Más trabajo para vivir igual
Cantabria acaba de superar las 260.000 personas ocupadas, según los datos de la última EPA. Puede que, dicho así, no tenga un especial significado, pero lo tiene. No solo por el aumento de más de 4.000 personas en un solo trimestre sino por el hecho de que, con una población muy semejante a la que tenía la comunidad autónoma hace 30 años, haya casi 100.000 personas más que trabajan. ¿De dónde han salido? ¿por qué la riqueza de la región no ha crecido en la misma proporción, cuando es evidente que no es ni parecida la aportación de 260.100 personas que la de los 162.200 que trabajaban en 1993?
Son muchos los misterios del mundo laboral en España, pero ninguno tan difícil de desentrañar como el motivo por el que resulta casi imposible bajar de un 8% de paro incluso en las épocas en las que la economía crecía a ritmos anuales del 4%, y esta vez, Cantabria lo ha conseguido, al situarse el desempleo en el 7,8%, el segundo más bajo del país. Es cierto que en cualquier nación hay un paro técnico inevitable –el de aquellas personas que no tienen un especial interés en trabajar o por sus condiciones son difícilmente empleables– pero no suele pasar del 4%. En España es, al menos, el doble. Esa diferencia hace que, tradicionalmente, nuestras cifras de desempleo queden siempre deslucidas cuando se comparan con las de cualquier otro país, y tendemos a culpar a los gobiernos de nuestra menor predisposición al empleo, aunque eso exija muchas matizaciones, porque con unos salarios más altos quizá una parte de esa población laboral tan renuente se animaría a trabajar. En cualquier caso, esta realidad tan compleja de nuestro mercado laboral da lugar a que 80.000 españoles hayan llegado a los 40 años sin haber tenido un solo día de actividad remunerada en su vida.
En 1993 tenían un empleo en Cantabria 162.000 personas. Treinta años después, trabajan 260.000. ¿Por qué no se nota este salto en la riqueza familiar?
El milagro de que, con una población que no ha aumentado y está mucho más envejecida la fuerza laboral se haya disparado no es fácil de entender. Solo puede justificarse por la llegada de inmigrantes, sobre todo para trabajar en la hostelería, y por la necesidad que sienten las familias de sumar más ingresos para alcanzar bienes, como la compra de una vivienda, que ya no pueden conseguir con un solo sueldo en el hogar.
Hace tres décadas, apenas trabajaba o tenía intención de hacerlo si encontraba un empleo el 45,8% de los cántabros en edad laboral. Ahora hemos llegado al 59,4% y lo probable es que superemos el 60%, lo que antes solo cabía imaginar en los países del Norte de Europa. La razón está en la incorporación de la mujer al mundo laboral, que dejó de ser meramente testimonial y se acerca cada vez más al ratio de los hombres, aunque aún está bastante por detrás (60,8% frente al 51,0%), de forma que ellas han aportado 67.000 empleos a los 100.000 más que existen ahora.
Esta evolución nos lleva, poco a poco, a parámetros europeos, lo que también debería deparar una renta por hogar más cercana a nuestros vecinos de la UE. Es evidente que si hay un 50% más de personas que trabajan, la riqueza regional debería haber aumentado en la misma proporción, sin entrar en otras consideraciones, como el aumento de la productividad en estas tres décadas, o de la formación, ya que ahora cerca de la mitad del mercado laboral está compuesto por universitarios.
Sin embargo, la renta familiar disponible indica que no se ha mejorado, ni por asomo, en la misma proporción, lo que resulta aún más extraño cuando a esos 100.000 trabajadores añadidos se le unen cerca de 50.000 pensionistas más de los que había entonces, un colectivo no solo muy numeroso sino mejor pagado que entonces, hasta el punto que una pensión media está por encima del salario medio.
Para entender por qué crece tan poco la riqueza con tan sustancial aumento del número de empleos quizá haya que recurrir al hecho de que mucho de ese empleo es femenino y la remuneración media de las mujeres sigue siendo inferior, no tanto por una discriminación salarial como por la evidencia de que tienen más presencia en empleos de baja cualificación (asistentas del hogar, empresas de limpiezas, conserveras…). Otra circunstancia es que ahora hay 27.800 empleados con jornada parcial, algo que entonces se veía muy poco. Pero la suma de ambas no puede llegar a explicar el motivo por el que muchos hogares donde había un solo salario no consigan vivir sustancialmente mejor con dos, o que su esfuerzo para acceder a una vivienda siga requiriendo un 30% de todos los ingresos familiares cuando antes solo había un aportante y las hipotecas se firmaban por diez años, en lugar de los 30 o más de ahora.
Solo cabe suponer que en el pasado había un mayor aporte de horas extraordinarias e ingresos complementarios (la ganadería) o que el trabajo ha perdido mucho valor, bien por la irrupción de países donde hacen lo mismo más barato o porque no conseguimos mejorar su calidad. En cualquier caso, lo que debería haber sido un motivo de satisfacción, el sustancial aumento de nuestras tasas de ocupación, acaba en decepción: con muchas más personas trabajando no nos va mucho mejor.