Los sufridos años 20
La sociedad racionalista ha cambiado los totems del pasado por los tecnocráticos, como el PIB, a cuyos pies caemos rendidos los políticos y los ciudadanos. Una mala evolución del PIB es una auténtica moción de censura para un gobernante, que difícilmente se va a zafar de ser considerado responsable, pero nadie se plantea si realmente el PIB marca nuestras vidas. Quizá no tanto como creemos, porque lo que vale para medir la riqueza de los países no vale para medir la de los hogares.
Un reciente informe del BBVA permite poner en duda que resulte tan representativo como suponemos, y no porque esté mal medido sino por lo que mide. Allí dentro van las rentas de los trabajadores, de los pensionistas o los rendimientos de todo tipo, pero también van los beneficios de las empresas y la inversión. De ahí que su crecimiento no asegure una mejoría real en la vida de los ciudadanos y eso es algo que se intuye aunque no sea fácil de confirmar. El estudio del BBVA a partir de la Encuesta de Presupuestos Familiares del INE lo dejan bastante claro: cuando se sustituye el PIB por otro indicador, el consumo individual, se comprueba que los españoles nunca hemos tenido un nivel tan alto como en 2008, a pesar de haber transcurrido quince años desde entonces. Y no es consecuencia de la pandemia, porque en 2019 seguíamos sin acercarnos.
El consumo en los hogares aún está 24 puntos por debajo de 2007. Nunca se ha recuperado la confianza que había entonces en el futuro
¿A qué se debe la paradoja de tener más renta pero menos consumo familiar? En primer lugar, a que esa riqueza nacional está hoy peor repartida, pero, sobre todo, a las expectativas. Entonces el país vivía en una burbuja descontrolada. Las familias gastaban porque después de una década larga de bonanza y con crecimientos del PIB superiores al 4% el optimismo era exultante y se daba por sentado que cada año sería mejor. El valor de su vivienda no hacía más que subir, era fácil cambiar de un trabajo a otro mejor, los negocios iban de cine… Y ese ‘efecto riqueza’ invitaba a gastar con alegría, incluso lo que no se tenía, porque los bancos invitaban a pedir más y más crédito.
El propio presidente de la Reserva americana Alan Greenspan, el gran gurú que no se equivocaba nunca, había dicho que la ciencia económica nos había permitido derrotar por fin los ciclos, esos sustos periódicos que nos ponen los pies en el suelo y que ya constataba la Biblia con los siete años de vacas gordas y otros tantos de vacas flacas.
La realidad quiso darle una lección de humildad, por no entender que el sistema sigue necesitando esas purgas para autodepurarse, y esa confianza alegre en un futuro mejor, se perdió para mucho tiempo. Aún hoy perdura.
La Gran Recesión provocó que entre 2007 y 2014 el consumo familiar cayese en España desde los 22.800 euros anuales a los 17.200, un 24,7%. La recuperación desde 2014 ha sido muy melindrosa y quizá por eso la pandemia no ha provocado aún más daño en las rentas familiares. Aunque después de 2020 se ha vuelto a recuperar en parte, los 17.100 euros de consumo familiar anual siguen muy lejos de lo que se gastaba en 2007. Eso no significa que los españoles seamos bastante más pobres que entonces, sino que no nos permitimos la misma alegría en el gasto, porque ahorramos más y, sobre todo, porque nos endeudamos mucho menos. Aunque los tipos siguen estando más baratos que en aquel momento, la fortísima subida del euribor nos parece una puñalada en el corazón, tras haber llegado a conocerlo por debajo del 0%. Es cierto que en 2007 consumíamos por encima de nuestras posibilidades, y lo pagamos muy caro, pero quince años son muchos años para que ni siquiera vislumbremos la posibilidad de acercarnos a aquel nivel de vida. La posibilidad de volver a vivir esa fiesta parece escasa, y si alguien es capaz de repetir en esta década del siglo XXI Los Alegres Años 20 de la centuria pasada no van a ser las familias. El informe del BBVA deja muy claro que en cada recesión se ha ampliado la brecha social y para ellas van a ser Los Sufridos Años 20.