Nos jugamos la paz social
La inflación es un problema escurridizo que puede matar o salvar. Hay países que sobreviven décadas y décadas sobre montañas de billetes sin ningún valor y otros que se sentirían desmoronar si su IPC llegase a los dos dígitos. La inflación alivia a los endeudados, si tuvieron la suerte de contratar la deuda a tipos fijos, pero condena a quienes viven de un salario. El último informe del Banco de España lo corrobora: la riqueza financiera de las familias se ha reducido. Pero lo que quizá resulte más chocante es la constatación de que la de las empresas ha crecido. Su deuda se redujo desde los 971.600 millones de septiembre de 2021 a los 966.700 millones en septiembre de 2022.
No es que sea mucha mejora, pero demuestra que las empresas –no todas, por supuesto– han tenido más facilidades para trasladar ese aumento de costes a los precios de sus productos, mientras que los trabajadores solo pueden mejorar su situación en la negociación de los convenios y las revisiones medias están muy lejos de lo que ha subido el IPC.
La fuerte pérdida de poder adquisitivo agravada por no haber deflactado el IRPF es insostenible
Hace un año advertíamos que la subida de precios podía suponer la ruptura de una larguísima tregua social que estaba viviendo España, y sobre todo Cantabria, dos décadas largas en las que apenas había habido huelgas y conflictos laborales. No hacía falta ser muy perspicaz para hacer este augurio y ha sido Cantabria, precisamente, donde se desataron los mayores problemas: una larga huelga del metal y dos de transportistas, aunque en este caso de carácter nacional, y la segunda se quedase en poco más que un amago.
Fue una primavera muy difícil para todos, al tratarse de dos colectivos laborales tan amplios como vitales para el país. Pero no han sido los únicos en salir a la calle. Lo han hecho también los sanitarios, aunque el conflicto se arregló en los despachos, los letrados de los juzgados (que están ocasionando un colapso gigantesco), los panaderos y los trabajadores de Aspla, aunque estén en el rango salarial más alto del sector industrial.
Todos estos conflictos han durado mucho más de lo que cabía prever, lo cual es un mal síntoma de lo que nos espera, porque ni son los únicos que están perdiendo dinero con la inflación ni os que tienen más problemas para llegar a fin de mes.
La fortísima subida de la recaudación del IRPF, que ha conseguido reducir la deuda pública al 113%, después de haber superado ampliamente el 120% tras la pandemia no solo se ha debido al crecimiento de la economía. Una parte procede de no haber deflactado las tarifas, lo que significa que muchos trabajadores pagan más impuestos cobrando menos (en capacidad de compra). El Gobierno se jacta de las mejoras sociales y especialmente de la subida del Salario Mínimo, pero lo cierto es que la masa laboral está atrapada en ese enorme sandwich de no haber mejorado sus percepciones salariales lo suficiente como para poder comprar lo mismo que antes y pagar más. Una situación insostenible, que da lugar a estos estallidos.