplantes y, como ocurre con Valdecilla, asumiendo los más complejos, enviados desde otras comunidades.
El sistema sanitario público puede generar ingresos muy importantes para la economía regional si sale al mercado
De haberse tratado de un hospital privado, la propia empresa se hubiese encargado de rentabilizar mejor esas habilidades y ese prestigio, atrayendo pacientes de otros lugares y, sobre todo, del extranjero. Pero es un hospital público y las administraciones españolas a día de hoy ni siquiera han conseguido establecer un sistema eficaz para cobrarse unas a otras por estos servicios que se prestan entre sí, de forma que cuantos más pacientes foráneos atrae un centro, más dinero pierde. Un sistema disparatado que solo puede propiciar la mediocridad, ya que la cuenta le sale más rentable a aquel que no ofrece nada de interés.
Cantabria debe liderar un movimiento para que el sistema sanitario español (o al menos el propio) pueda buscar clientela privada dentro o fuera del país, con la certeza de que eso daría lugar a unos ingresos complementarios vitales; permitiría retener a los mejores médicos, que podrían obtener así unos ingresos más altos de los que les fija el sistema; y daría uso a instalaciones que ahora no lo tienen, como el Hospital de Liencres, ahora casi vacío. Sería una forma de inyectar en la economía regional un flujo de recursos muy importante, al tratarse de un sector de altísimo valor añadido.
Por si no fueran suficientes ventajas, está la posibilidad de crear alrededor toda una industria de la medicina, como la que ha propiciado Harvard.
La comunidad no tiene ninguna otra oportunidad semejante de colocar uno de sus sectores en la punta de lanza mundial y conviene recordar que uno de los grandes referentes de la medicina mundial, la Clínica Mayo, está ubicada en una ciudad bastante más pequeña que Santander.
Tenemos una Facultad de Medicina, Valdecilla cuenta con los medios técnicos y humanos, el prestigio y una marca de gran alcance en un sector en el que, como ocurre con los bosques de robles, no suele funcionar la implantación desde cero pero sí se puede crecer alrededor de lo que ya hay. Para eso hay que quitarse de encima todos los tabúes de nuestro sistema público y consorciar la captación de esta clientela nacional e internacional con empresas privadas, porque la Administración es una mala comercializadora.
Los tratamientos sanitarios pueden ser nuestra gran industria de futuro. No faltan clientes y las inversiones ya están hechas. Tampoco parece tan difícil.